Una poderosa turbulencia, fraguada en Estados Unidos, descargará su fuerza sobre Europa. La izquierda debe estar atenta a los avisos que llegan desde el otro lado del Atlántico, porque las fuerzas progresistas han levantado sus más recientes construcciones en terreno inundable. Hay que dejar de leer los resultados electorales que han llevado a Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos como el simple triunfo de la demagogia populista y de las fake news – que, por supuesto, lo ha sido. Lo ocurrido el 5 de noviembre representa ante todo el rotundo fracaso de una izquierda que, hace años ya, abandonó a las clases laboriosas del país por las franjas ilustradas de las grandes urbes, y reemplazó la lucha de clases por una pugna inane de identidades.
Trump ha sabido captar el resentimiento y la ira de cuantos se sienten humillados. Ha pulsado hábilmente el resorte de la revuelta contra “las élites”, identificándolas con una izquierda arrogante e incapaz de mejorar las condiciones de vida del pueblo llano. Y ha verbalizado esa revuelta como un exabrupto racista y misógino. Lo que no ha sido óbice – antes al contrario – para congregar el voto de minorías raciales y mujeres. Sí, Trump ha arrasado. Pero lo ha hecho a pesar de perder cinco millones de votos con respecto a los resultados de los anteriores comicios presidenciales… merced a que Kamala Harris ha registrado, por su parte, una pérdida de quince millones de sufragios. Como dice el politólogo Yascha Mounk, profesor en la universidad Johns-Hopkins, “el problema no radica únicamente en la existencia de los populistas, sino en la impopularidad de las alternativas al populismo”. (“Le Monde”, 10-11/11/2024).
En un mismo sentido, tras describir los estragos que la desindustrialización y el ascenso de unas clases urbanas vinculadas a las finanzas y a la “economía del conocimiento” provocaron a lo largo de los años entre una población trabajadora, otrora dignificada, David Brooks escribía en las páginas del New York Times: “Tenían un abismo de desigualdad ante sus narices y, de algún modo, muchos demócratas han sido incapaces de verlo. (…) Supongo que es difícil abordar la desigualdad de clase cuando has ido a una universidad con una dotación multimillonaria y das conferencias sobre eco-blanqueo ambiental y diversidad cultural para una gran empresa. Donald Trump es un narcisista monstruoso, pero algo falla en una clase instruida que se mira en el espejo de una sociedad y sólo se ve a sí misma”.
Y es que las mismas corrientes de fondo, propiciadas por la crisis de la globalización neoliberal, se manifiestan en las distintas naciones postindustriales, donde la clase trabajadora tradicional se ha visto en gran medida precarizada y atomizada, las clases medias ven peligrar su estatus y el horizonte se llena de incertidumbres para todos. La desazón y la sensación de desamparo se doblan en desconfianza e ira contra las instituciones, y alcanzan al propio orden democrático. Eso es lo que explica el éxito del discurso anti-inmigración. La deportación masiva de inmigrantes ilegales ha sido una de las promesas estrella de candidato Trump. “Si la inmigración constituye un terreno propicio para la intoxicación informativa y las medias verdades amplificadas – escribe el cronista Philippe Bernard – es porque el tema se ha convertido en un atrápalo-todo emocional de gran potencial electoral, la base que permite lanzar una multitud de mensajes destinadas a responder a las frustraciones sociales y a las inquietudes acerca de la identidad, designando a los extranjeros como chivos expiatorios.” La propia intensidad de ese discurso explica, cuando menos en parte, la adhesión a Trump de una franja importante del voto latino. Acceder a la regularización y a la nacionalidad estadounidense no constituye sólo una mejoría administrativa, sino un auténtico cambio existencial, una “humanización” del migrante. Muchos de quienes lo logran miran con inquietud a los nuevos “ilegales”, viendo en ellos el reflejo de las penurias que dejaron atrás y el recordatorio de lo reciente de su ingreso a la nación. El penúltimo cierra la puerta al último. Toda una advertencia para la izquierda, que debe poner en práctica unas políticas serias de acogida e integración de los flujos migratorios – que seguirán produciéndose en los próximos años y constituyen un aporte imprescindible para el bienestar de nuestras envejecidas naciones -, pero sin ignorar ni anatemizar los temores que la rápida transformación del semblante de las sociedades suscita en sectores de las clases populares autóctonas.
No menos perplejidad ha causado el voto de las mujeres. Y no, las americanas no se han vuelto locas. Trump ha podido ganar en Estados donde las mujeres, por otro lado, en referéndum, han seguido defendiendo el derecho al aborto. ¿Hasta qué punto el frenético transactivismo de la administración Biden ha contribuido al desastre? Quizá no sea fácil evaluarlo con exactitud. Pero, pasar de la lucha legítima contra la discriminación por razón de orientación sexual a la aceptación de los autodiagnósticos de menores y adolescentes – a cuyos malestares, de posibles orígenes multifactoriales, se da como salida tratamientos experimentales de efectos irreversibles -, ha contribuido sin duda a la debacle demócrata. La izquierda ha abandonado la ciencia por las creencias sectarias. Y Trump ha podido enarbolar la bandera del sentido común, llamando a proteger a chicos y chicas de mutilaciones y medicaciones hormonales. La gente de a pie entiende el discurso simple y directo de Trump, no la oscura jerga de Judith Butler. Pero cuando la izquierda cede la razón a la extrema derecha, ésta sabe aprovechar la brecha abierta para ir introduciendo toda su agenda de retorno a las viejas pautas patriarcales. La amarga lección americana reclama a gritos a la izquierda que recomponga su vinculación histórica con el feminismo de la igualdad.
“La victoria de Trump – señala también Yascha Mounk – sitúa a Europa en una profunda crisis geopolítica, económica y de identidad. Su primer mandato hubiese tenido que hacer comprender a los europeos que su modelo histórico puede acabar y que su defensa no puede depender por completo de Estados Unidos. El continente hubiese tenido que desarrollar su autonomía estratégica, de la que se habla mucho pero que sigue sin existir. (…) Apenas ahora, Europa empieza a entender que Trump representa mucho más que un extraño paréntesis en la historia americana. Europa tendrá que resolver sus problemas de manera autónoma en un contexto mucho más peligroso, debido a la guerra en Ucrania”. La existencia de liderazgos próximos a Trump, como los de Giorgia Meloni y Viktor Orban, demuestra que “el peligro de que los populistas se impongan en países que hasta ahora se les han resistido es muy real. Tras el 5 de noviembre, Marine Le Pen tiene mayores posibilidades de convertirse en la próxima presidenta de la República francesa. La crisis institucional y epistemológica (de la izquierda) que se da en América está avanzando también, aunque sea de modo más lento, en Francia.” Y en el resto de la UE, cabría añadir.
Esa es la misma preocupación de lleva a Thomas Piketty a lanzar un llamamiento a reaccionar ante el choque trumpista, proponiendo la constitución de lo que denomina “un núcleo duro para salvar a Europa”. Es decir, la superación de la parálisis que puede inducir la toma de decisiones a partir de la regla de la unanimidad entre 27 Estados miembros de la Unión, mediante la ampliación de la ya existente Asamblea parlamentaria franco-alemana a países como España e Italia para acordar políticas de impulso comunitario, con un efecto tractor sobre el conjunto de Europa. Observa el economista que, si bien Alemania ha sido siempre reticente al endeudamiento mancomunado, “una parte creciente de la opinión alemana comprende ya que el país tiene una necesidad urgente de invertir en infraestructuras, en las regiones desheredadas del Este y en el conjunto del territorio. Esa es la opinión compartida por la mayoría de los economistas alemanes, a la que recientemente se ha sumado una amplia franja de la patronal. Y es esa cuestión la que ha hecho estallar la coalición entre socialdemócratas y liberales”.
Sin embargo, para que ese núcleo duro fuese operativo, precisa Piketty, debería hacer posible la confluencia de distintas visiones políticas. “El informe Draghi tiene un enfoque liberal y tecnófilo: el antiguo presidente del BCE insiste sobre las subvenciones públicas a determinadas inversiones privadas, en la industria, la inteligencia artificial y los polos de excelencia de las grandes metrópolis. (…) La izquierda, por su lado, pondrá el acento en la inversión social, en educación y sanidad, en las infraestructuras abiertas a la mayoría, en los barrios pobres y en las periferias urbanas, así como en los objetivos de la justicia fiscal”. (“Le Monde”, 10-11/11/2024)
Interesante propuesta. Más allá del debate sobre su viabilidad y pertinencia, es indiscutible que la izquierda tiene que resituarse ante el cambio de escenario que se está produciendo a nivel mundial y acelerar el impulso federal de la construcción europea. Los desafíos son mayúsculos y las amenazas concretas. Ucrania puede ser la primera víctima del aislacionismo americano. No hay tiempo que perder.