Viví en primera persona y de forma muy curiosa la caída del Muro de Berlín. Aquel 9 de noviembre de 1989 estaba en la base de Torrejón de Ardoz acompañando al ministro Francisco Fernández Ordóñez mientras esperábamos a un pequeño avión francés. La Troika comunitaria que en aquel momento integraban Francia, España e Irlanda viajaba ese día a Túnez para ver a Yasser Arafat.
Mientras esperábamos, el ministro recibió una llamada del presidente Felipe González que con ironía le preguntó si no iba en la dirección equivocada porque lo importante ese día ocurría en Europa Central. En el avión iban los tres ministros, Roland Dumas, Fernández Ordóñez y el irlandés Collins, acompañados cada uno por su director general para asuntos de Oriente Medio, que era mi cargo en aquel momento. El avión era muy pequeño y lo llenábamos entre los seis viajeros que íbamos literalmente unos encima de otros, y eso me permitió escuchar lo que hablaban los ministros y me asombró el desconcierto francés ante la reunificación alemana. No solo no la esperaban sino que tampoco la deseaban (“quiero tanto a Alemania que prefiero que haya dos”, decía François Mauriac), y además la temían pues no en vano Francia había sufrido tres derrotas ante ella en los últimos cien años y, lo peor, París no tenía un plan de contingencia preparado para esa eventualidad. Eso es lo que más me sorprendió. Durante el viaje de Madrid a Túnez, un Mitterrand muy nervioso llamó tres veces a Dumas pidiendo la convocatoria urgente de un Consejo Europeo para tratar del asunto, mientras Dumas le respondía que eso requería tiempo y preparación previa. Fernández Ordóñez, siempre con los faros largos puestos, decía que que la reunificación era inevitable y que lo importante era meter a la Alemania unificada en la OTAN para controlarla y evitar que fuera por libre. Tenía mucha razón.
Mucho han cambiado Europa y el mundo desde aquella noche de 1989 que anunció el fin de la Guerra Fría, de la Unión Soviética, de la bipolaridad, del Comunismo, del Telón de Acero y de la Destrucción Mutua Asegurada (MAD) y vio nacer una Europa de libertades, una Alemania unida y una etapa de prosperidad e incontestada hegemonía norteamericana que saltaría por los aires con los atentados terroristas el 11 de septiembre en Nueva York y en Washington. El gran fracaso de esos años ha sido no lograr integrar a Rusia en la nueva arquitectura de seguridad europea, y la culpa es compartida pues tampoco Rusia ha ayudado al pasar en esos años de ser una democracia imperfecta con Yeltsin a convertirse en una dictadura perfecta con Putin, como bien ha dicho Vladimir Kara-Murza.
Al sueño de Gorbachov de una Europa unida desde el Algarve a los Urales ha sucedido una nueva división de Europa por culpa del nerviosismo ruso que ha querido ver una amenaza existencial en la expansión de la OTAN hacia los paises de la antigua URSS, y que ha hecho saltar por los aires la arquitectura de seguridad europea entronizada en el Acta Final de Helsinki de 1975. La condenable invasión de Ucrania ha hecho correr por la espina dorsal de muchos europeos el temor a una Tercera Guerra Mundial que Moscú procura azuzar porque también conviene a sus planes. Putin sueña el imposible de dar a Rusia el peso internacional que tuvo la URSS y quiere dotarse de una zona de influencia en Europa usando sus fronteras como referencia. Es una ambición llena de riesgo y además imposible porque -a pesar de ser potencia nuclear- con un PIB ligeramente superior al de Italia, Rusia no puede jugar en Champions.
Hay dos características que hay que tener en cuenta al analizar el momento actual: la creciente militarización del pensamiento geopolítico y la impunidad con la que hoy actúan algunos países.
Hoy es muy preocupante la aparente normalidad con la que se habla de guerra y con la que los medios citan las que tenemos abiertas en Europa Central y en Oriente Medio. Pone también los pelos de punta la ligereza con la que analizan el peligro nuclear en un mundo en el que los controles han desaparecido: el Acuerdo Nunn-Lugar, el Tratado Cielos Abiertos, y el Tratado INF (sobre misiles de medio alcance en Europa) mientras se ha dejado en suspenso el Tratado START sobre misiles intercontinentales. Además Rusia ha renunciado a la cláusula de no utilizar la primera el arma nuclear. Bob Woodward cuenta en “War” que EEUU estimó en un escalofriante 50% la posibilidad de que Moscú recurriera al uso de armas nucleares tácticas en Ucrania en 2022. Esa militarización del pensamiento político se ve también en la entrada de Suecia y Finlandia en la OTAN, en el aumento de los presupuestos de defensa de los paises miembros, y en el mismo gasto mundial en Defensa que en 2023 alcanzó la cifra récord de 4,1 billones de dólares (más que el PIB de Brasil) con un aumento del 7% con respecto al año anterior. Por no hablar del restablecimiento del servicio militar en países Bálticos, Croacia, Serbia, Suecia y otros.
En cuanto a la impunidad, no hay más que echar un vistazo en derredor para comprobar cómo algunos países se toman la justicia -o la injusticia- por su mano cuando no les agrada el panorama que les rodea. Es lo que ha hecho Putin en Ucrania al considerar que sus intereses de seguridad no podían tolerar una deriva occidental por parte del gobierno de Kiev que la acercase a la Unión Europea y, menos aún, a la OTAN. Es lo que antes hicieron los Estados Unidos en Irán, Vietnam y otros lugares, China en Tíbet y Hong Kong, y es lo que hace actualmente Israel con amparo norteamericano al desbordar su legítimo derecho a la propia defensa con una respuesta desmesurada que viola las leyes de la guerra y el Derecho Internacional Humanitario. Algunos países que se consideran Estados-Civilización como China, Rusia o India teorizan no estar sometidos a la actual geopolítica que ellos estiman diseñada para legitimar un dominio de Occidente que ellos rechazan.
La consecuencia de esta combinación de militarización ideológica y de impunidad fáctica conduce a la inestabilidad global que padecemos y a la que los populismos de izquierdas y de derechas -que de todos hay- tratan de responder con medidas tan simplistas como ineficaces, pero capaces de captar la atención de los muchos damnificados por los excesos del orden liberal instaurado desde la caída del Muro de Berlín, gentes que tienen trabajo pero no logran llegar a fin de mes.
La situación se agrava porque una serie de países del Sur Global se alinean con China y Rusia para pedir un cambio en el reparto de la tarta del poder que hicieron los vencedores de la 2 GM, y también unas nuevas reglas que ordenen la geopolítica mundial. En las conferencias de San Francisco, Bretton Woods y otras se crearon las Naciones Unidas, el FMI, el Banco Mundial etc. y los vencedores de 1945 se reservaron su control. Pero ha pasado mucho tiempo y no tiene sentido que Francia, por ejemplo, esté en el Consejo de Seguridad y no lo esté la India que también es potencia nuclear y tiene 1400 millones de habitantes. Como tampoco lo tiene que entre sus miembros permanentes no haya ningún país africano porque en aquella ya lejana época todavía eran colonias. De igual manera esos países exigen un cambio en las normas que regulan las relaciones internacionales en el siglo XXI porque acusan a las actuales de ser demasiado blancas, cristianas, masculinas y occidentales. Hoy, por ejemplo, las Naciones Unidas que tienen 193 miembros no podrían adoptar por unanimidad la Declaración Universal de Derechos Humanos como hizo en 1948 una ONU de tan solo 53 países. Lo que no se adapta se rompe y la geopolítica también necesita tener en cuenta los cambios que se han producido en los últimos ochenta años.
Tras 1945 y 1989, enfrentamos hoy otro parteaguas histórico y el ambiente no favorece que las grandes potencias se sienten para enfrentarlo con el sosiego necesario para llegar a acuerdos.
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