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UN AÑO DE LA TRAGEDÍA PALESTINA

El riesgo del pueblo israelí y el fracaso de la Comunidad Internacional

El riesgo del pueblo israelí y el fracaso de la Comunidad Internacional

El próximo primer aniversario del ataque de Hamás a Israel y la brutal respuesta de este último, tanto en Gaza como ahora en el Líbano contra Hezbollah, ha vuelto a poner en evidencia dos cosas: los problemas graves que no se resuelven por sí solos y siempre están prestos a estallarnos en las manos, y, sobre todo, el rol reiteradamente fallido de la Comunidad Internacional en gestionar cualquiera de los asuntos que tiene en la agenda.

Paisaje tras la barbarie. Cruz De Castro


Los sucesos que comenzaron con el ataque sorpresa de Hamás, el más letal que ha sufrido Israel en su historia, desataron una ofensiva militar desproporcionada que ha afectado principalmente a la población civil palestina en Gaza, así como ahora a ciudadanos en el sur del Líbano por el enfrentamiento con Hezbollah. Pero quizás el mayor fracaso no se encuentre solo en la desorbitada violencia ejercida, alejada de cualquier consideración sobre la condición humana, sino en la incapacidad de una comunidad internacional llena de costosos expertos y organizaciones grandilocuentes, incapaces de detener la espiral de muerte y destrucción.

El rol de la comunidad internacional: la inacción de Naciones Unidas, la UE y Estados Unidos

Uno de los actores más denostados por su ineficacia en este contexto ha sido Naciones Unidas. Desde su fundación, el organismo ha sido incapaz de gestionar eficazmente el conflicto árabe-israelí. A pesar de haber emitido numerosas resoluciones que condenan la ocupación y las políticas de colonización de Israel, estas se quedan en papel mojado. Desde la resolución 242, que pedía la retirada de las fuerzas israelíes de los territorios ocupados, hasta las más recientes condenas al bloqueo de Gaza, el Consejo de Seguridad ha demostrado una parálisis evidente, que refleja los intereses de sus miembros más poderosos, particularmente Estados Unidos, con un ya periclitado y absurdo derecho de veto.

La Unión Europea, por su parte, también ha fallado en adoptar una postura firme. A menudo, su política exterior se encuentra atrapada entre su dependencia de Estados Unidos y el miedo a dañar sus relaciones económicas con Israel. El silencio de las principales potencias europeas durante los bombardeos masivos en Gaza y la escalada de violencia en el Líbano ha sido ensordecedor. En lugar de exigir un cese inmediato de las hostilidades utilizando medidas coercitivas con Israel, como ha hecho con Rusia, la UE ha adoptado una postura tibia, limitándose a llamar al "diálogo" sin ejercer una presión real sobre Israel.

Estados Unidos, sin embargo, sigue siendo el principal responsable del actual estado de impunidad de Israel. Desde la fundación del Estado de Israel en 1948, Washington ha sido su principal aliado, no solo en términos militares y económicos, sino también diplomáticos. Las administraciones estadounidenses, independientemente de su orientación política, han vetado resoluciones en Naciones Unidas que buscaban sancionar a Israel por violaciones a los derechos humanos y al derecho internacional. En este último conflicto, la administración de Joe Biden no ha sido la excepción. A pesar de los llamados de algunos sectores progresistas en el Congreso, Biden ha reiterado su "apoyo inquebrantable" a Israel, justificando las acciones militares como "autodefensa" y evitando cualquier crítica sustantiva al gobierno de Netanyahu.

Este apoyo incondicional a Israel ha sido objeto de críticas por parte de voces disidentes dentro de la propia sociedad israelí. Intelectuales como Gideon Levy y Amira Hass han señalado que la militarización de la sociedad israelí, junto con la narrativa del victimismo perpetuo, han llevado al país a un callejón sin salida. Levy, en particular, ha sido contundente al afirmar que Israel ha perdido su brújula moral, al anteponer la seguridad a cualquier consideración ética sobre los derechos de los palestinos.

La escalada del conflicto: ¿rumbo a una guerra regional?

La situación en Oriente Medio corre el riesgo de escalar hacia un conflicto regional de mayor magnitud. La intervención de Hezbollah desde el Líbano, con ataques esporádicos, pero significativos, ha añadido una nueva dimensión al conflicto. En este sentido, el papel de Irán, como principal patrocinador de Hezbollah, también podría agravar la situación. En un contexto global en el que las grandes potencias están cada vez más polarizadas, el riesgo de que el conflicto se extienda a otras partes de la región, involucrando a actores como Siria o incluso Turquía, no es descabellado. Ya nada lo es.

Sin embargo, la escalada no es solo militar, sino también política. El gobierno de Netanyahu, apoyado por sectores ultranacionalistas y religiosos, ha instrumentalizado el conflicto para consolidar su poder y desviar la atención de las protestas internas contra su controvertida reforma judicial, que buscaba evitar que esta actuara contra sus palmarios actos de corrupción. La sociedad civil israelí, que en los últimos meses había salido masivamente a las calles para protestar contra los intentos de Netanyahu de socavar la independencia del poder judicial, parece no estar viendo el peligro que suponen las políticas agresivas hacia los palestinos y hacia los países vecinos para el futuro del propio Israel.

Es aquí donde la crítica de Edward Said sobre el eurocentrismo cobra relevancia. Said, en su obra *Orientalismo*, denunciaba la visión simplista y reduccionista que desde Occidente se tiene sobre Oriente Medio, una visión que tiende a deshumanizar a los árabes y a reducir el conflicto a un choque entre "civilización" y "barbarie". Este enfoque ha dominado las narrativas tanto en Europa como en Estados Unidos, y ha justificado la inacción frente a los crímenes cometidos por Israel, presentándolos como necesarios para defender la "democracia" en un mar de tiranías.

 

 

 El futuro incierto de Israel y la posibilidad de una salida

El futuro de Israel está en entredicho. La actual política de confrontación perpetua no solo pone en riesgo la estabilidad de la región, sino también el propio futuro del Estado israelí. La falta de una solución política al conflicto palestino-israelí no puede, sino, debilitar aún más la legitimidad de Israel en la comunidad internacional, además de profundizar las divisiones internas.

Las palabras del intelectual israelí Avraham Burg, expresidente del Parlamento israelí, resuenan con fuerza en este contexto. Burg ha advertido que Israel no puede seguir siendo un Estado judío y democrático, al mismo tiempo si no resuelve la cuestión palestina. Para él, la ocupación y las políticas expansionistas son una amenaza existencial para el carácter democrático del país. Es posible que estas voces críticas dentro de Israel crezcan, pero hasta ahora han sido marginadas por una sociedad que sigue mayoritariamente alineada con la narrativa oficial del miedo y la seguridad.

En cuanto a las declaraciones significativas de los últimos meses, se destaca la de António Guterres, secretario general de la ONU, quien señaló que "la ocupación y el bloqueo son condiciones intolerables para cualquier sociedad". Estas palabras reflejan la frustración dentro de Naciones Unidas, pero lamentablemente no se han traducido en acciones concretas. Asimismo, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, llamó a un cese al fuego, pero evitó condenar de manera explícita la desproporcionada respuesta militar de Israel.

 ¿Es posible una salida?

El fin del conflicto no parece cercano, pero no es imposible. Cualquier solución debe pasar por una negociación política seria, que aborde no solo las cuestiones de seguridad, sino también los derechos de los palestinos, incluidos el fin de la ocupación y el bloqueo de Gaza, así como una solución justa para los refugiados. Para ello, la comunidad internacional, y especialmente Estados Unidos, deben cambiar su enfoque. En lugar de apoyar ciegamente a Israel, Washington debería presionar para que se retomen las negociaciones de paz y garantizar que ambas partes se comprometan a una solución de dos Estados viable.

Sin embargo, mientras persista la inacción de la comunidad internacional, el conflicto seguirá escalando, y los civiles seguirán pagando el precio de la violencia. Para que haya una salida, es necesario que tanto la sociedad israelí como los palestinos, junto con la comunidad internacional, reconozcan que la única solución duradera es la paz, y esta solo se logrará a través de la justicia y la seguridad.Texto en árabe 


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