Siguen las aguas revueltas sobre los potenciales peligros de la IA, con el mundo científico y filosófico dividido en favorables y contrarios, libertarios y controladores, que se posicionan en uno solo de los polos del ying y el yang. Yuval Noha Harari anuncia toda clase de espantos y catástrofes a cargo de una IA insubordinada y vengativa que acabará por volverse contra sus creadores para acabar con ellos.
Del otro lado, los favorables enumeran las enormes ventajas que nos ayudarán a mejorar el mundo y los miles de aplicaciones sociales y sanitarias que alargarán la vida, harán más eficientes todos los procesos y nos harán más libres y felices en una arcadia venturosa donde manarán la leche y la miel (o lo que se considere estupendo en el futuro, que parece que eso de la leche y la miel queda un poco antiguo en ese nuevo entorno.)
Personalmente, creo que el verdadero peligro, lo que de verdad hay que controlar, prohibir y perseguir, viene determinado por nuestra tradicional naturaleza, proclive al desastre, unida a la posibilidad de conectarnos, mediante un dispositivo informático implantado en nuestros cerebros, a las enormes redes computacionales que se están creando: el peligro somos nosotros y nuestra tendencia hacia el mal.
Ese futuro “cyborg” informático, poseedor del enorme poder que esa conexión le proporcionaría, es el que personifica el verdadero peligro potencial de ese futuro tecnológico: la IA trabajando en consonancia y bajo un cerebro humano “computerizado” mediante la implantación de un hardware biocompatible y conectado al enorme potencial de las futuras redes. Es obvio que, en cuanto exista la más mínima posibilidad de realizar esa unión, alguien lo intentará si es que no se establecen antes las oportunas barreras.
El humano es una máquina que ya sabe cómo aprender y, si le damos la capacidad de cálculo de una enorme infraestructura informática, su capacidad de hacer el mal será inmensa, de manera que mejor evitar que lamentar. No será la IA la que suponga un enorme peligro, sino la inteligencia humana potenciada por la capacidad tecnológica de la futura computación en red.
Mala mezcla, de verdad.