Además de ser impactado en las últimas horas por un intenso bombardeo israelí como reacción a los ataques en su territorio por parte de la milicia libanesa, aliada de Hamás, el Líbano fue sorprendido hace muy pocos días, y por dos consecutivos, por un número indeterminado de explosiones de buscapersonas (bípers) y walkie-talkies. Al cierre de esta columna, el saldo en Líbano es de cerca de 37 muertos y unos 3000 heridos. Israel no ha asumido su autoría, pero tampoco lo ha negado.

 

No siendo Hamás y Hezbolá sujetos del derecho internacional –pues, por sí mismos, no son Estados ni grupos beligerantes, los que en cambio sí gozan del reconocimiento internacional–, ambos grupos se configuran como actores que lidian contra Israel en lo que se denomina una guerra irregular. Este tipo de conflicto se produce entre un Estado (Israel), que sí es un sujeto de derecho internacional (tiene derechos y deberes, o si se prefiere, prerrogativas y obligaciones), y los otros dos, Hamás y Hezbolá, considerados organizaciones terroristas por Israel.

 

La mayor desgracia de estas guerras amorfas, en las que desde hace tiempo se vienen produciendo actuaciones con métodos no convencionales –prácticas proscritas por el derecho internacional–, es que no son otra cosa que acciones rechazadas por las naciones civilizadas, tal como lo prescribe la Carta de las Naciones Unidas de 1945. Además, se realizan en circunstancias marginales y contrarias a los Convenios de Ginebra de 1949, que consagran las prácticas permitidas para las guerras convencionales, en lo que se denomina derecho internacional humanitario.

 

 

Este es el marco conflictual que más asoma en Medio Oriente, y no una extensión de actores convencionales, como podrían ser Irán, enemigo acérrimo de Israel y tácito apoyo de Hamás y Hezbolá, o el Líbano como Estado propiamente dicho. Así visto, no parece probable, en consecuencia, una extensión de la guerra hacia otros actores convencionales del también llamado Oriente Próximo, visto desde Europa.

 

 

Resulta extraño advertir que sean los actores no convencionales como Hamás y Hezbolá los que pudieran ir, progresivamente, generando en su colisión contra Israel, actor convencional, un escenario de modificación de las prácticas de la guerra. Esta realidad constituye un nuevo panorama, sin duda, altamente riesgoso para la seguridad –no solamente del Medio Oriente– por la aparición en escena de prácticas letales por parte de actores en la guerra irregular.

 

 

Esto podría llevar a reflexiones sobre la nueva dimensión y los nuevos límites de las acciones bélicas o de combate en el sistema internacional, que, extrañamente, podrían ir modificando el orden mundial. Todo esto es impulsado por actores no precisamente convencionales, lo cual contrasta con lo que hasta ahora se ha estudiado dominantemente en la ciencia de las relaciones internacionales.

 

Todo lo anterior, aún en desarrollo.

 

 

(*) Excanciller del  Perú e Internacionalista