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"Lo que la oruga llama 'el fin', el resto del mundo lo llama 'mariposa'."

Nunca imaginé que los leopardos se comerían mi cara

Nunca imaginé que los leopardos se comerían mi cara

En octubre de 2015, un usuario de Twitter escribió: “«Nunca pensé que los leopardos me comerían la cara», sollozaba una mujer que votó por el partido de los Leopardos Que se Comen la Cara de las Personas”. Desde entonces, la frase se ha utilizado como paradigma de los votantes arrepentidos que votaron a partidos extremistas. Incluso hay un foro en una red social donde se comentan casos similares de votantes sorprendidos de que el partido al que votaron hiciera las cosas que prometió que iba a hacer.


En dicho foro, aparecen muchas lamentaciones. Por ejemplo, las de personas que votaron a favor del Brexit y luego se quejaban de las trabas encontradas para viajar a la Unión Europea. O la de un ingenuo votante de Trump en 2016 que contestó a un tuit, en el que este anunciaba que iba a prohibir toda inmigración, con la pregunta de si eso afectaría también a su esposa filipina que estaba intentando emigrar a EE.UU. para reunirse con él.

 

Hace unos días estuve en la manifestación de protesta ante la Asamblea de Madrid contra la presidenta Díaz Ayuso por su política de asfixia consciente y continuada a las universidades públicas madrileñas. Allí me encontré con algunos compañeros, profesores universitarios, de los que me consta sus nulas simpatías por los partidos de izquierda y muy probables votantes de la señora Ayuso. También me consta su amor a la universidad pública, a la que han dedicado sus mejores esfuerzos. Por supuesto, me agradó verles allí, pero no pude evitar acordarme del partido de los Leopardos Que se Comen la Cara de las Personas. Si se vota a un partido cuya trayectoria siempre ha sido recortar la financiación de los servicios públicos y bajar los impuestos a las clases más acomodadas, lo más probable es que, si gobiernan, hagan exactamente eso. Y la universidad pública es uno de esos servicios. Un estudiante paga en su matrícula del orden del 15% del coste real del servicio. El resto, lo pagamos los contribuyentes con impuestos y eso se traduce en que la comunidad autónoma respectiva debe aportar los recursos suficientes para su financiación, que es lo que la señora Ayuso no hace desde que llegó al poder en 2019.

 

De igual manera, si alguien deplora el maltrato a los animales y votó a la señora Ayuso, no puede lamentarse después de que la Comunidad de Madrid haya levantado la prohibición de ciertos espectáculos taurinos especialmente crueles como son los llamados “el toro embolado” y “el toro enmaromado”. Ni de que esta financie generosamente las corridas de toros a pesar del cada vez más exiguo volumen de adeptos que despiertan. La señora Ayuso se manifestó en la campaña electoral a favor de promocionar la llamada “fiesta nacional”, por lo que no caben sorpresas.

 

Ya sabemos que el voto de las personas en una especie de integral donde se suman y mezclan la ideología con los intereses particulares del votante. La inmensa mayoría de los votantes de la señora Ayuso necesitan de los servicios públicos en su vida cotidiana. Esa mayoría no podría costear una educación secundaria o universitaria privadas para sus hijos, ni una sanidad privada para su familia. Solo a una pequeña minoría de votantes no le afectan los recortes de estos servicios. Dado que el PP obtuvo mayorías en muchos barrios obreros de Madrid, ello podría indicar que la componente ideológica a favor de la derecha, o en contra de la izquierda, tiene mucho más peso en los votantes madrileños que sus intereses personales. De hecho, la señora Ayuso apenas habló en su campaña de los servicios públicos —no habría sido muy rentable desvelar abiertamente sus intenciones— y si lo hizo acerca de ETA, del peligro del comunismo, de su idea de libertad,  de su confrontación permanente con el presidente Sánchez y de sus pactos con el independentismo catalán. Es decir atizó, de forma muy conveniente para sus intereses, la componente ideológica.

 

Pero, desde hace siglos, los intereses básicos de las personas para poder llevar una vida sin grandes sobresaltos son muy simples: tener suficientes recursos para comer, acceder a una vivienda para formar una familia, salud, educación y protección en la vejez. La ETA, el independentismo y las broncas políticas tienen tal vez su importancia pero esta es muy relativa con respecto a esas necesidades básicas.

 

Las políticas de vivienda pública de la Comunidad de Madrid son prácticamente inexistentes; esta también se niega a poner restricciones al precio de los alquileres y a la expansión de los pisos turísticos; las listas de espera en la sanidad pública son las más altas de España; su política educativa se traduce en favorecer la presencia de la Iglesia Católica en la enseñanza secundaria y en la universidad; Madrid tiene las tasas más altas de enseñanza concertada y de universidades privadas de toda España; también es la comunidad donde, ante la inoperancia de la sanidad pública, los ciudadanos contratan más con seguros sanitarios privados.

 

Es decir, las necesidades básicas de las personas de rentas medias y bajas han sido en gran medida desatendidas por los sucesivos gobiernos del PP y esa desatención se ha agravado desde que la señora Ayuso accedió al poder.

 

Tal vez sería más beneficioso para muchos de esos votantes dejar por un tiempo de lado la ideología y dar una oportunidad a los partidos que ponen entre sus primeras prioridades el reforzamiento y la financiación adecuada de los servicios públicos. De lo contrario, tendrán que seguir lamentando en el futuro que los leopardos a los que votaron se empeñen en comerse su cara.


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