Es bien sabido que los temas se colocan en el “candelero” según las necesidades del gobierno de turno. ¿Quién no recuerda aquel famoso “OTAN, de entrada NO”, para luego convertirse en “sí” a través de un referéndum? O las afirmaciones de Aznar sobre las armas de destrucción masiva, que no existían, pero nos aseguraba con total certeza: “Puede estar usted seguro, y todas las personas que nos ven, de que estoy diciendo la verdad”.
En tiempos recientes, primero llegaron los cambios en la legislación penal: la sedición desapareció, se desvirtuó la malversación, y se esfumó la rebelión. Después de las elecciones, y ante la necesidad de los siete escaños de Junts para formar gobierno, surgió la amnesia —o más bien la amnistía—, acompañada de los viajes de Santos Cerdán con su mochila cargada de borradores, para que los beneficiarios de la norma pudieran ajustarla a su gusto. Aunque aún no está claro quién engañó a quién: si el gato al ratón con la amnistía o el ratón al gato, atrapado por sus propias trampas.
Y ahora, con Salvador Illa necesitando los votos de ERC para presidir la Generalitat, aparece la cuestión de la financiación singular, el concierto económico o el "cuponazo" para Cataluña.
Algunas situaciones son más comprensibles que otras, pero esta es un auténtico despropósito: Lo que era difícil de imaginar no era solo el intento de amnistiar a Puigdemont y sus aliados, con lo que eso implica. Lo más sorprendente es ver a nuestra izquierda parlamentaria defendiendo los intereses de las regiones más ricas, en detrimento de las comunidades con menos recursos. Si me lo hubieran contado hace un año, no lo habría creído.
Y por si esto fuera poco, ahora nos encontramos con un Partido Popular erigiéndose como el adalid de la igualdad entre los españoles. Otro trago, amigo, porque ni borracho puedo dar crédito a tanto desvarío ideológico.
Lo peor es que intentan convencernos de que todo esto es por nuestro bien, que no tiene nada que ver con la lucha por el poder. Nos tratan como borregos, y lo más preocupante es que, en este seguimiento ciego al líder o al abanderado, parece más una cuestión de fe que de razón o realidad.
Si lo dice nuestro amado líder, le ponemos un lazo, y todos a defenderlo como si no hubiera un mañana: en las redes sociales, en las redes clientelares, y en las tertulias de periodistas y pseudo comunicadores de partido.
Es cierto lo que dicen: hay tiempos en que usar la razón puede ser peligroso. En ese caso, te conviertes en un bandolero social, un traidor a las directrices marcadas por el amado líder, el partido y sus simpatizantes.
El problema es que, con la financiación autonómica, muchos se juegan sus cargos. A la comunidad que se sienta perjudicada, el partido responsable del agravio la pagará caro, recorriendo durante años el desierto electoral.
Ante todo esto, te preguntas: ¿qué hay de lo nuestro? Mientras unos se preocupan por salvar su pellejo y otros por mantener sus puestos, el presidente se escapa con aquello de que se puede gobernar con mayoría parlamentaria... o sin ella. Y es que, con Congreso o sin Congreso, parece que nuestros males no tienen remedio, mientras el Manual de resistencia empieza a perder hojas con la llegada del otoño.