“Llévale a la abuelita Isabel un pantallazo de una tarta de chocolate sin chocolate de un novio suyo pidiendo a María Jesús, Tesorera Mayor de la Congregación del Palacio del Monóculo, que le perdone, que está dispuesto a buscar el cacao que haga falta para reponerlo”. “Igual“, añadió, “la abuelita Isabel se deslumbra al hacerse público ese dato confidencial y se desmaya”.
Eso le dijo una servidora de Pedrito Rojo, que se alisaba un imaginario bigote felino con una sonrisa maliciosa, a un Lobato Feroz que no le caía bien a su amo. Esperaban que de camino a su abuelita buscaría setas y que se envenenaría con alguna de ellas reacia a la luz maligna de una pantalla de móvil.
Pero Lobato Feroz, suspicaz de un Pedrito Rojo que pensaba que le había engañado a él, y a todos, numerosas veces con anterioridad, se paró en una posada donde mientras le daban una rica sopa de champiñones de lata no caducada el posadero, llamado Notario de tanto apuntar los impagos de sus clientes, le hizo una copia mostrando que la falta de chocolate de la tarta de chocolate era porque un Aldama en pena le había hecho antes una taza de cacao venezolano en lugar de una de Koldo de cocido.
Continuó su camino Lobato Feroz hasta que le paró un alguacil de estado civil general fiscalizador, diciéndole que iba por un camino equivocado. Le señaló asimismo alguien que no merecía la confianza de sus congéneres al haberse parado arteramente en la posada para resguardarse de las inclemencias del camino. Lobato Feroz salió respondón diciendo que todos los caminos llevan a Sevilla y que si le hacía Pedrito Rojo la vida difícil se quejaría de ello contándolo todo, o en parte, a todos los animalitos del bosque.
Al término de su relato, los animalitos del bosque se rieron, unos de unos, otros de otros. Nadie entendía nada. Parecía el asunto solo para iniciados con clave para abrir sin riesgo un código QR malévolamente infectado.
A Lobato Feroz se le puso mueca de enfado e incluso echó alguna lágrima pensando que Pedrito Rojo quiso engatusarle para que se envenenara al llevarle el pantallazo a su abuelita Isabel que es de armas tomar. “Pues yo también”, dijo Lobato Feroz, asustado por el atrevimiento de haberse parado en la posada, adentrándose en la espesura más profunda del bosque donde pululan hasta extraterrestres que creen que en esta vida y en este bosque se puede pensar en los demás.
Lobato Feroz se desvaneció en la maleza siguiendo su camino en dirección a Sevilla, o no, mientras los animalitos del bosque se miraban los unos a los otros. “¿Llegará?”, se preguntaban. “¿Lobato Feroz podrá esta vez con Pedrito Rojo?”.
“Pronto lo sabremos si no le dan antes una manzana con cibergusanos venenosos”, zanjó Blancanieves que casualmente pasaba por allí antes de que el bosque la engullera a ella también arrastrada por la madrastra de un Palacio encantado ante los ojos horrorizados de sus siete enanitos enamorados.