En los últimos años, se han multiplicado los motivos de preocupación para las democracias. Primero fue el gobierno de Trump en EE.UU. entre 2016 y 2020; luego el de Bolsonaro en Brasil, de 2019 a 2023; y, en 2024, el triunfo de Milei en Argentina, el avance de la ultraderecha en las elecciones al parlamento europeo y la segunda victoria de Trump. En todas ellas han jugado un papel muy importante las campañas de desinformación. Los demócratas estamos desolados viendo cómo el autoritarismo se impone y, además, con malas artes. Pero la desolación puede y debe cambiar de bando si aprendemos a defendernos.
El fenómeno está ya suficientemente analizado: vivimos un ciclo de crecimiento global del autoritarismo cuyo objetivo último es terminar con las democracias. Se las acosa desde fuera con mecanismos de guerra híbrida por parte de las potencias autocráticas mundiales, como China y Rusia, y se las destruye desde dentro utilizando los propios procedimientos de la democracia para aupar al poder a los autócratas. Autócratas que, una vez en él, desactivan uno a uno todos los contrapoderes: los jueces, la prensa independiente, los partidos políticos y, finalmente, las elecciones libres.
Las redes sociales han sido el caldo de cultivo perfecto para la propagación de bulos, desinformación, descalificaciones a los adversarios y deslegitimación de las instituciones. Desde ellas, los enemigos de la democracia atacan a las estructuras que nos protegen y dan seguridad. Y también atacan a la ciencia, las dos únicas instituciones que nos han hecho avanzar como especie. Porque antipolítica y negacionismo van de la mano. Todo ello, ¿para qué?: para generar un vacío y una desconfianza generalizada hacia la política de las cuales surja el “hombre fuerte” que nos salvará a todos. Así ha sucedido en los casos de Trump, Bolsonaro y Milei y pretenden seguir por ese camino.
La red X, propiedad del trumpista Elon Musk, se ha empleado a fondo en esta tarea y, a juzgar por los resultados electorales, ha tenido éxito. Esta y otras redes también han jugado un papel destacado en el caso de la DANA de Valencia. Se han esforzado en difundir bulos sobre el número de fallecidos y en atacar las instituciones del Estado. Han procurado presentar a este como “fallido”, bajo el lema “solo el pueblo salva al pueblo”, y aprovechado de pasada para llamar a no pagar impuestos.
Pero la antipolítica ha dado un paso más y se ha instalado en los medios de comunicación convencionales de la mano de presentadores estrella como Ana Rosa Quintana, Pablo Motos e Iker Jiménez. En el programa “TardeAR”, y con motivo de la DANA, la primera dijo literalmente: “Todos lo han hecho francamente mal, … , todos somos Estado, precisamente eso es lo que ha fallado, porque no ha existido el Estado, todos ellos tendrían que dimitir”. También, junto con el segundo en “El hormiguero”, manipularon y descalificaron la supuesta frase de Pedro Sánchez “si quieren ayuda, que la pidan”, algo que este nunca dijo, como es fácil de comprobar en el video de su comparecencia. Por su parte, Iker Jiménez, en su programa Horizonte, difundió el bulo —desmentido por los hechos— de que había muchos cadáveres en el aparcamiento de Bonaire y afirmó que era una vergüenza que no se informara de ellos. Todo ello, en la línea de desautorizar al Gobierno central, al autonómico y a los medios de información solventes. En definitiva, al estado democrático, que es el único que puede hacer frente a una catástrofe de esa magnitud, que ha desplegado en Valencia más de 20.000 efectivos entre militares, policías y bomberos y ha destinado 16.000 millones a paliar los destrozos.
¿Qué podemos hacer frente a estas estrategias de desinformación masiva? Como dije en un trabajo anterior, por lo pronto darnos de baja de redes tóxicas y manipuladas como X. Ya han iniciado el camino periódicos británicos como The Guardian y españoles como La Vanguardia. También lo han hecho numerosos escritores, artistas, periodistas y partidos políticos de la izquierda. Se han propuesto como alternativas redes con filtros como Bluesky y Mastodon. La primera fue fundada por un ex-ejecutivo de Twitter y en ella el usuario puede decidir quién ve o no ve sus mensajes, evitar que otro usuario meta a uno en una conversación mencionándole, bloquear a listas enteras de usuarios y elegir qué quiere que le sugiera el algoritmo. La segunda se organiza en numerosas comunidades temáticas descentralizadas, cada una con su propia moderación. Cualquier usuario puede crear una nueva comunidad.
Las empresas también pueden tomar iniciativas, como hizo ING retirando la publicidad del programa de Iker Jiménez. Pero, sobre todo, se necesitan periodistas y medios independientes que dediquen esfuerzos a desmentir los bulos y denuncien a sus autores con nombres y apellidos. Ejemplos de ello podrían ser el programa de televisión “La Sexta Xplica” y la columna de Idafe Martín en El País. Este periodista lee todos los días la prensa de la “fachosfera” y enumera los bulos encontrados y sus autores. Harían falta muchos más espacios como estos.
También se pueden difundir enlaces de los organismos independientes que realizan la misma tarea, tales como el Instituto Nacional de Ciberseguridad (INCIBE), Newtral, Infoveritas, Maldita.es, EFE Verifica y Verifica RTVE.
El cine es asimismo un instrumento magnífico para combatir la desinformación, especialmente para los jóvenes, que desconocen gran parte de la historia y son fácilmente manipulables. En una encuesta reciente de 40dB, el 26% de los jóvenes afirmaba que preferiría, “en algunas circunstancias”, un gobierno autoritario a uno democrático. Si vieran, por ejemplo, la serie “Las abogadas” (RTVEPlay) sobre la matanza de los abogados laboralistas de Atocha en 1977, tal vez entenderían mejor en qué consiste un régimen autoritario.
Periodistas, cineastas, escritores y paginas web dedicadas a desmentir bulos son las armas que tenemos los demócratas para desenmascarar a los propagadores de mentiras y desinformación. Y todos ellos, y los medios que los amparan y financian, deben ser señalados con sus nombres y apellidos para su vergüenza pública. Son ellos y no los demócratas los que han de sentirse incómodos.