Presentándose como una acertada alegoría, la majestuosa estatua art déco del Cristo del Corcovado da la bienvenida este 18 y 19 de noviembre de 2024 a los líderes del G-20. Fulgurante, exuberante y caótica, Río de Janeiro se blinda para celebrar la decimoctava cumbre de esta agrupación, que lejos de desmoronarse, parece ser siempre la cita anual a la que la mayoría de los mandatarios no dejan de asistir. En esta ocasión, Brasil organiza tal evento, y se trata, sin duda, del único encuentro donde la diplomacia mundial se reúne en un formato directo, informal y fresco que permite acercar acuerdos y llegar a consensos de envergadura mundial. Si el G-20 nació en 2008 para coordinar a nivel internacional la gestión de una crisis financiera sin precedentes, hoy es un formato consolidado de alto nivel político, donde la ausencia de una secretaría permanente o de alguna carta fundacional no han sido impedimentos para su anclaje en la escena internacional.
El G-20 es en sí poderoso, y sus cifras lo corroboran. Este puñado de actores representan 85% PIB mundial, 80% del comercio internacional, dos tercios de la población del planeta y, además, son responsables de 76% de los gases de efecto invernadero. Se trata de una plataforma singular, donde diecinueve países, algunos desarrollados y otros en desarrollo, la Unión Europea y España ⸺como único invitado permanente⸺ configuran esta nueva forma de intercambio diplomático. En él convergen distintas ideologías políticas, democracias, autocracias e incluso monarquías; esa heterogeneidad es parte de su riqueza, representado así las líneas de poder del siglo XXI. Los líderes de todo el mundo saben que están atrapados en un constante desafío de la globalización en sus distintas vertientes, y los líderes del G-20, en particular, tienen las riendas para marcar esos pasos de gobernanza que se requieren. Si bien, la caída de la Banca Lehman Brothers en 2008 fue un síntoma claro de la falta de regulación suficiente de los mercados financieros globalizados, hoy el desafío del cambio climático, la seguridad alimentaria, la inteligencia artificial o la pobreza son desafíos que también requieren coordinación, donde la voluntad política constituye el ingrediente esencial.
Brasil diseña una agenda ambiciosa
En diciembre de 2023, Brasil asumió la presidencia del G-20 de la mano de Narendra Modi, Primer Ministro de la India, quien se congratulaba de haber logrado que el famoso “Sur global” tuviera más presencia al incluir de manera permanente en el grupo a la Unión Africana. Un logro más fastuoso que sustancial, si se advierte que ya desde hace varios años, la Unión Africana asistía habitualmente a las reuniones del G-20. Sin embargo, Luiz Inácio Lula da Silva abrazó con entusiasmo ser el tercer país latinoamericano en organizar una cumbre del G-20, donde entre sus primeras prioridades sería dar una voz más fuerte al Sur global, un concepto que parece contraponerse a la alineación de los desarrollados, frecuentemente reconocidos en el G-7.
Brasil es miembro del G-20 así como de los famosos BRICS (Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica). Se trata del país más grande del continente latinoamericano y es el sexto país con mayor población del mundo. Dado que el gobernante precedente, Jair Bolsonaro, realizó pésimas gestiones sociales, observándose cómo los índices de pobreza han vuelto a sacudir al gigante latinoamericano. En 2022, Brasil regresó a la lista de “inseguridad alimentaria severa” elaborada por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Brasil había abandonado esta lista en 2014, por lo que ahora el gran reto de Lula da Silva es dejarla de nuevo en los próximos años.
Pocas veces se ha visto una presidencia del G-20 tan dinámica como la que está encarnando Brasil en 2024.
Claramente influenciado por sus retos nacionales, el gobierno brasileño ha diseñado una agenda para el G-20 con tintes marcadamente sociales. Bajo el lema “Construyendo un mundo justo y un planeta sostenible”, la presidencia en turno de Brasil ha organizado a lo largo de 2024, una centena de reuniones de toda índole, tanto a nivel ministerial, como de grupos de trabajo o de agrupaciones de la sociedad civil en sus distintas áreas de especialidad. Para Brasil, las prioridades de su agenda se vertebran en tres grandes líneas: inclusión social, lucha contra el hambre y la pobreza; la reforma de las instituciones de la gobernanza mundial; el desarrollo sostenible, y la transición energética. Brasil entiende que la gestión del cambio climático pende de la voluntad política de sus protagonistas, esta gestión está íntimamente ligada a la educación, al empoderamiento de la mujer y a la imperiosa necesidad de poner fin del hambre y la pobreza. Una transición verde es para el país latinoamericano ⸺cuyo 49% de energía proviene de fuentes renovables⸺ una transición social y digital a la vez.
¿Qué pasos está dando Brasil en el seno del G-20?
Pocas veces se ha visto una presidencia del G-20 tan dinámica como la que está encarnando Brasil en 2024. Uno de sus mayores hitos, sin duda, ha sido el lanzamiento de la llamada Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza, cuya gestión estará articulada entre la FAO así como Brasilia, donde además de alinearse con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) se prevé que dejará de funcionar, a partir de 2030, cuando los objetivos hayan sido cumplidos. Brasil se ha movilizado tejiendo una colaboración entre distintos actores, como el Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe, una entidad que participa por primera vez en el G-20 y que ha confirmado su colaboración, así como la aportación de otros países como España y Noruega. Esta alianza será oficialmente reconocida en la cumbre de líderes de Río de Janeiro.
En esta misma línea, Brasil ha lanzado una propuesta ambiciosa sobre la posibilidad de recabar impuestos provenientes de las grandes fortunas. En julio de 2024, Brasil señalaba que según los estudios del economista francés Gabriel Zucman, quien sostiene que si todos los “megáricos”, aquellos que poseen una fortuna de 1000 millones de dólares o más, pudiesen pagar un impuesto del 2% sobre su riqueza, se podría recaudar entre 200 000 y 250 000 millones de dólares. Lula da Silva aseguraba que esto podría ser una gran herramienta para paliar grandes retos de nuestra era. Si bien, es aún una propuesta que no parece tener grandes apoyos, no se puede negar que Brasil está buscando distintas fórmulas que se materialicen gracias a un acuerdo mundial.
Asimismo, Brasil ha señalado la importancia de las instituciones financieras, apuntalando al Fondo Monetario Internacional, proponiendo que se haga uso de los Derechos Especiales de Giro, instrumento que se “desempolvó” en 2009 gracias a la inyección que hicieron los líderes del G-20 entonces, por un monto de 250 000 millones de dólares, para hacer frente a la crisis financiera. Hoy, Brasil propone el mismo instrumento para luchar contra el desafío de la inseguridad alimentaria y los efectos del cambio climático. Estos últimos no solo están afectando con severidad a las economías menos desarrolladas; las fuertes inundaciones en Alemania, Francia y, en las últimas semanas, en España, confirman la magnitud mundial del reto.
Tensiones geopolíticas a las puertas del G-20
La cumbre de líderes del G-20 es la ocasión para dialogar sobre la agenda de gobernanza mundial, pero también es la oportunidad para “desatascar” algunos compromisos diplomáticos que algunos de sus miembros llevan a cabo. Con una escena internacional más llena de incertidumbres que de certezas, y teniendo como telón de fondo dos conflictos bélicos de gran envergadura como la guerra entre Ucrania y Rusia, así como el conflicto en el Medio Oriente protagonizado entre Israel y Hamás, las tensiones no se han hecho esperar. En este sentido, cabe subrayar que Vladimir Putin será el único líder del G-20 en no poder acudir a la reunión, debido a que la Corte Penal Internacional (CPI) emitió una orden de detención contra el mandatario ruso en 2023, donde en teoría, los miembros del CPI tendría que verse en la obligación de arrestarlo. Brasil es miembro del CPI, y aunque Putin ha viajado a otros países, como Mongolia, sin ser detenido, la verdad reside en que la CPI no cuenta con medidas coercitivas al respecto y se basa en la teórica obligación de sus miembros en apoyar sus decisiones.
Sin embargo, una de las novedades entre los asistentes es la presencia en la cumbre de Claudia Sheinbaum, la primera Presidenta de México. Un gesto mayúsculo de la nueva etapa del gobierno mexicano que deja atrás la incomprensible inasistencia y cierto desdén por parte de su predecesor Andrés Manuel López Obrador, que no solía asistir a las reuniones del G-20, siendo representado entonces México por el Secretario de Relaciones Exteriores. Sheinbaum y Lula da Silva parecen tener cierta sintonía, una alineación política entre Brasil y México que hace mucho tiempo no se veía y que claramente se contrapone a la de Argentina. Mientras que Sheinbaum tendrá poco que hablar con el mandatario estadounidense Joseph R. Biden, al ser su última reunión, Javier Milei se congratula del nuevo gobierno estadounidense, siendo el único mandatario político del G-20 que se ha desplazado a Estados Unidos para felicitar personalmente a Donald Trump por su triunfo electoral. Aunque Trump no asistirá a la cumbre, la tensiones en torno a su nuevo mandato gravitarán en la reunión, claramente, esta nueva elección ha despertado hostilidad y recelo por parte de varios actores. México teme tensas relaciones comerciales y migratorias, luego que Trump amenazará con imponer altos aranceles si México no lograba desplazar de manera eficiente a su ejército en la frontera sur del país.
Asimismo, China también teme futuras tensas relaciones comerciales con Estados Unidos. Xi Jinping asistió a la cumbre, dado que es un socio comercial y político preferente de Brasil. Las relaciones comerciales están marcando las pautas de esta edición del G-20, sobre todo entre China y la Unión Europea, que han tensado sus relaciones después de que Europa impuso aranceles en octubre de 2024 a los vehículos eléctricos chinos, una medida que ha disgustado al gigante asiático y que ha respondido, lógicamente, imponiendo aranceles a algunos sectores claves europeos, como son el coñac, armañac o la grappa italiana. Sin duda, esta guerra comercial está tornándose áspera y está perjudicando gravemente a los fabricantes de dichas bebidas, por lo que Emmanuel Macron espera encontrar un punto de conciliación con Xi en el marco informal que ofrece el G-20.
Además, será nuevamente la ocasión para acercar posiciones comerciales entre la Unión Europea y el Mercado Común del Sur (Mercosur). Ese acuerdo que data desde el inicio del siglo XXI, sería una oportunidad para afianzar un mercado de 780 millones de personas, pero, sobre todo, sería una alianza política de fuerza, basada en lazos históricos y culturales entre los dos continentes.
IVETTE ORDÓÑEZ NÚÑEZ es doctora en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid. Es analista de política internacional enfocada al estudio de la gobernanza mundial, el G-20 y la Unión Europea. Es autora de El G-20 en la era Trump. El nacimiento de una nueva diplomacia mundial (Los Libros de La Catarata, 2017). Sígala en Twitter en @ordonez_ivette.