Fanon fue un hombre negro extraordinariamente sensible al racismo No es que el racismo fuera imaginario, ni mucho menos; es que era capaz de malinterpretar reacciones de extrañeza ante el color de su piel en un país de blancos, como era todavía la Francia de su época. Lejos de ser un marginado, Fanon fue una persona de clase media, físicamente agraciado, educada en la cultura francesa, un "evolué" se decía en la jerga colonial, buen prosista, de verbo seductor, médico alienista innovador, que alcanzó a dirigir el hospital psiquiátrico de Bilda en 1953, en las cercanías de Argel. Adam Schatz, el autor de La clínica rebelde, incurre en el pecado capital del biógrafo, que consiste en desposarse con el biografiado y justificar hasta sus desatinos. Aprecia consecuencia y continuidad donde hay serias incongruencias. Y hay varias fallas irremediables en el pensamiento de Fanon.

 

La primera es la que existe entre su apego a la identidad negra -su adhesión primera a las tesis sobre la negritud de Sedar Senghor- y la incomodidad que siente por su color de piel, al ser mirado como diferente. La anécdota del niño que señala a Fanon en el autobús y le dice a su mamá: mira, un negro! Una reacción parecida a la que tuve yo, según me contaba mi madre, la primera vez que vi a un negro y me eché a llorar. La que observé cuando vivía en Guinea y viajaba al interior de Camerún o Gabón: al parar en un poblado los niños escapaban gritando: ntang! ntang!, un blanco! Asombro o susto ante lo desacostumbrado pero no racismo. En sus últimos días, cuando una leucemia acabó con su vida, Fanon soñaba que los médicos trataban de blanquearle la piel metiéndolo en una lavadora. Un hombre obsesionado por la raza.

 

La otra incongruencia es más seria. Su vida en Argelia hizo de Fanon un fanático militante antifrancés, un combatiente por la descolonización. Un militante fascinado por la violencia que, según creía, era imprescindible para rescatar al colonizado y devolverle la estima de sí, formando una piña con el grupo de camaradas. La solidaridad que crea el terror., la fraternidad de la sangre. Tras la obsesión por la raza siguió la obsesión por la masacre. La dialéctica hegeliana del amo y el esclavo actualizada para la lucha anticolonial: para ser libre hace falta una degollina de blancos. Fascinado por violencia quiere decir atraído y horrorizado por ella. porque Fanon conservó cierta humanidad, un sentimiento de piedad. La guerra que estalló en 1954 fue una lucha terrible, que se desarrolló entre el terrorismo desaforado del FLN y la represión inmisericorde -torturas, desapariciones- del ejército francés, ese combate que tan bien retrató Gillo Pontecorvo, en su película sobre La batalla de Argel, una lucha que causó en torno a 250.000 muertos. Fanon, creo yo, conservó un fondo de nobleza en sus escritos y en su carácter. Las causas por las que batalló -la desaparición del racismo, el anticolonialismo, eran causas loables. Esa actitud de dejarse absorber por una causa y pensar que la vida no merece la pena si no está puesta al servicio de algo es muy de la época, la del engagement.

 

El Ché Guevara es representativo también de esa postura, parecido a Fanon en su apología de la guerra revolucionaria. Jean Paul Sartre acudió solícito a empeorar con un prólogo a "Los condenados de la tierra:" "matar a un europeo es matar dos pájaros de un tiro, suprimir a la vez a un opresor y a un oprimido". Shatz se pregunta si ese entusiasmo por la sangre -lo llama solamente retórica- pudo haber contribuido a las matanzas que tuvieron lugar en Argelia después del triunfo electoral de los islamistas del FIS y la guerra que siguió, tan mortífera o más que la guerra colonial. Es una pregunta ociosa. Dije al principio que Fanon no era muy conocido en España. Es cierto, con la excepción del País Vasco. En 1963, Federico Krutwig publicó en París un libro titulado Vasconia, que rápidamente se convirtió en una biblia para los jóvenes militantes de ETA. Krutwig consideraba al país vasco como una colonia conquistada, defendiendo la guerrilla y el terrorismo para combatir la "desnacionalización". Uno de los escritores en los que se apoyaba Krutwig era, naturalmente, Fanon. La editorial Txalaparta, vinculada al mundo abertzale, ha editado y reeditado Los condenados de la tierra. ¿Tendrá algo que ver ese libro con la violencia sanguinaria de los etarras? Una pregunta tan ociosa como la que formula Shatz en su libro, que es. a pesar de sus desenfoques "postcoloniales", una biografía interesante y documentada