Sirva el ejemplo hispano -particular como todos, con ingredientes compartibles con otros- para mostrar el gigantesco salto de España en capacidades militares en 35 años, un desarrollo que confirma que cualquier tiempo pasado fue anterior, que no mejor. Al final de la década de los 80 del siglo XX España se encontraba en plena transición militar, desde una organización con escaso arraigo democrático e ineficiente, intensiva en personal no profesional de leva obligatoria, transformándose desde su misión principal de proteger al Régimen de los españoles a pasar a defender el país de amenazas externas.
Desde entonces, entre 1989 y 2024, ha ocurrido de todo: declive ruso, cercanía hasta crearse un amistoso Consejo OTAN-Rusia en 2002, empoderamiento ruso y última fase de choque frontal; hemos asistido al desbloqueo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y a un nuevo bloqueo; al fracaso inducido del multilateralismo por intervenciones militares desastrosas en Afganistán, Irak, hoy en Ucrania y en todo Oriente Próximo por parte de Israel y aliados; el mundo ha presenciado en este periodo la emergencia de China, la profesionalización de los ejércitos y su salto tecnológico.
Lo más peculiar en perspectiva podría ser la idealización actual de la propia Guerra Fría, a pesar de la inversión pública disparada de la carrera nuclear y espacial ligadas; de las guerras por delegación, del patrocinio de golpes de Estado en medio planeta; de la destrucción mutua casi asegurada... Reconozcamos únicamente la habilidad durante la Guerra Fría de externalizar la violencia militar hacia territorios no europeos ni norteamericanos.
Otra de las sorpresas no menor de estas tres décadas largas ha sido la supervivencia de la OTAN: instrumento político del diálogo trasatlántico, organización única en la homogeneización de materiales y procedimientos militares, cadena de transmisión del mando norteamericano sobre Europa, que hoy parece gozar de una salud envidiable sin reinventarse cuando ha desaparecido el marco geoestratégico que la creó. La OTAN sobrevivió al fin de la Guerra Fría, se fue hasta Afganistán en busca de argumentos y se ha extendido hasta las mismas fronteras de Rusia, integrando buena parte de la Europa oriental.
Con todo uno de los fenómenos más relevantes, por actual, porque rompe tendencias, porque ofrece síntomas de continuidad, es una nueva carrera de armamento a nivel mundial que concentra recursos ingentes destinados al choque bélico contra alguien, o quizá contra nadie, alimentando una nueva guerra fría.
La foto que nos ofrece el instituto de análisis sueco SIPRI muestra que el gasto militar mundial aumentó en 2023 por noveno año consecutivo hasta alcanzar el máximo histórico de 2,44 billones de dólares. Por primera vez en una década el gasto militar aumentó en todo el planeta, con incrementos especialmente importantes en Europa, Asia y Oceanía y Oriente Medio. En Latinoamérica también, se militariza la seguridad interior.
Rusia aumentó un 24% su gasto militar hasta alcanzar una cifra estimada de 109.000 millones de dólares en 2023, lo que supone un incremento del 57% desde 2014, año en el que se anexionó Crimea.
En 2023, los 31 miembros de la OTAN gastaron 1,34 billones de dólares, lo que equivale al 55% del gasto militar mundial. El gasto militar de EE.UU. en solitario aumentó hasta alcanzar los 916.000 millones de dólares en 2023.
El gasto en Defensa de Europa sumó en 2023 un total de 407.000 millones de dólares, que acumula un crecimiento del 43% desde 2014.
De lo anterior se deduce que el gasto en Defensa acumulado de los países de Europa occidental cuadruplica el de Rusia, a pesar de que la presidenta de la Comisión Europea advertía recientemente que se estaban igualando; y que Estados Unidos multiplica por nueve el gasto en Defensa de Rusia, y triplica el de China.
El gasto militar mundial en 2024, el de Estados Unidos, el de Europa, ya supera el del final de la Guerra Fría, con conflictos incendiados que han contribuido a extender su necesidad en Ucrania, Israel y todos sus vecinos, el mar de China-Taiwán y otros que interesan menos como Sudán o centro África.
En territorio OTAN, el objetivo de destinar a Defensa el 2% del PIB marcado en 2014 como horizonte casi utópico se ha convertido una década más tarde en suelo obligado para empezar a hablar.
Volviendo a España, que es lo que más nos interesa, porque desde aquí vemos el resto del globo, el gasto en Defensa se ha incrementado más del 60% desde que llegó el actual Gobierno de coalición de izquierdas en 2018.
Más allá del esfuerzo económico en la Defensa, el mundo militar se ha visto alterado en las últimas décadas también por la cualidad de las armas, su transformación tecnológica, los sistemas no solo aéreos no tripulados, el carácter dual -también civil- de la mayor parte de las tecnologías utilizadas en un conflicto armado, muy especialmente la información y los drones; las armas letales autónomas que ya han abandonado el mundo de la ciencia ficción; la ciberseguridad omnipresente.
Todos los conflictos armados son campo de experimentación de los próximos sistemas de armas, Ucrania e Israel- Palestina-Líbano son hoy campos de maniobras, con la tecnología aplicada para la selección automatizada de objetivos, el asesinato masivo de civiles, la limpieza étnica o el terrorismo tecnológico en un tercer país no combatiente, todo lo hemos visto ya. Existe unanimidad en que ninguno de los dos conflictos se resolverá por la vía militar.
El mito construido sobre la Guerra Fría del siglo XX lo dibuja como una época ciertamente peligrosa, pero bastante estable, y en muchos aspectos con un compromiso estatal y ciudadano que convendría imitar en nuestros días, mito que ha sido alimentado en los años posteriores, en tiempos ahora de fragmentación y conexiones múltiples y permanentes que nos hacen añorar la simplificación de aquella política de bloques.
La incertidumbre actual nos hace añorar una inventada etapa previsible y estable. Aunque quizá no fuera exactamente así. Cuesta encontrar en el pasado la supuesta edad de oro que hoy convendría imitar en materia de armamento y gasto militar.
En el presente escenario internacional, planteémonos si existe amenaza existencial que justifique una carrera de armamento como la actual. Aceptemos que vivimos en un sistema internacional en crisis, pues la arquitectura de seguridad y control de armamento de la Guerra Fría han sido desmantelados y no alcanzamos a ver su sustituto.
La seguridad, la defensa, se puede interpretar desde un enfoque objetivo, cuantificable, número de víctimas, de conflictos vivos, de gasto en armamento; y desde un enfoque subjetivo, la sensación de inseguridad, y en este punto cabría preguntarse cuánto de la inseguridad subjetiva actual ha surgido por generación espontánea, amenazas objetivas, o ha sido inducida por los intereses económicos y políticos que salen beneficiados; cuánto tiene de inercia y de economías con un decisivo componente industrial militar. En este sentido, EEUU como potencia militar indiscutible, no discutida, podría basar la continuidad de su hegemonía en lo que se siente más fuerte que es el músculo militar.
Algo profundo ha cambiado en las tres décadas trascurridas desde el final de la Guerra Fría. La última década del siglo XX efectivamente vivió presupuestos militares a la baja y la resolución de conflictos delegados al quedarse sin patrocinador. El jurista argentino y primer fiscal de la Corte Penal Internacional Luis Moreno Ocampo sitúa el punto de inflexión en la respuesta de Estados Unidos a los atentados del 11-S y la posterior invasión de Irak, como el momento en que la potencia hegemónica decide apostar por la guerra, por el tratamiento militar del terrorismo, al margen o por encima de la legalidad internacional simbolizada por Naciones Unidas, las armas como respuesta única a los conflictos, que se ha continuado durante más de una década hasta haber llegado en este 2024 a que la ONU es objetivo militar por parte de Israel en toda la Palestina histórica y en Líbano.
Parafraseando a Ocampo podríamos también afirmar que la respuesta armada como única receta tiene poderosos incentivos para perpetuarse en el tiempo, en concreto 2,44 billones de dólares de incentivos anuales.
Admitamos que 35 años después de la caída del muro vivimos una nueva guerra fría, aunque en esta ocasión con minúsculas, desconocemos los contendientes, no existe alternativa ideológica al capitalismo ni amenaza existencial nueva ni China es equiparable a la antigua URSS, tampoco Rusia.
Cualquiera que sea el escenario actual se mantiene la premisa de que el armamento es o debe ser un instrumento, nunca un fin en sí mismo, instrumento de una política para dar respuesta a conflictos internacionales que no pueden tener la fuerza militar como único argumento; lo militar es instrumento de una estrategia geopolítica no debatida ni explicitada en la que Europa y España han perdido claramente capacidad autónoma de decisión en los últimos años.
Toca pues empezar a robustecer de argumentos e iniciativas la alternativa al monólogo militar que tantos fracasos presenta antes y después de 1989. Esos argumentos los tenemos escritos en la Carta de las Naciones Unidas o en la Estrategia Europea de Seguridad, los valores que se pregonan y no se cumplen, el orden internacional basado en normas.
'La ley crea poder', dejó dicho Moreno Ocampo en visita reciente por Madrid. Sugiere juzgar a los máximos responsables de las actuales violaciones del derecho internacional, terminar con la impunidad de los responsables de las guerras de agresión, genocidio, crímenes de guerra y de lesa humanidad; discutir las estrategias en marcha; y presentar alternativas.
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