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"Lo que la oruga llama 'el fin', el resto del mundo lo llama 'mariposa'."

La deriva plebiscitaria

La deriva plebiscitaria

Cuando se habla de la americanización (sea económica, cultural, etc.) suele haber dos tipos de postura: mientras los integrados tienden a pensar que la americanización es un signo de los tiempos (las modas que nos llegan de los USA marcan tendencia), los apocalípticos tienden a pensar, en cambio, que de todo lo que nos llega solemos quedarnos con lo malo. Curiosamente, en los años noventa la política española importó dos cosas de los USA: por un lado, el PP importó las políticas de polarización que los republicanos estaban empleando contra Bill Clinton, en tanto que los socialistas importaron las primarias. 


Que el PP de Aznar hiciera lo primero cuadraba mucho con el perfil del personaje que lo dirigía, pero que los socialistas importasen las primarias no deja de ser intrigante. Pero vayamos por partes respecto a esto último, a fin de distinguir dos fases en esta importación de un procedimiento novedoso de selección de los líderes: las primarias. Si nos fijamos, esta decisión no deja de tener una cierta ironía, por cuanto los socialistas adoptaban sin saberlo un procedimiento electivo que era responsable en buena parte de la polarización que se había alcanzado en EEUU por esas fechas. El papel de las primarias en este proceso es fácil de entender, desde el momento en que los políticos tienen que atender las demandas de los militantes que representan el ala más radical y fundamentalista de cada partido. Este modus operandi puede entenderse en países como EEUU, donde los partidos no pasan de ser meras plataformas de lanzamiento de los candidatos, pero su traslación a Europa, con otra cultura política, no dejaba de plantear interrogantes, salvo que se quisiera convertir los partidos europeos en partidos plataforma. Pese a todo ello, el PSOE adoptó tal decisión llegando al punto de no retorno en el preciso momento en que un candidato como Joaquín Almunia, que había llegado a la Secretaría General por designación de Felipe González, pero que no había heredado su carisma, se sintió impelido a conseguirlo por esa vía, sin percatarse de que dicha vía no estaba pensada para él, sino para un outsider como Josep Borrell. Que tal fórmula condujese a un estropicio organizativo de gran calibre como fue la crisis de la bicefalia socialista a finales de los noventa (preludio de la primera mayoría absoluta del PP) no fue óbice para que la fórmula prosperara y arraigara en el partido. 

 

En una segunda fase, Pedro Sánchez se sirve del momentum populista de la década pasada para llevar la fórmula a sus últimas consecuencias y aprovechar su victoria épica en las primarias de 2017 para cambiar el modelo de partido. Pues una vez derrotado el establishment socialista (que había cerrado filas en torno a Susana Díaz), la nueva dirección procedió al vaciado ideológico del partido y ya nada impidió la conversión del PSOE en un partido plataforma al servicio de su candidato, convertido, a su vez, en líder indiscutible del llamado “bloque progresista”. Al calor de las primarias, se coció, entre otras, la idea de considerar a Podemos “socio preferente”, premonitoria de toda la trayectoria posterior del PSOE, toda vez que lo que empezó pareciendo un gesto táctico orientado a recuperar a los votantes que habían emigrado a Podemos en 2015 se convirtió con el tiempo en una fórmula de arrastre de los votantes socialistas hasta los postulados de Podemos. Por el camino, el PSOE fue rebasando sucesivas líneas rojas que implicaban renunciar al consabido objetivo de autonomía estratégica (“la mayoría social de progreso”), renuncia que Sánchez fue compensando mediante una deriva plebiscitaria en la que los objetivos tradicionales de la socialdemocracia quedaban suplantados por las exigencias cada vez más radicalizadas y extravagantes de sus socios. En cualquier caso, Sánchez había encontrado la coartada perfecta para acallar las críticas, ante la amenaza existencial representada por Vox, solo comparable a la amenaza que en su día representó la entrada de la CEDA en el gobierno de Lerroux (“antesala del fascismo”, de acuerdo con la retórica republicano-socialista del momento).

 

Con tan elemental premisa, tras las últimas elecciones generales el PSOE puso en marcha las negociaciones para la tercera investidura de Sánchez, que apeló una vez más a las bases con la siguiente pregunta: “¿Apoyas el acuerdo para formar un gobierno con Sumar y lograr el apoyo de otras formaciones políticas para alcanzar la mayoría necesaria?” La cual llevaba a otra pregunta: ¿cabía la posibilidad de que los eventuales acuerdos con estas “otras formaciones” entrasen en colisión con el acuerdo conseguido con Sumar? Nada de esto pareció desanimar a la militancia, que respaldó a Sánchez de forma masiva (87,1%), pese a tratarse de una duda razonable, tal como se demostró en la primera votación de la legislatura, cuando Junts se desentendió de la aprobación de los primeros decretos del gobierno (“ómnibus”, “anticrisis” …) y se ausentó de la votación, provocando una votación de infarto que ponía en evidencia la precariedad del nuevo gobierno. 

 

Llegamos así al punto crítico de la deriva plebiscitaria, con motivo del discurso de Sánchez ante el Comité Federal del PSOE (28/10/2023), en el que la nueva estrategia socialista quedaba resumida en un eslogan: “Hacer de la necesidad virtud”. Todo un corolario del cesarismo, que culminaba una dinámica sin precedentes en la socialdemocracia europea y que un curtido líder socialista como Cándido Méndez glosaba así: “en un minuto ha habido un giro copernicano en la estrategia del PSOE, donde la responsabilidad ha traspasado del secretario general al Comité Federal, que ha respondido con un aplauso ensordecedor. (…) ¿A qué ha renunciado el PSOE? A ser un partido de mayoría social”. Para cerrar el círculo, Sánchez hizo un amago de desistimiento epistolar tras la citación judicial de su esposa por presunto tráfico de influencias, operación encaminada a asegurarse el control interno del partido ante la incomodidad derivada de los primeros casos de corrupción (recordemos que Pedro Sánchez había llegado a la Presidencia del gobierno mediante una moción de censura llamada a acabar con la corrupción del PP), que se cerró con el consabido cierre de filas y la aclaración, por si había dudas, del ministro Puente de que Sánchez era “el puto amo”. El PSOE entró así en una fase de exaltación peronista que llevó a convertir a la esposa de Sánchez en eslogan durante la campaña de las elecciones europeas (“FreeBego”). Si a partir de ahí, el líder supremo opta por convertir a los medios y a los jueces en adversarios y pretende saltar por encima de ellos para conseguir una comunión espiritual con su pueblo, ya no estamos ante un proyecto político propiamente dicho sino ante una misión evangélica que solo podía terminar de la manera como hemos visto este fin de semana en Sevilla. Un partido político convertido en un búnker que solo tiene un santo y seña: “La lealtad por toda regla”. Amén. 


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