El domingo por la tarde mientras el cielo caía sobre Monteferro las nubes empezaron a cambiar de color. El bosque oscurecía, las rocas emergidas, como lomos de cocodrilos, se quejaban del frío del océano, calmo, verde, pero frío. Los correlimos iban en pandilla dando saltos imperceptibles, buscando el alimento en un baile coral perfecto. 

 

Entrelazada con las algas de la orilla una chancla. En la arena conchas esparcidas, abrigos de cadáveres cuyos cuerpos se ha llevado el mar.

 

A lo lejos, desde las islas y más allá, desde las tierras que en el horizonte dibujan otras rías, venían intervalos de luces, amarillas, rojas. Como el simón que tantas veces pedí en Reyes de niña y nunca llegó. Un código morse lanzado al espacio. O a mí. Un reclamo luminoso en intervalos musicales esperando al receptor que lo pueda descifrar.

 

Yo no supe, aunque lo podría inventar. Sería algo así: Suelta y confía.