Desde el comienzo de una especie de guerra civil en 2011 tras la revuelta popular contra el régimen -en Oriente Próximo todos los conflictos cuentan con intervención internacional-, Báshar el Ásad ha podido sobrevivir por el apoyo de Rusia, Irán y Hezbolá, alianza muy superior a cualquier otra.
Por tanto, la caída del régimen se explica porque existen otros intereses por encima del mantenimiento de la dinastía dictatorial de los Ásad. Podría citarse la guerra de Rusia en Ucrania, la invasión del Líbano por Israel donde el territorio de Hezbolá es atacado, el interés iraní en reforzar sus propias capacidades al convertirse en el próximo objetivo militar de Israel-EEUU. Ninguno de los actores que apuntalaban el régimen ha considerado rentable seguir desgastándose en su defensa, han cambiado las prioridades.
Nada es ajeno en la zona a la campaña de limpieza étnica por Israel en Palestina de los últimos 14 meses y su ofensiva para desestabilizar todo el vecindario. Por su parte, algo de peso regional gana Turquía en la nueva situación y resulta claro su patrocinio de las fuerzas insurgentes victoriosas.
El nuevo escenario regional se ha ido conformando en los últimos tiempos con intervenciones internacionales como la invasión de Irak de 2003, golpes de Estado como el de Egipto en 2013, que han ido desactivando cualquier oposición regional a Israel, mientras que ahora la guerra civil siria ha destrozado el país, por lo que todo rema para que Irán se haya convertido en la gran potencia regional y enemigo de sustitución de todos los anteriores.
Dinastías dictatoriales del XX
La toma de Damasco el 8 de diciembre de 2024 por una variedad de grupos armados opositores pone fin a algo más de medio siglo de régimen dictatorial de la familia al Ásad, primero con Háfez entre 1971 y 2000; luego por su hijo Báshar durante 24 años. El ropaje de la dictadura es secundario, sea nacionalismo árabe a mediados del XX, izquierdismo revolucionario, hoy diversos disfraces de islamismo o ninguno, en este caso se trataba de una dictadura familiar del estilo de Saddam Husein, el shah de Persia, las dictaduras militares egipcias, anacrónicas todas, pues el autoritarismo hoy se declina en otros formatos diferentes, con algunas elecciones y menos retratos del líder por las paredes.
En algunos países árabes como Marruecos, Jordania o Siria se produjo en el cambio de siglo un traspaso de poder padre-hijo que podía haber reforzado y modernizado esos países para una nueva etapa, algo que no fue más allá de tímidas reformas. Las llamadas primaveras árabes desde finales de 2010, en las que nadie creyó ni apoyó a quienes pedían en la calle libertades civiles y condiciones económicas, consiguieron el cambio de dirigentes en Túnez, Libia, Egipto y Yemen, elecciones democráticas en Túnez y Egipto y vuelta autorizada a regímenes autoritarios tras sendos golpes de Estado bendecidos por Occidente.
Este tipo de dictaduras han resultado letales para sus nacionales e irrelevantes en política exterior, de lo que se ha beneficiado tanto Israel como las potencias occidentales con intereses en la zona.
Refugiados
La crisis de Siria nos ha llegado a Europa fundamentalmente como un problema de refugiados, con dos consecuencias directas y relevantes.
Por una parte, debemos a la guerra civil siria que saltara en pedazos el esquema tradicional por el que se concedía asilo a los refugiados políticos y se distinguía a estos de la inmigración económica. En la actualidad la respuesta es confusa, incoherente según nacionalidad y acomplejada frente a una extrema derecha que va imponiendo sus criterios y ganado votos con su xenofobia.
El segundo elemento que ha generado en nuestra cercanía este conflicto sucedió durante 2015, cuando Angela Merkel decidió que Alemania acogiera alrededor de un millón de refugiados fundamentalmente procedentes de Siria, Irak y Afganistán, una respuesta que hoy sería impensable.
Cualquier conflicto genera un éxodo de refugiados y éste ha tenido efectos devastadores. Según ACNUR, agencia de Naciones Unidas, el de la República Árabe Siria ha desembocado en una de las peores crisis de desplazamiento forzado en décadas, ya que ha obligado a más de 4,8 millones de sirios a atravesar fronteras en búsqueda de protección y ha desplazado internamente unos 6,5 millones de personas.
Los países de la región son los que han recibido el mayor número de refugiados, con unos 2,2 millones de refugiados en Turquía, 1,1 millón en el Líbano, 633.000 en Jordania, 245.000 en Irak, y 128.000 en Egipto. La duda hoy es si la caída de al Ásad provocará el retorno, movimiento incierto si no se garantiza una estabilidad en el país mayor que el arraigo y las condiciones económicas conseguidas en una década de exilio.
Simbolismo de Siria
El simbolismo de Siria en todo el mundo árabe y la importancia geopolítica del país es muy destacable.
Damasco fue la capital del primer imperio islámico omeya tras Mahoma entre los siglos VII y VIII, de él derivó de algún modo dinástico el emirato y califato de Córdoba entre los siglos VIII y XI. Es una época de esplendor, el Islam árabe clásico surgido en el Oriente romanizado, época de expansión, de formación de una civilización.
La Gran Siria que comprendía durante siglos gran parte de Oriente Próximo, el prestigio popular del nacionalismo árabe laico del partido Baaz, Siria ha sido hasta recientemente un referente político y cultural, hoy no lo es.
Pero incluso en este momento, Joe Biden ha tardado incluso menos en reaccionar a la caída de Damasco, con una comparecencia pública, que en reconocer la victoria presidencial de Trump.
Estados Unidos apoyará, ha dicho Biden, “una transición hacia una Siria soberana e independiente, con una nueva Constitución. Un nuevo Gobierno que esté al servicio de todos lo sirios”, lo que de producirse sería una auténtica novedad histórica.
La democracia nunca ha sido un objetivo de Europa y EEUU en la zona; pensemos en Túnez y su golpe de Estado de 2021 en geografías más cercanas y, en más lejanas, Afganistán, que ha vuelto al siglo XIX después de dos décadas de ocupación militar por la OTAN.
Rusia cuenta con dos estratégicas bases militares en territorio sirio, una naval para su Armada en Tartús y otra aérea en Latakia. Estados Unidos ha aprovechado también la inestabilidad del país durante tres lustros para instalar su propia presencia militar permanente.
Israel tiene Siria y Damasco a tiro de caza y de misil y lo ha practicado regularmente, sin olvidar que los denominados Altos del Golán son territorios sirios ocupados por Israel desde 1967, territorios que Israel ya ha ampliado tomando una zona desmilitarizada el mismo día de esta caída de Damasco.
La debilidad o destrucción del Estado en Oriente Próximo y cualquier geografía lleva a los ciudadanos a refugiarse en escudos sociales que en muchas ocasiones ofrece la confesión religiosa. La experiencia dicta que en procesos revolucionarios el extremismo islámico suele destacar por una mejor organización que el resto. Si el islamismo radical toma finalmente el poder en Siria será con un formato diferente a los Al Qaeda o el Estado Islámico, deudores ambos de un momento y una geografía, distintos en este caso.
Siria es hoy un Estado ruinoso tras 13 años de guerra civil que debería reconstruirse en términos democráticos y económicos, y ese proceso tiene muy pocos patrocinadores ni en el vecindario ni por los países occidentales más activos en Oriente Próximo, entre ellos Francia y Reino Unido.
La apuesta tradicional de actores locales y foráneos ha sido durante décadas la inestabilidad. ¿Será Siria 2024 una excepción?