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"Grave muerte espera a aquél a quien todo el mundo conoce y muere sin conocerse a sí mismo..."

Séneca 

Zapatero, el hombre que nunca se fue

Zapatero, el hombre que nunca se fue

Tiene cara de buen chico. Ojos claros, frente despejada, sonrisa abierta. Se trabuca algo al hablar y le sobran los circunloquios, las frases vacías de significado. Su historia es la de un político que no ha hecho en su vida más que política. Un practicante de la "politique politicienne". Cargos orgánicos, diputado durante siete legislaturas, líder del PSOE y presidente del Gobierno, España es un país en que se puede llegar al poder supremo sin haber sido siquiera concejal, sin experiencia en los vericuetos de la administración y sin haber aprendido cosa alguna sobre las artes de gobierno. Quizá por ello, Zapatero ha sido un hombre que se ha creído profeta. Anunció la tregua permanente de ETA y días después ocurrió el atentado contra la T4 en el aeropuerto de Barajas. Declaró que España volvía a ser un país europeo -"Volvemos a Europa"- en el momento más bajo de su prestigio internacional. Decretó que España militaba en la primera división de la economía mundial cuando ya eran visibles los efectos de la crisis de 2008. Creyó que la crisis era coyuntural, algo así como un bache cíclico y trató de combatirlo aumentando hasta límites insólitos el gasto público para estimular la demanda. 


La crisis, evidentemente, se volvió catastrófica y ello acabó con su proverbial fortuna política. Un profeta fallido, pues. Su política internacional se caracterizó por el antiamericanismo, sin darse cuenta de que para defender occidente y sus valores democráticos es imprescindible la colaboración norteamericana, cosa evidente desde la Gran Guerra a las guerras de Bosnia, Ucrania y Gaza/Líbano. Antiamericanismo y una paralela, digamos, querencia o devoción por los regímenes populistas de América Latina, por el peronismo de Kirchner, el tercermundismo de Lula, el indigenismo de Evo Morales y, peor todavía, por el régimen dictatorial de Venezuela, aparte de otras frecuentaciones poco recomendables como las de Obiang Nguema o Mohamed VI, países a los que viaja en compañía de Moratinos, su ministro de Exteriores y presunto lobista.

 

No todo fue malo durante su mandato: muchos le debemos el haber dejado de fumar con su ley antitabaco. Facilitó el matrimonio entre personas del mismo sexo, y de ello se envanece con justicia. Ahora parecen haberse echado en olvido sus equivocaciones garrafales. Zapatero ha resucitado a la voz de Pedro Sánchez, hace de intermediario con la extrema izquierda, se da cita con el prófugo Puigdemont y profetiza de nuevo los males que le esperan a España si la derecha llega al gobierno. Desempeña de manera informal el cargo de, llamémosle agente, asesor, enviado o encargado de asuntos exteriores. Ofrece, sin querer o deliberadamente, un liderazgo de recambio, tanto es su ascendiente sobre el moderno PSOE.

 

En realidad, el tránsito de la socialdemocracia al populismo empezó con él. Fue él quien descubrió la ventura de declararse hijo y nieto de los vencidos en la guerra civil, con un recuerdo expreso para el capitán Rodríguez Lozano, tratando de mantener viva la división fratricida de entonces. La memoria adornada con el remoquete de “democrática” (¿?) ha tratado de edificar nuevos muros entre las “dos Españas”, en retroceso clamoroso sobre la política de reconciliación nacional. "Más que socialdemócrata soy un demócrata social". "Ideología significa idea lógica", dijo en otra ocasión. ¡Bravo por la doctrina! “La España católica -acaba de pronunciar- no era una España de verdad”. ¡Otro gallo nos hubiera cantado si Felipe IV hubiera tenido un Zapatero en lugar de un Olivares como consejero áulico!

 

El expresidente acaba de coordinar un libro, apologético hasta el sonrojo, redactado por miembros de su equipo antiguo, titulado La democracia y sus derechos, con un prólogo harto elocuente. Sostiene el expresidente que la socialdemocracia, o sea, las “políticas basadas en la redistribución”, no es contradictoria con las “políticas identitarias”. O sea, que la igualdad es compatible con la desigualdad; que la promoción de la diferencia ya sea étnica, de género o de orientación sexual, debería de ser la nueva política de izquierda. La socialdemocracia convertida al capitalismo rosa. Una versión de la cultura woke para uso de izquierdistas huérfanos de ideas; asimilación de una ideología americana hecha por un hombre que se hizo famoso por aquel desprecio público a la bandera de las barras y estrellas.

 

No se sabe qué es peor, qué más desatinado en este prólogo. Cita a Norberto Bobbio y a Hannah Arendt, en un alarde de postiza erudición, para atribuirles ideas contrarias a las que sostuvieron. Bobbio, el escritor que diferenciaba a la izquierda de la derecha por su apego a los valores de igualdad, y Arendt, para quien “el derecho a tener derechos” no tenía sentido sin un Estado nacional que los amparase con la fuerza de sus leyes. “La democracia es esperanza, es acción, creatividad”, dice. Medrados estamos si la democracia se redujese a semejantes vaguedades.

 

Zapatero ha oficiado como actor invitado en los mítines de las pasadas elecciones europeas. Se ha revelado como “facilitador” en el exilio de Edmundo González, candidato vencedor en las elecciones de Venezuela, en un nuevo favor a Maduro, el tiranuelo de culebrón, al librarle de una presencia incómoda. Ha viajado a China. ¿Tendrán que ver estos viajes orientales con la posición de España, discrepante con la UE, en materia de aranceles? Le cuesta bajarse del carro de la política y ceñirse al papel institucional que debería tener un expresidente. No se da cuenta que, con estos trajines, le perdemos el respeto. Una lástima. La democracia española pierde con ello un original ideólogo y un pronosticador de primera línea


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