Todas las células vestidas de negro, alimentadas de tristeza, van en tropel por el cordón umbilical para dar nutrientes a la carne de tu carne. 

 

No hace falta ser ducho en epigenética, el sentido común sobra para imaginarse la pulsión cargadita de vida o muerte con la que va a nacer ese nuevo ser humano.

 

La niña nació con la pulsión a tope de negro ébano. De bien pequeña acompañaba a su madre camino arriba, sendero abajo, a la novena, a la misa de San Agustín, a la Asunción, a la Virgen del Pilar en Canido, a los Ramallos, a la Virgen de los Dolores, a la de Bembrive, a las barcas y su hermita de Coruxo, a San Blas, a poner velas con forma de tibia enana o de corazón roto, a las Relfas , a Santa Rita, donde compraban las rosquillas con olor a anís; lo único que podía anestesiarla cuando el practicante venía y le ponía la inyección en la barriga para quitarle los vómitos, y ni con esas, pues a ella se le venía encima y soltaba bilis por su boca pequeña y el practicante le decía con voz quebrada de humo a su madre: _ pois se non quere o medicamento, déixaa morrer !

 

Pero dejó de vomitar y se hizo moza y ayudaba a destilar el aguardiente en el albollo, y el vecino venía y decía paisana, con isto pódese destilar auga?

 

Y su madre ponía motes a todos y bajaban al lavadero y se cruzaban con unos y con otros y cuando ya los unos y los otros había pasado, su madre decía “ahí que vai o malas pulgas ”, “ mira o cú baixo ” , “ o charrao hoxe leva a camisa mirando o levante ”

 

Y no había casi hombres en casa porque solo eran su madre y ella, y un hermano que murió epiléptico y otro en Alicante, volviendo de maniobras, y otro que dieron por muerto y ocho años más tarde se escucharon gritos subiendo por el Marco “María, qué el Genaro vive, que sube por la cuesta” 

 

Y después vinieron el marido y el casar y seis hijos vivos, y después uno de los seis ya se enterró, y todos en la misma casa y mudó el nogal quince otoños y se casó la Maricarmen y la Mariluz y la Tere y solo quedaban dos en la casa. Ella y su madre.

 

Su madre.

 

Viejísima, como un fantasma gallego, como un papel de calco usado, como una revolución feminista de lo más pura pero renegando absolutamente de las revoluciones y del feminismo,  en la cama postrada desde el día de la Hispanidad hirviendo de fiebre, y un lunes 21 de Octubre la llama. Le dice: María, “ trae o leite ” y María que va y le posa la taza templada en los labios y retira y limpia con una servilleta de tela desteñida y con olor a lejía aguada y su madre reposa sus ojos vidriosos, teñidos de velos y capas y cascadas de lágrimas que fueron lloradas, y María recibe esos ojos color gris de quien ha dejado la primavera sobre la mesilla ajada y la madre sube su mano derecha huesuda y cierra su boca y con la mano huesuda izquierda cierra ambos párpados. Y así se entrega una vida. Y María no tiene tiempo a pensar en que nació con la epigenética del luto en el vientre y que hay dos modos de vivir: con aroma a  vida o con sabor a muerte.