Ahora que se ha puesto de moda estar horrorizado porque en agosto las playas y bares de media España están masificados, yo declaro que tengo turismofilia. Me encantan los turistas porque yo también lo soy. Reconozco que voy a playas y montañas que están a cientos de kilómetros de mi casa, disfruto en verano en bares de pueblos recónditos y rompo la paz del campo en excursiones con amigos.
Nada de turismofobia. En mi caso y quizás en el tuyo, querido lector, no sería coherente. En vacaciones queremos ir a sitios que durante el año no tenemos la suerte de visitar, buscamos climas, gastronomía y en general experiencias imposibles de conseguir en los siguientes once meses del año. Y es que muchos de esos que hablan de la turismofobia aspiran a dormir en alojamientos estupendos y a buen precio, se llamen hoteles o viviendas turísticas; además, a algunos los he escuchado presumir de encontrar los mejores chollos y hasta alardear de que hay muchísima más oferta gracias a todas esas plataformas.
Todos somos turistas. Cuando viajamos al extranjero y hacemos lo que tan nervioso nos pone de los que vienen por aquí y fotografiamos lo típico. Pero también somos turistas cuando volvemos a los lugares de nuestros orígenes o pasamos un fin de semana fuera de casa. No lo olvidemos.
Defiendo también mi turismofilia porque el turismo es una industria que genera riqueza y empleo en nuestro país. Este año serán más de 90 millones los visitantes que vendrán a España para consolidarnos como el segundo destino del mundo muy cerca de Francia, que no se cansa de los turistas, sino todo lo contrario, los busca cada vez más como ha demostrado este verano con los Juegos Olímpicos. El turismo supone casi el 13% de la riqueza española, medida por el PIB o si se prefiere casi 200.000 millones de euros. Una cifra prácticamente idéntica al gasto que se dedica del presupuesto público a las pensiones. Si queremos menos turistas tendremos que asumir que las pensiones bajarán en la misma proporción que las llegadas de visitantes.
Tampoco creo que les guste tanta crítica al turismo a los 2.700.000 españoles que todos los meses reciben una nómina de una empresa vinculada al turismo. Si nos empeñamos en esta turismofobia, otros destinos que aspiran a ser España se llevarán este maná y entonces nuestro desempleo que sigue siendo de más dos millones y medio pasará a ser justo el doble.
Qué gusto las playas con menos gente y las calles de los pueblos tranquilas todo el año… pero hay un precio a pagar. España no sería igual sin el turismo, no tendríamos las carreteras que disfrutamos, tampoco las líneas de alta velocidad. Por supuesto, nada de hospitales en la puerta de casa ni universidades públicas al alcance de todos. Tampoco las pensiones serían universales porque por ejemplo sin turistas durante los últimos cincuenta desaparecerían dos billones de euros, que en números suena peor: 2.000.000.000.000 de euros.
Y para colmo sin turismo nuestros mejores recuerdos especialmente de la infancia y la adolescencia desaparecerían de un plumazo. Y eso sí que vale dinero.
NOTA: En unas pocas semanas comienza el Curso de Asuntos Europeos organizado por la unidad de educación directiva de LLYC , muy adecuado para profesionales que quieren que sus empresas aprovechen las oportunidades que ofrece forma parte de la UE.
Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC