El verano poco a poco nos deja, pero a los economistas nos quedará el recuerdo de algunas noticias. Se olvidará el lunes negro de la bolsa en agosto y también el culebrón de la bajada de los tipos de interés o el aumento del desempleo en Estados Unidos. En cambio, en nuestra mente permanecerá un suceso que a priori no afecta a la ciencia económica. Me refiero al naufragio el 19 de agosto de un velero en la costa de Sicilia que causó la muerte de media docena de personas. Más allá de que entre los fallecidos haya destacados actores económicos como el empresario Mike Lynch o el presidente internacional de Morgan Stanley, el hundimiento de este barco explica muy bien algunas lecciones de economía.
El Bayesian era un lujoso yate valorado en más de 50 millones de dólares propiedad del exitoso emprendedor británico Mike Lynch, que murió ese día ahogado junto a su hija. El barco era conocido en todo el mundo no solo por su espectacular diseño y tecnología sino por su imponente mástil de 75 metros, considerado el más alto del mundo. Lynch había invitado a colegas y familia a disfrutar del Mediterráneo para celebrar que había sido absuelto de un proceso judicial que podría haber acabado con su fortuna y haberle llevado a la cárcel. Para este crucero eligió al mejor, un capitán neozelandés que tenía una grandísima experiencia comandando barcos de superlujo. Pero a pesar de recibir un aviso de tormenta en Palermo, confiado por las prestaciones del velero y por su dominio de estas situaciones, el marinero no pudo evitar el naufragio. Cuando la tromba marina alcanzó al Bayesian, las puertas de la cabina y algunas escotillas estaban abiertas lo que hizo posible que una gran cantidad de agua entrase en el casco. Esto, unido al fuerte desequilibrio que causó en el velero un mástil tan alto azotado por el huracán, le llevó al fondo del mar. Algunas otras fuentes hablan de órdenes contradictorias entre el propietario y el piloto. Sea como fuere, con tecnología punta, un piloto exitoso y el reconocimiento mundial, el barco se hundió.
En economía se puede confiar en la tecnología – como en la del yate- y de hecho si repasamos los valores bursátiles que más crecen son aquellos soportados por servicios tecnológicos. Las conocidas como big tech han dado grandes alegrías a sus accionistas los últimos años, aunque quizás tras los avisos de estas semanas esto ya se ha acabado. Sus empleados lo saben bien ya que cientos de miles han sido despedidos desde la pandemia y otros tantos lo serán fruto de las eficiencias logradas por la IA generativa.
Tampoco nadie duda de la importancia de un CEO para el desempeño de una empresa, como un capitán para un barco. La teoría económica ha estudiado las cualidades de los mejores consejeros delegados y analizado el impacto positivo de la gestión de estos buenos líderes empresariales. Steve Jobs, Bill Gates, Jeff Bezos, Jack Welch transformaron sus compañías, pero todos ellos fueron puestos en cuestión en algún momento y no terminaron su carrera como primeros ejecutivos. De hecho, son varios informes que demuestran que la duración promedio de los CEOs se ha reducido en los últimos años e incluso alguno ya habla de que dos de cada diez de los primeros espadas de las principales empresas del mundo son despedidos todos los años.
Ser el mejor hoy, no es garantía de serlo mañana. La historia económica acumula sonoros fracasos de compañías que fueron líderes indiscutibles sin que nadie dudara de su solvencia. O incluso envidiadas por su liderazgo mundial -como el Bayesian por su mástil- Desde Kodak con su pionera cámara digital; Blackberry con el primer teléfono inteligente o Blockbuster con la mayor red del mundo de alquiler de películas, éxitos pasados no garantizan éxitos futuros.
Los veleros en breve volverán a los puertos refugio, pero la lección del hundimiento de este verano no puede olvidarse porque si no volverá a repetirse en el mar y en la economía. No puede subestimarse la fuerza del mar como tampoco la de los mercados. Por muchas crisis que se hayan bandeado, la última siempre es la peor. En un barco como en una empresa el mérito y la capacidad es lo que ha de regir su funcionamiento por encima de cualquier otra consideración. Por último, la propiedad y la gestión siempre han de ir alienadas.
Dejo para la reflexión del lector si las empresas que conocen o incluso las instituciones que les gobiernan cumplen los criterios anteriores o están en riesgo de hundimiento.