A 35 años de la caída del Muro de Berlín.
Han pasado 35 años desde que el Muro de Berlín fue derribado por manos alemanas, simbolizando una victoria histórica para la libertad y la esperanza de una era de paz y unidad en Europa. La caída del muro no solo marcó el fin de una división física, sino también el colapso de una barrera ideológica que había fragmentado al mundo. No obstante, hoy en día, el espíritu de esa época parece desvanecido frente a un panorama de conflictos, tensiones y polarización. La esperanza de un mundo pacífico y cooperativo ha sido reemplazada por el desasosiego ante conflictos como la guerra entre Rusia y Ucrania, el conflicto entre Israel y Palestina, la fragmentación de la Unión Europea, el auge de liderazgos populistas y la intervención de grandes corporaciones estadounidenses que moldean la opinión pública y las políticas mundiales. ¿Cómo llegamos a este punto, y qué podemos hacer para revivir la esperanza en un futuro de cooperación y justicia?
Las nuevas murallas del siglo XXI: Rusia y Ucrania, Israel y Palestina
La guerra entre Rusia y Ucrania es un claro recordatorio de las divisiones y rivalidades que el derribo del Muro de Berlín parecía haber superado. Vladimir Putin, con su visión de restaurar la influencia de Rusia en el espacio post-soviético, desafía abiertamente la soberanía de Ucrania y, por extensión, los principios de paz y autodeterminación defendidos por Occidente. Este conflicto ha dejado claro que los ideales de la posguerra fría no han logrado instaurarse plenamente y que los antiguos resentimientos y ambiciones geopolíticas aún permean el sistema internacional.
Al otro lado del mundo, el conflicto israelí-palestino sigue mostrando la incapacidad de la comunidad internacional para resolver disputas prolongadas. La ofensiva de Israel en Gaza y la respuesta de Hamás ponen de manifiesto la desesperanza de ambas sociedades, atrapadas en una espiral de violencia que parece no tener fin. La actitud intransigente del gobierno israelí, especialmente bajo la dirección de líderes como Benjamín Netanyahu, responde más a una política de fuerza que a un compromiso genuino con la paz, debilitando aún más la imagen de una solución posible.
Ambos conflictos revelan la fragilidad de los esfuerzos internacionales y la falta de un liderazgo eficaz que trabaje para lograr acuerdos duraderos. La ONU, la OTAN y otros organismos, otrora pilares de un mundo en paz, se ven limitados por la falta de cooperación y consenso. La guerra en Ucrania y la crisis en Palestina reflejan una realidad paradójica: aunque el muro de Berlín fue derribado, otros muros, ideológicos y físicos, han sido levantados en todo el mundo.
La Unión Europea: fragmentación, extrema derecha y dependencia de EE. UU.
La Unión Europea, diseñada como un baluarte de paz y cooperación, también se encuentra en una encrucijada. Frente a la creciente influencia de potencias externas, especialmente de Estados Unidos y de China, la UE sigue sin una visión geopolítica que le permita enfrentar el futuro con seguridad. El auge de la extrema derecha en varios países miembros, como en Hungría, Polonia, Italia y Francia, fragmenta la cohesión de un proyecto que surgió con la idea de superar los nacionalismos del siglo XX. Estos movimientos, impulsados por la disconformidad y el descontento de amplios sectores de la sociedad, capitalizan los miedos y resentimientos hacia la globalización y la inmigración.
Por otro lado, la dependencia de Europa de Estados Unidos en materia de seguridad la sitúa en una posición vulnerable, particularmente en un contexto en el que el compromiso de Estados Unidos con la defensa europea ha sido cuestionado, como ocurrió durante el mandato de Donald Trump. "Europa debe aprender a defenderse", advertía recientemente el analista europeo Ulrich Speck, quien señala la urgencia de una autonomía estratégica frente a un aliado tan volátil, la falta de un proyecto común, capaz de anticiparse a los cambios globales, es un problema estructural que socava el propósito mismo de la Unión. En lugar de enfrentar retos como el cambio climático, la innovación tecnológica o la crisis de refugiados con una postura firme, los líderes europeos parecen estar atrapados en una contienda electoral interminable, en la que los problemas estructurales ceden terreno a promesas de corto plazo y agendas fragmentadas. Como afirmó Alexis de Tocqueville: "Las naciones son el resultado de una suma de instituciones y no de una mera agrupación de ciudadanos". Hoy, las instituciones europeas carecen de cohesión y visión para enfrentar el desafío.
El poder de las grandes corporaciones y el poder absoluto de Trump
En el continente americano, la reciente candidatura de Donald Trump, apoyada por grandes corporaciones estadounidenses y figuras liberal libertaria como Elon Musk, vuelve a resaltar la influencia de actores privados en la política. Trump, respaldado por corporaciones y multimillonarios, representa una visión del mundo que prioriza el individualismo y la desregulación económica sobre el bienestar común. Estos actores, entre los que también destacan nombres como Peter Thiel y Robert Mercer, defienden una peligrosa ideología liberal libertaria que desafía los valores tradicionales de democracia y bienestar social. Musk, a través de plataformas como X (anteriormente Twitter), se ha convertido en un referente para movimientos populistas que cuestionan el sistema político, alimentando una sociedad cada vez más polarizada y desconfiada.
El impacto de estos líderes no es solo económico, sino cultural y político. La narrativa libertaria promovida por estos empresarios fomenta una sociedad fragmentada y enfocada en el individualismo. Según el politólogo Francis Fukuyama, "la democracia se ve amenazada no solo desde fuera, sino también desde dentro, por la fragmentación social y la polarización alimentada por redes y corporaciones que priorizan sus intereses económicos sobre el interés común".
Crisis y el poder de la imagen
A nivel mundial, la democracia se ha vuelto vulnerable a la influencia de populismos y líderes preocupados más por su imagen que por la resolución de problemas estructurales. La constante exposición en redes sociales obliga a los políticos a priorizar la popularidad instantánea sobre decisiones complejas que, aunque impopulares, podrían resolver problemas de fondo. Esta dinámica alimenta una política de espectáculo, en la que la percepción pública y el marketing superan la gobernanza efectiva.
El sociólogo Zygmunt Bauman ya advertía sobre esta tendencia en la sociedad líquida: "Vivimos en tiempos donde la apariencia vale más que la esencia y el corto plazo reina sobre el largo plazo". En este contexto, las democracias carecen de un liderazgo sólido y de instituciones fuertes capaces de resistir las presiones de la opinión pública volátil, el marketing político y las redes sociales.
Recuperar la ilusión: hacia una sociedad civil fortalecida
¿Qué podemos hacer para recuperar la ilusión y fortalecer nuestras sociedades? En primer lugar, es esencial fomentar una educación que promueva el pensamiento crítico y la participación ciudadana. Una ciudadanía informada y activa es la base de cualquier democracia sólida. Además, los gobiernos deben regular de manera efectiva el poder de las grandes corporaciones tecnológicas, promoviendo la transparencia y limitando su capacidad de influir en los procesos democráticos.
Es fundamental también promover un proyecto europeo que se anticipe a los cambios globales, estableciendo una identidad común basada en la solidaridad y la autonomía estratégica. La UE debe defender con firmeza sus valores, sin depender exclusivamente de Estados Unidos ni sucumbir a los movimientos nacionalistas que buscan dividirla.
Para construir una política que responda a los desafíos del siglo XXI, es crucial que los líderes superen la superficialidad y retomen la esencia de la gobernanza responsable. Solo a través de instituciones sólidas, una ciudadanía activa y una visión común de futuro, se podrá construir un mundo en el que la esperanza del derribo del Muro de Berlín renazca. Como decía Martin Luther King Jr., "tenemos que construir diques de coraje para contener la marea del miedo". Hoy, ese coraje debe traducirse en un compromiso renovado con la democracia, la justicia y la paz, principios que nunca deberían ser sacrificados en aras de intereses inmediatos o económicos.
La tarea es monumental, pero es indispensable. Si algo nos enseña la historia es que el cambio, aunque lento, es posible si se trabaja con decisión y unidad.
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