Hace ahora 35 años caía el Muro de Berlín. Alemania se unificaba, Europa central y del Este abrazaban la democracia y la economía de mercado, y se ponía fin así a la Guerra Fría entre Occidente y el bloque comunista liderado por la Unión Soviética. Durante los años noventa del siglo pasado, se relanzó el sistema multilateral, con especial protagonismo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y la cooperación internacional. La OTAN y Rusia crearon el Partenariado por la Paz. Se reforzó también los procesos de integración regional, particularmente el europeo, con el Tratado de Maastricht de 1992 (moneda única, pilar de seguridad y defensa, etcétera). La geopolítica cruda y la competencia entre potencias aparecían entonces confinadas al baúl de la historia, se hablaba incluso del fin de la misma, y en todo caso se abrió una era de expectativas positivas sobre un futuro mejor.
Sin embargo, “fast forward” al año 2024 y nos encontramos con un mundo extremadamente diferente al de 1989, y sobre todo geopolíticamente hostil, mucho más inseguro e inestable que el mundo bipolar de la Guerra Fría, y el que siguió a la caída del Muro de Berlín. Un orden, el de la post-guerra fría, que ha colapsado definitivamente con la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022, con el remate final de la vuelta de Trump a la Casa Blanca en 2025.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Y qué podemos hacer al respecto? El orden que surgió del colapso de la Unión Soviética y sus satélites a principios de los años 90 se caracterizó por:
- La primacía de Occidente y sobre todo de Estados Unidos.
- Ola de democratización en el antiguo bloque comunista y en el llamado Tercer Mundo, pero con excepciones notables: China.
- Globalización económica de corte neoliberal, reducción de la pobreza a nivel mundial, pujanza de las economías emergentes (China, Brasil, India), redistribución del poder económico.
- Cooperación y multilateralismo frente a competición geopolítica.
- Debilitamiento de la competición ideológica izquierda-derecha.
- Profundización de la integración europea: Tratado de Maastricht (1992).
Pero este modelo tenía debilidades importantes:
- La economía de mercado y la democracia no siempre van de la mano (China, con el tiempo, Rusia)
- El fin del mundo bipolar no resolvía por sí mismo otros problemas y focos de conflicto: Afganistán y los talibanes, Israel-Palestina, Irán.
- La globalización favoreció a muchos países en vías de desarrollo, pero agravó los problemas ambientales (cambio climático), y las desigualdades sociales y económicas en los países del primer mundo (competencia fiscal, deslocalizaciones industriales, despoblación del mundo rural, etc.)
- Cambios tecnológicos con profundos efectos sociales y políticos: internet, telefonía móvil, redes sociales.
- Como consecuencia de los dos anteriores, mayor polarización política, reaparición de los nacional-populismos de extrema derecha, crisis de la democracia liberal: Orbán, Le Pen, Milei, Johnson, Trump.
- Creciente unilateralismo por parte los Estados Unidos, particularmente con George Bush junior (Salida unilateral del Tratado de Misiles Antibalísticos en 2002, invasión de Irak en 2003)
- Integración monetaria europea sin pilar fiscal y federalismo político limitado.
El deterioro del orden de la Post-Guerra Fría ha sido progresivo:
- 2001-2003. Ataques terroristas del 11 de septiembre y sesgo unilateral de la política exterior de los Estados Unidos.
- 2007-2014: Crisis financiera y económica, resultado de una creencia ciega en las bondades del libre mercado y la desregulación.
- 2014: Primera agresión de Rusia a Ucrania. Anexión de Crimea.
- 2016: Referéndum en favor del Brexit y victoria de Trump en los Estados Unidos.
- 2020: Pandemia del coronavirus.
- 2022: Invasión rusa de Ucrania.
Como consecuencia de todo ello, el sistema internacional actual se caracteriza por:
- Primacía económica y militar de los Estados Unidos en términos absolutos, pero pérdida de poder relativa frente a China.
- Carácter impredecible de la relación transatlántica.
- Retroceso del proceso de democratización en el mundo, y de la calidad de la democracia en el interior de los países.
- Aparición de potencias revisionistas de carácter autoritario que se oponen a la primacía occidental y al orden multilateral basado en reglas y surgido tras la II Guerra Mundial, en favor de lógicas de poder, y creciente cooperación entre las mismas: Rusia, China, Irán, Corea del Norte.
- Nuevas dialécticas: democracia-autoritarismo, tecnocracia-populismo.
- Re-equilibrio del poder económico mundial en favor del “Sur Global”.
- Importancia de los flujos migratorios y manipulación política de los mismos.
- Aceleración del cambio climático.
- Focos persistentes de inestabilidad: Sahel, Oriente Medio.
- Una Europa más integrada pero no lo suficiente y que pierde peso económico, competitividad, y capacidad tecnológica frente a Estados Unidos y China.
Ante este panorama, la Rusia de Putin, la China de Xi Jinping, y los Estados Unidos de Trump, obligan a la Unión Europea a integrarse más rápidamente en su dimensión política, exterior, y de seguridad y defensa, es decir, a profundizar su proceso de federalización, y a implementar urgentemente las recomendaciones de los informes de Letta y Draghi, ya que sin un refuerzo de su capacidad económica y tecnológica, no puede garantizar su soberanía estratégica, para no depender en exceso de terceros en sectores y productos sensibles, ni proyectar eficazmente su acción exterior. El orden bipolar y la OTAN eximían a la UE de preocuparse por su propio sistema defensivo. También la era de cooperación internacional y primacía occidental, sobre todo de los Estados Unidos, que se abrió tras la caída del Muro de Berlín, pero que como se decía ha llegado a su fin.
Como dice Josep Borrell, Alto Representante de la UE para los Asuntos Exteriores y la Política de Seguridad, Europa ha de aprender a hablar el lenguaje del poder. Esto requiere también aumentar sus capacidades europeas de seguridad y defensa, para ser capaces de proyectar credibilidad a nuestros discursos y posicionamientos políticos, y estabilidad en nuestro entorno cercano, y hacer frente a al arco de inseguridad que rodea a Europa, desde el Golfo de Guinea y el Sahel, hasta el mar báltico.
El refuerzo de la integración política, y de la política exterior y de seguridad común es necesaria para preservar nuestros intereses como europeos, pero también para defender nuestros valores en el mundo: respeto a los Derechos Humanos y al Derecho Internacional, resolución pacífica de los conflictos, y el establecimiento de un modelo de economía social de mercado a nivel mundial que proteja la democracia. Solo Europa puede liderar esta visión de la gobernanza planetaria, y para ello ha de tener aliados. Europa debe mejorar interlocución entre Occidente y el Sur Global en particular, en torno a valores e intereses compartidos.
No es fácil, como ha puesto de relieve la percepción negativa que se tiene en Asia, África y América Latina sobre la posición europea ante la guerra de Ucrania, por un lado, y el conflicto entre Israel-Palestina, por otro. Pero la pregunta que debemos hacer a nuestros amigos en el resto del mundo es la siguiente: ¿Qué les conviene más, un mundo dominado por la competición geopolítica entre potencias continentales, algunas de ellas autoritarias, o bien uno articulado sobre el sistema multilateral, la integración regional y la cooperación? Y la que debemos responder afirmativamente los europeos es si estamos dispuestos a reformar el sistema multilateral, dominado por Occidente, para re-equilibrarlo en favor de los países en vías de desarrollo y emergentes.
Si apostamos por lo segundo, Europa y todos los países de buena voluntad deben desplegar esfuerzos conmensurables a los ideales que pregonan.
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Domènec Miguel Ruiz Devesa es un consultor, economista y político español. Diputado en el Parlamento Europeo desde 2019 hasta 2024 dentro del Grupo de la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas.