En Ucrania, si Trump cumple su propósito de ponerse de acuerdo con Putin para acabar pronto con el conflicto, la elección europea será entre: a) conformarse con una paz negociada entre Trump y Putin (¿y Zelensky?), b) intentar influir en el resultado o, c) enfrentarse a Trump. Para esto último debería eventualmente la UE cargar con toda la ayuda a Ucrania cosa que Europa tampoco quiere hacer, ni tiene capacidad para ello, por lo que lo más sensato debiera ser la segunda opción.
Habrá que ver lo que harán países que contribuyen más que nosotros en ayudar a Kiev como, por ejemplo, Alemania o Francia (y el RU), pero no hay que olvidar que Crimea fue históricamente más rusa que ucraniana (unos 175 años frente casi 70) y que en el Donbas siempre han sido más rusófilos que prooccidentales, sin perjuicio de que nada de ello justifica que Rusia agrediera militarmente a Ucrania. En todo caso, el objetivo inicial ruso era el de controlar toda Ucrania y eso no lo ha lo ha conseguido, un logro, o victoria de Ucrania que conservará su independencia incluso cediendo territorios. En este sentido debe reivindicarse el Acta Final de Helsinki que gobierna la seguridad en Europa desde 1975 y que Moscú ha violado. Rusia no debe volver a invadir otro país en Europa ni amenazarnos con el empleo de armas nucleares.
Aunque Ucrania perdiese una parte de su territorio, unos ucranianos en paz e imbricados en el mundo occidental, como desean, serán más prósperos a medio plazo que los rusos, lo que también será algo preocupante para el Kremlin gobierne quien gobierne. Históricamente conviene fijarse en el ejemplo finlandés que cuando la segunda guerra mundial resistió una invasión rusa, aunque perdiese al firmar la paz un 20 % de su territorio.
También está la cuestión del eventual ingreso de Ucrania en la UE y/o en la OTAN. Lo primero parece posible siempre que se den las condiciones políticas y económicas para ello entre las que debiera de tener su consideración el haber resuelto los problemas territoriales con todos sus vecinos, no solamente con Rusia. En cuanto al ingreso en la OTAN no deja de estar relacionado con el ingreso en la UE en el sentido que la Alianza no deja de ser un elemento esencial de la defensa europea y, consecuentemente, de la Unión, sin perjuicio de que una Ucrania en la OTAN incrementaría el riesgo de un conflicto abierto aliado con Rusia si bien puede reforzar la disuasión respecto a ese conflicto. Si no ingresase en la OTAN, la Alianza siempre puede proporcionarle un importante apoyo que contribuya a su disuasión frente a Rusia.
Ligado con lo anterior, está la cuestión de que en Kiev hay quienes argumentan con volver a tener armamento nuclear, a menos táctico, que, parece ser, podrían llegar a producir con los conocimientos adquiridos cuando formaban parte de la Unión Soviética. Conviene recordar que adhiriéndose en 1994 al Memorándum de Budapest renunciaron los ucranianos al armamento nuclear de la URSS desplegado en Ucrania a cambio del respeto por parte de Moscú de su integridad territorial que, sin embargo, el Kremlin ha violado amenazando, además, con empleos nucleares al tiempo que ha invadido Ucrania.
La presión ucraniana para volver a ser nuclear, abandonando el TNP, sería para, a cambio, ingresar en la OTAN que sí ofrece en principio protección nuclear (EEUU, RU y Francia). “O tener armas nucleares, o ingresar en la OTAN” sería el dilema que introducen. Es un tema delicado en el que, sin embargo, no debiera favorecerse que Ucrania vuelva a tener armamento nuclear y que debiera disociarse de su eventual ingreso en la Alianza. No hay que favorecer el incremento de países con armamento nuclear.
En el Oriente Medio, Trump puede hasta favorecer un solo Estado en Palestina y por ello deben los europeos insistir en mantener la solución de los dos Estados sin perjuicio de que mientras haya terrorismo será difícil abordar otras cuestiones que perjudican a los palestinos. Un alto el fuego es necesario en esa región, así como la liberación del más del centenar de los rehenes aún retenidos por Hamás fruto de su ataque terrorista del 7 de octubre de 2023. Por otra parte, hay que contribuir al mantenimiento de la UNRWA y abogar por unas negociaciones encaminadas a asegurar una paz duradera en la región. Habría que fomentar que los países árabes incrementen su influencia sobre los palestinos en detrimento de Irán (islámico y chía, pero no árabe donde los sunnís son claramente mayoritarios), y de los movimientos terroristas que los persas alimentan para lo que debieran los países ricos del Golfo contribuir, en todo caso, a un desarrollo económico en Palestina. Donde se come y hay prosperidad hay más interés por vivir en paz. Es evidente también que España debe recomponer su relación con Israel después de estar haciéndolo, afortunadamente con Argentina. Es imposible tener un papel relevante en el Oriente Medio sin una relación asentada con Israel.
En el ámbito Mediterráneo, debe seguir España recomponiendo también su relación con Argelia, interesada asimismo en vendernos su gas y nosotros en reemprender sin trabas un comercio conveniente para ambos países. Respecto al Sáhara Occidental se decantó España con el gobierno actual por una autonomía en el seno de Marruecos como la mejor solución sin llegar al reconocimiento de ese territorio como marroquí si bien ha abandonado la tradicional política de atenerse a lo que establezca Naciones Unidas.
La idea, que no es nueva, de un Sahara Occidental partido en dos del actual enviado especial del Secretario General de Naciones Unidas para el Sahara Occidental no parece muy viable. Fue Trump quien abrió la vía de reconocerlo como marroquí en su primer mandato, vía seguida por Francia que no duda en enviar a su Embajador en Marruecos a visitar esas “provincias del sur” acompañado de empresarios, y también por España, aunque de un modo más ambiguo ya que si es “la mejor solución” no descarta, pues, otras y, consecuentemente, un necesario consentimiento saharaui. Por su propia seguridad y la de las Islas Canarias importa a España quién controle el Sahara y debe determinar si prefiere que lo haga Marruecos, cercano al mundo occidental, o Argelia, próxima a Rusia, a través del Polisario al que condiciona plenamente.
Debe España tener un discurso claramente democrático en Latinoamérica sin perjuicio de mantener sus relaciones con todos y ejercer, consecuentemente, un liderazgo democrático como ocurrió claramente tras la Transición. Habrá que explicar la singularidad histórica de la relación española con dictaduras como la venezolana, nicaragüense o cubana, sin apoyarlas ni condonarlas, y con más motivo si Trump confirma su elección de una persona de origen cubano para dirigir el Departamento de Estado. Los vínculos históricos deben cuidarse, así como los comerciales, especialmente ahora que Latinoamérica podría llegar a ser más un patio trasero chino que estadounidense.
Debe rechazarse la exigencia de que España pida perdón por haber colonizado América. No obstante, tampoco debiera ser difícil reconocer que en nuestra colonización, bastante modélica, también hubo excesos. Eso mismo ha admitido el Papa respecto de la evangelización en territorios que fueron conquistados tanto con la espada como con la cruz. Es una vía seria y unilateral por explorar sin perjuicio de que a algunos les pueda parecer excesiva y a otros insuficiente.
Respecto de la cooperación internacional debería España invertir un 0,7 % del PIB, centrándola prioritariamente en el África occidental, más próxima a las Canarias, al tiempo que esta cooperación debe enmarcarse claramente en el diseño de nuestra política exterior que incluye asimismo las operaciones de mantenimiento de la paz y otras para garantizar nuestra seguridad en los marcos de la ONU, de la Unión Europea, de la Alianza Atlántica y el regional que más nos afecta y que requieren una actuación claramente liderada por el Presidente del Gobierno y el Ministerio de Exteriores con la colaboración esencial de otros ministerios como, en primer lugar, el de Defensa o el de Interior. La acción exterior del Estado solo puede ser una por razones orgánicas y de eficacia.
Debe, naturalmente, mantenerse la reclamación sobre Gibraltar lo que no obvia un trato deferente y amistoso con la población gibraltareña sin cuyo concurso jamás se recuperará en términos políticos el Peñón, siendo importante asimismo llegar a un acuerdo con el RU a través de la UE para mantener un tráfico fluido entre el Peñón y el Campo de Gibraltar y contribuir al desarrollo y prosperidad tanto de la colonia como del Campo. En todo caso, debiera ser públicamente más explícita España respecto de cuál sería en términos generales la situación de Gibraltar, que no puede ser un territorio independiente dadas las cláusulas del Tratado de Utrecht y la voluntad española de ejercer su opción de recuperar el Peñón, en la eventualidad de que el Peñón volviese a la soberanía española.
Lo lógico, que convendría explicar, es que Gibraltar fuese otra autonomía más con sus actuales Instituciones y su propio idioma, el inglés, que así sería otra lengua oficial en España. De todos modos y como regla general, conviene a España, sin perjuicio de defender sus legítimos intereses, mostrar una actitud amistosa y abierta con los residentes en el Peñón cuyo desarrollo tiene además un impacto en su vecindario al otro lado de la verja. La seguridad del Peñón, incluso la de carácter estratégico, afecta e interesa por igual a España.
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