A Julio Carabaña, In Memoriam
En un artículo anterior (“Los proletarios cambian de bando”, LHD 28/06/2024), expusimos las principales novedades observadas en las elecciones europeas del pasado junio: por un lado, decíamos que los apoyos del gobierno se siguen debilitando, no solo porque crece la distancia entre PP y PSOE respecto a las elecciones generales de 2023, sino porque la suma de Vox y la candidatura de Alvise casi duplicaba lo conseguido entre Sumar y Podemos. Elección tras elección, el centro de gravedad electoral se desplaza a la derecha, no solo porque el PP sigue apoderándose del centro, sino porque ahora el voto de protesta ha cambiado de signo político.
En tanto que, por otro lado, se observaban también cambios significativos en la composición social de los electorados de los partidos, hasta el punto de poder afirmar que “los proletarios cambian de bando”, tal como rezaba el título del artículo. Lo llamativo del caso es que decíamos tal cosa no tanto porque los proletarios (entendiendo por tales los que están en una situación laboral más precaria: manuales, no cualificados, parados, etc.) se hubiesen pasado a la derecha, sino porque se daba la circunstancia de que estar en una situación laboral de ese tipo aumentaba de manera significativa la probabilidad de votar a Vox.
¿Qué ha podido llevar a estos conciudadanos a tomar una decisión tan drástica en un país donde los trabajadores han sido tradicionalmente fieles a la izquierda, tal como atestiguan tantísimos estudios electorales desde la transición? Antes de responder, conviene hacer un breve balance de este primer año de legislatura, que, como se recordará, empezó de una manera un tanto sui generis, por cuanto Pedro Sánchez hubo de incorporar en esta ocasión al partido de Puigdemont al bloque “de progreso”, previo pago de una Ley de Amnistía que se ha convertido en un quebradero de cabeza para el nuevo gobierno. De ahí que, aunque la ley fue aprobada por el Congreso el 30 de mayo, no fuera publicada en el BOE hasta el 11 de junio, a fin de minimizar su impacto sobre la campaña de las elecciones europeas del pasado junio. El resultado de toda esta peripecia, a día de hoy, es bien sabido, pues, así como Puigdemont sigue sin poder beneficiarse de la famosa ley, Pedro Sánchez sigue por su parte sin presupuestos, por no hablar de todas las iniciativas parlamentarias del gobierno de coalición que han ido quedando por el camino.
Con estas premisas, cabe preguntarse: ¿se confirman los cambios observados en las pasadas elecciones europeas cuando analizamos la intención de voto al Parlamento nacional manifestada en los últimos meses? Recordemos, en este punto, que el barómetro de septiembre colocó en primer lugar de las preocupaciones de los españoles el tema de la inmigración, lo que en ese momento se podía relacionar con varias cosas a la vez: el impacto mediático de las llegadas de cayucos, el posible efecto llamada de la gira de Sánchez por África, por no mencionar que la pregunta sobre los principales problemas de España (más conocida como la “pregunta del telediario”) iba precedida en el cuestionario del CIS por otra sobre desigualdades entre países. El dato resultaba tanto más llamativo por cuanto el tema de la inmigración había pasado de preocupar al 1% de los encuestados, en septiembre de 2023, al 10% un año más tarde, lo que aconsejaba comprobar si el tema de la inmigración se consolida como uno de los principales problemas señalados por los españoles o se trataba solo de un pico puntual registrado en septiembre, mes propicio a la llegada de inmigración irregular. Hay que tener en cuenta, por otra parte, que el tema de la inmigración es uno de los candidatos a la hora de explicar la radicalización del voto en los últimos tiempos, tal como ha argumentado el geógrafo político Cristophe Guilluy en el caso de Francia.
Para poder responder con solvencia a estas preguntas, hemos analizado conjuntamente los barómetros de septiembre y octubre, lo que nos permite, por lo pronto, confirmar lo que ya habíamos adelantado en el artículo sobre las elecciones europeas: la correlación de fuerzas se mantiene en líneas generales, de tal suerte que mientras las opciones a la derecha del espectro ideológico (PP, Vox y SALF) siguen acaparando la mitad del voto, las izquierdas (PSOE, Sumar y Podemos) están cada vez a más distancia. Tampoco hay novedad en lo relativo a los perfiles de edad y sexo de los partidos: las derechas radicales (Vox y SALF) tienen votantes muy jóvenes y muy masculinizados, en tanto que el PSOE presenta un perfil envejecido. Se confirma, asimismo, que, tal como apuntábamos entonces, los partidos tienen un perfil de clase social que altera los esquemas convencionales al respecto. ¿Se acuerdan de cuando los proletarios votaban a la izquierda y los acomodados a la derecha? Pues olvídense: se han cambiado los papeles. Ahora resulta que tener un buen empleo de profesional o técnico aumenta la probabilidad de votar a Sumar-Podemos, en tanto que tener un empleo manual, no cualificado o estar parado (que con frecuencia viene a ser lo mismo, como consecuencia de la rotación laboral y la precariedad) aumenta la probabilidad de votar a Vox. Llegados a este punto, es el momento de saber si el problema de la inmigración tendrá algo que ver con este cambio de papeles.
Para ello, hemos agrupado en estos últimos barómetros tres tipos de problemas: los problemas económicos (paro, inflación, etc.), los problemas políticos (el mal comportamiento de los políticos, la corrupción, etc.) y la inmigración. La tabla que presentamos a continuación resume la relación de estos problemas con el voto, de todo lo cual conviene destacar lo siguiente. Tal como era de suponer, señalar los problemas políticos mencionados aumenta la probabilidad de votar a las derechas (esto es particularmente claro en el caso de SALF), pero lo específico del voto a Vox es su correlación con la inmigración, y dado que los proletarios son los más preocupados por la inmigración, parece claro que la inmigración juega un papel crítico a la hora de explicar el cambio de bando de estos votantes.
Una vez identificado el “chivo explicatorio” del voto a Vox, llega el momento de entenderlo. Una lectura habitual de los datos expuestos en la tabla viene a decir que, si la inmigración se percibe como un problema y el partido que capitaliza esta problemática es Vox, el problema no es la inmigración sino la ultraderecha. Esto es habitual cuando la política se analiza desde el lado de la oferta (los partidos), pero hay otra manera de verlo, si nos colocamos del lado de la demanda (los votantes). En este caso, el problema obedece justamente a que los votantes tienen una experiencia muy distinta de la inmigración según cuál sea su posición de clase. De hecho, la experiencia de la inmigración puede ser completamente distinta entre los proletarios y los acomodados desde el momento en que los primeros conviven con el problema y los segundos pueden sentirse en cambio beneficiados por diversos conceptos (servicio doméstico, por ejemplo). Estos últimos suelen argumentar que la inmigración no afecta a los salarios de los primeros, dado que los nativos no aceptarían los empleos que sí aceptan los inmigrantes, pero los nativos no se quejan de eso, sino de la competencia que los inmigrantes representan para ellos a la hora de acceder a los servicios sociales (educación, sanidad, etc.) y a la vivienda, por no hablar del choque cultural.
Quizá quien mejor ha expresado este desencuentro haya sido el ministro de Derechos Sociales, que se ha negado a aceptar que la inmigración sea “el problema”. Esta actitud suele ser interpretada como una manifestación de buenismo, pero puede ser también una expresión de la incomprensión de los acomodados hacia los damnificados por el problema. Otros antes que el citado ministro aprovecharon para denunciar a “los deplorables” que aceptan semejante premisa (la inmigración como problema), tal como hizo Hillary Clinton en 2016. Al menos, él ha sido más prudente y lo ha dejado ahí, pero el problema no se puede resolver a no ser que la izquierda lo reconozca y se haga cargo de él, tal como ya han hecho otros gobiernos de izquierda en otros países.
Mientras los proletarios se rebelan contra el progresismo, el gobierno resiste con el apoyo de los acomodados (los profesionales y técnicos siguen siendo el principal soporte de Sumar y Podemos) y de los jubilados (los pensionistas se mantienen como los soldados más fieles de Pedro Sánchez). Curiosamente, los pensionistas son el grupo de edad que mejor atención ha recibido de las administraciones públicas desde 2008, de tal forma que mientras las tasas de pobreza de la tercera edad no han hecho más que reducirse desde entonces, las tasas de pobreza de los jóvenes y niños no hacen más que aumentar. Con estos datos, no tiene nada de particular el trato de favor que el gobierno dispensa a las regiones más ricas. Es el conocido efecto Mateo: “al que tiene se le dará…”
Una vez más, esto ya estaba en los Evangelios.