Conocí a un activo político a quien le llevaban los demonios cuando algún “intelectual” pretendía hacer énfasis sobre el papel y valor de la Sociedad Civil. Respondía con rapidez: ¿Qué pasa, nosotros somos sociedad militar? Evidentemente, nunca pensé que no entendía, le convenía no entender. En el actual panorama político pasa lo mismo, muchos dirigentes no es que no les alcance el entendimiento. Es cuestión de indiferencia.
No se me va a ocurrir intentar explicar qué es la Sociedad Civil. No obstante, es un debate imprescindible, importante y pertinente para la salubridad democrática. Españoles y europeos han olvidado su significado y valor para la regeneración democrática. La regeneración democrática no puede ser un mero discurso político.
La idea de Sociedad Civil es troncal en la filosofía política occidental. Desde sus primeros teóricos hasta la actualidad no ha dejado de ser el fundamento del pensamiento y la acción política. Simple, la Sociedad Civil es todo aquello que no es Sociedad Política, lo que no es el Estado. Partidos políticos, parlamentos, diputados, senadores, jueces, magistrados, defensores del pueblo, administraciones públicas… Todo eso no es Sociedad Civil. Los ciudadanos organizados lo son. Todas aquellas organizaciones creadas para defender intereses legítimos de cualquier naturaleza. En definitiva, lo que no depende de gobierno e institución alguna.
La Sociedad Civil es, por tanto, la ciudadanía organizada para defender sus derechos. Un sindicato, una organización empresarial, un colegio profesional o asociación profesional, la Cruz Roja, Cáritas, las fundaciones privadas… entran dentro del perímetro de la Sociedad Civil.
Es la “Política” a través de las instituciones la que organiza nuestra vida colectiva. Ahora bien, en una democracia avanzada, como se supone son las occidentales, es esencial mantener un equilibrio constante entre los dos mundos, el de la política y el de la sociedad. Una excesiva preeminencia de uno sobre el otro nunca es recomendable. Si la SC controla excesivamente al gobierno, lo condiciona hasta hacerle perder su autonomía, para terminar siendo una suerte de anarquía, predominando en la gobernanza intereses espurios no legitimados, por ejemplo cuando se habla que las grandes corporaciones económicas dirigen en la sombra a la política. Las urnas son solo las que determinan la voluntad ciudadana y en función de su dictado se conducen los intereses generales.
Ahora bien, dejar que todo sea “política” es igualmente peligroso para la salud democrática. No solo porque puede socavarse el dinamismo de una sociedad, peor, puede transitarse un camino no deseado hacia un tipo de totalitarismo político engañoso, aunque la comunidad crea vivir en democracia está engañada. La política solo representa y defiende los intereses de sus profesionales y de los grupos en los que se organizan (los partidos) y, evidentemente, no se compadecen en muchos casos con los de la ciudadanía.
Cada grupo político legítimamente debe afrontar la tarea de representación política de la Sociedad con su visión propia y legitimada, siempre por los votos, con la priorización de los problemas de la sociedad en su conjunto y ofreciéndose para gestionar las soluciones que considere más adecuadas. La democracia es un juego de gobierno de las mayorías, pero nunca de exclusión de las minorías políticas, no hay soluciones válidas que no contemplen a la otra parte que no somos nosotros.
Una relación equilibrada entre la política y la sociedad civil es fundamental para el funcionamiento saludable de una democracia. Cuando la política se convierte en un mecanismo que ahoga a la sociedad civil, se corre el riesgo de silenciar voces, limitar la participación y restringir la diversidad de opiniones. La sociedad civil, compuesta por organizaciones, grupos y ciudadanos, es esencial para fomentar el diálogo, la innovación y la defensa de los derechos. Esa es la verdadera regeneración democrática.
El populismo sociológico, tanto de derechas como de izquierdas, no asume la necesidad de la tolerancia, el diálogo y la negociación; su estrategia política pasa por la bronca permanente, increpar, acusar y enfrentar.
El populismo convertido en discurso y acción política ha venido a ofrecer una alternativa a las incomodidades que para el gobernante significa la aceptación con resignación del pluralismo político y los conflictos de interés divergentes y controladores de la pluralidad social. Además de los votantes propios existen los de los demás, éstos a buen seguro quieren cosas diferentes que los que se dice representar. Por otro lado, vivimos en una sociedad diversa que además de lo político tiene otras muchas preocupaciones que pueden estar en confrontación con lo político (agricultores, profesores universitarios, trabajadores tecnológicos, científicos, medioambientalistas, periodistas… no son correas de transmisión de los políticos). Los ciudadanos individualmente pueden sentirse parte de una esfera ideológica, nunca al 100 %, pero ser parte de un ecosistema de intereses diferente y que no están a las órdenes de ningún partido.
La pluralidad es diversidad y conflicto, contradicciones. El pluralismo es respetar los desacuerdos y gestionarlos políticamente conforme a lo que marcan las normas. La aceptación y coexistencia legítima y legal de distintos intereses, creencias o puntos de vista. Nada fácil en sociedades cada vez más complejas y complicadas.
El pensamiento populista actual, lo mismo que el pasado, no acepta que la sociedad tenga criterio propio. La política que nos ha invadido, toda la política en general, apelará con la boca pequeña a la defensa de pluralidad y pluralismo, pero realmente tratará, están tratando, de reducir a su mínima expresión cualquier tipo de disidencia o discrepancia, tanto partidaria como social. Se consideran, todos los partidos, la encarnación de la “voluntad popular”, calificada de: progresismo, España necesaria, defensor de clases medias y trabajadoras o garantía de que España no se rompa. Lo que sea en cada momento. Se olvidan de que electoralmente son solo un determinado por ciento de la sociedad. No les importa, se arrogan el monopolio de la representación democrática. Bajo la bandera de una pretendida razón política no asumen la necesidad de cambiar el relato. La tolerancia, el diálogo y la negociación se esgrime dialécticamente, pero realmente no se cree en ello. Lo importante es gobernar y repartir el botín del gobierno, pues realmente así actúan.
La única forma de hacer que la política no anegue todo, lo esterilice y la democracia se fortalezca de verdad pasa por recuperar el papel de la Sociedad Civil. Esta es la que puede hacer que temas esenciales no tengan un discurso circular que siempre nos lleve al mismo sitio.
Un apunte. El enfoque (no solución inexistente) del problema de la migración, la masificación turística, la financiación de las Administraciones y Servicios Públicos, el acceso a la vivienda de los más jóvenes, el crecimiento de la investigación científica, la mejora del sistema educativo, la regeneración democrática, los prejuicios de las redes sociales, los negocios de los políticos y sus allegados, su responsabilidad y la democratización real y efectiva de las diferentes instituciones, comenzando por los partidos políticos. En todo ello, el papel a jugar por la Sociedad Civil es determinante.
Un único problema, conocido por todos, el dinero. El “spending power” de la política puede con facilidad anular el papel de la sociedad civil poniéndole salario a las organizaciones y a sus dirigentes. Las subvenciones, las ayudas públicas, las gabelas a troche y moche sin control matan a la estrella de la esperanza. No hay medio de comunicación, organización empresarial, profesional o laboral, colectivo de profesores, investigadores, intelectuales, artista que se resistan a la magia del dinero.
No es lealtad, no es convencimiento, no es comunión de intereses y soluciones. Es solo plata.
Y sociedad militar se encuentra en los Partidos Políticos.
😉