“Para un verdadero poeta, cada momento de la vida, cada hecho, debería ser poético, ya que profundamente lo es”. J.L.B
I - FERVOR DE BUENOS AIRES
La muerte no es, necesariamente, la paz
ni la ceniza, es dejarte llevar
hacia atardeceres
en ciudades desconocidas.
Hay como un juego en esta luz de luna
que nos ilumina para decirnos
que nada somos
y que la rosa se marchita.
Saldrán entonces los fantasmas
de un pasado irrecuperable
como si nada hubiese sucedido anteriormente.
Así, los muertos se van
y queda la ciudad para quien decide volver
en un anochecer
para esperar que, de nuevo, se creen las cosas
cuando la luz se recupere
y la ausencia sea insalvable.
Y, una vez dentro, otra vez,
no sabremos dónde ir
porque nos circunda la soledad rodeados de objetos que cobran vida.
Eso no me impedirá echarte de menos,
que verte sea mi recompensa,
pero que siga atardeciendo en nostalgias y en las despedidas.
Solo puedo llegar a la conclusión de que la poesía está en nosotros.
II - LUNA DE ENFRENTE
La calle de mi infancia
me lleva a los recuerdos
en los que estábamos juntos.
Al irte, se acabó la tarde y vino mi tristeza,
pero siempre vuelvo a ti,
aunque me esté enfrentando a la muerte
que me espera tranquila.
Me siento uno entre todos,
en todas las ciudades vivas,
y en todas siempre alguien esperando,
tan cerca y tan lejos,
tanto el mar como la luna.
En todas partes me hallo
y me doy cuenta de que pertenezco
antes al cielo que a la tierra.
El verso me salva
y en los poemas escribo la realidad,
aunque Dios no lo entienda.
Las sombras taciturnas me confunden
y pierdo el sentido de lo concreto,
por eso vuelvo,
para encontrarme lo mismo de forma distinta.
III – CUADERNO DE SAN MARTÍN
Cómo empieza un cuento
y cómo acaba en una elegía,
entretanto crecen versos
y se defienden las ideas
y batallan los humanos
compareciendo ante los demás
antes de la muerte,
antes de todas las muertes
que no hacen otra cosa que volver a la vida,
a través del recuerdo y las palabras
y nos esperan en lo cotidiano del vivir cada día,
aunque la felicidad siempre nos sea adversa.
IV – EL HACEDOR
Los libros viven y los poetas con ellos
mientras cae la arena del reloj impertérrito
y nos deshacemos en minúsculas partes
de nosotros mismos.
Somos piezas de ajedrez,
cada uno con un movimiento preconcebido,
acabar en tablas es nuestro destino.
Es como mirarnos en el espejo
y no vernos,
abandonados y sonriendo,
perdidos en el laberinto de las dudas
que no aclara ni la luz de la luna
ni sus diferentes nombres.
Así como la lluvia es necesaria
para borrar el rastro de las lágrimas
que impiden, a su vez, ver a los poetas
los rasgos de la luna
y por eso se centran en su cara oculta.
Como hace el tigre cuando duerme bajo su influjo,
pensando, quizás, en su triste suerte,
en la pérdida del coraje,
y ahora es sombra, verso roto,
por todos los poetas que anduvieron solos.
Eso nos hace plantearnos
de dónde procedemos y quiénes fuimos,
porque el pasado se mantiene
para sentir la tierra de donde vinimos,
y en la historia que vamos construyendo poco a poco,
hasta decirnos en el lenguaje del alba
lo que sentimos
y lo que nos callamos.
Tiempo que se detuvo y nosotros continuamos,
río somos,
y no podemos detenernos.
V – MUSEO
El paso del tiempo hacia la muerte
pero, antes, luchemos,
porque eso nos forja como personas.
VI – EL OTRO, EL MISMO
Sin dormir, en diferentes noches cíclicas,
donde nos planteamos la idea de Dios
o de la muerte,
anhelando, quizás, ser otros,
como nubes cambiantes,
ante el temor de ser poetas sin lectores,
mientras recordamos
pasajes y acontecimientos,
a modo de borradores desechados
por repetitivos.
Hay que ser tenaz en el ansia de las respuestas,
no permitiendo que otro
nos convierta en nosotros mismos.
Y, a pesar del insomnio,
queremos que el despertar sea un sueño tangible,
un verso perfecto, podría ser, si existiera,
y para ello nos desplazamos
y leemos,
y amamos,
y somos capaces de predicar en el desierto.
Acuden a nosotros viejos fantasmas,
nuestros mitos,
las ciudades que nunca visitamos
y por eso son enigmas por resolver,
instantes de bronce y viento,
para transformar en mágico al mundo
y acabar con hombres, fronteras, guerras,
alquimia de un tiempo idílico.
Al final, nos parecemos.
el otro, el mismo,
causas y efectos, oda al misterio,
epitafio al mar,
somos lo que otros quisieron.
VII – PARA LAS SEIS CUERDAS
Milongas para cantar
sin música y con espanto,
que estas milongas son
canciones de quebranto.
Caín y Abel en la memoria,
hombres fieros y bravos,
de nada sirve la valentía
si el cuchillo hace su trabajo.
La muerte campa a sus anchas,
cuchillos y balas van
buscando un solo objetivo:
entrar y salir sin mancha.
Es la valentía inútil,
da igual el destinatario,
bravucón, pendenciero, falsario…
El cuerpo a la muerte es dúctil.
Cantores de muerte y memoria,
milonga del que va a morir,
tarde o temprano la historia
te habrá ya sentenciado,
la cuestión es no sufrir.
VIII – ELOGIO DE LA SOMBRA
Palabras habituales para la emoción poética
y que las ideas no sean un enigma,
noches de sueños escritos
en los inicios del tiempo
y que no sea invulnerable a los sentimientos.
Sombras de personajes y libros y versos
en un laberinto de puertas abiertas
con el crepúsculo esperando fuera.
Palabras que se ciernen en los objetos
para no caer en el olvido
y que la voz sea espejo de imágenes eternas.
Tardes de deseo por las viejas cosas queridas.
Ahí está toda la sabiduría
de los que aprendieron de las estrellas,
de los diálogos sin fin,
de las soledades antes de la muerte.
Todos somos los otros.
Los que se han acercado a nosotros a través de historias
reales o fantásticas,
sombras de las lecturas
que nos dicen quiénes somos,
aunque no nos lo creamos.
IX – EL ORO DE LOS TIGRES
“Descreo de las escuelas literarias”
porque la palabra pertenece a algo más que lo libros.
La lengua está despedazada,
pero intentamos encajarla en sílabas, versos y estrofas,
cuando lo que la provoca son los silencios.
Poetas que en la historia son y han sido,
desvelándonos sus secretos,
buscando lo perdido,
atravesando calles y ciudades sin moverse del sitio.
Defendiéndonos de los ardides de las cosas,
que no nos sintamos amenazados
por amores, duelos y malentendidos.
Poeta del que está siempre solo,
escondido de los centinelas de la moral y las buenas formas,
tristes, pero no importa,
el mar es solo un trampantojo
en el advenimiento de lo que otros quieren.
No caigas en la tentación de la luz del alba,
será el anochecer y el tiempo
cuando conquistes tu propio territorio.
Los tigres devienen en gatos,
así como los lobos en hienas,
al fin y al cabo, todo es metáfora.
X – LA ROSA PROFUNDA
Entrelazar cuatro palabras en casa
para hablar, mientras se escribe, de cosmogonía
y de sueños,
de laberintos de poeta evocando a Byron, a Whitman,
haciendo inventario de lo que queda en el desván de la memoria.
Ahí quedan los fósiles fementidos,
los suicidas en los que se termina la historia,
las guerras fracasadas porque nunca sirvieron para nada.
Tan solo el canto del ruiseñor
nos aclara que no somos nada ni nadie,
que no valemos ni treinta ni quince monedas,
que el azar también es sueño
y no hay noches propicias para amarse.
Mientras, antes, mañana,
padecemos las ruinas del que nada sabe
porque ni siquiera la luna sabe que es luna,
ya que es ciega
y no le sirve el espejo del mar para mirarse.
Entiende que el porvenir cada vez está más cerca
cuando comprende que todos los poemas escritos
anteriormente, se escribieron para ti,
aunque ninguno de los dos lo supierais.
Cuando yo muera, el infinito se habrá acabado
y será testigo el viento
que no se queda nunca en ninguna parte.
Como “la rosa profunda” que solo florece
cada quinientos años.
XI – LA MONEDA DE HIERRO
Al fin y al cabo, todo son elegías,
tarde o temprano, los recuerdos imposibles,
cuando “ya no es de noche y no es aún de día”,
cuando los sueños son pesadillas, pero no se recuerdan,
cuando imaginamos en la víspera que todo a de tornar a cenizas.
“Hoy somos noche y nada”,
cosas iguales y distintas, eternas, ilimitadas,
donde nos encontramos con críticos y aduladores,
inquisidores y amantes,
“he muerto y he vivido muchas veces”,
solo el horizonte me sacará de la ingenuidad de la luna.
Intrusos en los jardines de la historia de otros hombres,
incluyendo al padre, a Dios, a Nadie,
nos haremos menos ignorantes
según el remordimiento nos deje inmiscuirnos
en la vida de los otros.
Todo se juega a una moneda, cara o cruz,
amor u odio, silencio o palabra,
pasado o presente, poesía o prosa, tú o yo,
nada o todo.
La clepsidra de ser lo que otros quieran
o reafirmarse aunque estemos en las sombras.
La moneda de hierro nos dará la respuesta.
XII – HISTORIA DE LA NOCHE
Me voy quedando sin espacio
en esta fábula poética de ciudades, personajes y fieras.
Son los versos de las Mil y una noches,
la Odisea de Homero,
el Quijote de sí mismo,
Simbad el del mar,
la biblioteca del propio Borges.
Historias que salen de sus cajas de música
y de las selvas de Oriente, de los canales de Venecia,
de las sombras de unos ojos ciegos,
mientras Endimión duerme en su propia memoria iluminada.
Al cabo del tiempo conseguiremos no ser quienes somos
o, al menos, aquellos que nunca quisimos ser lo que fuimos.
Viajar hasta el silencio de los libros
en un juego de vidas paralelas
que se dan en múltiples sitios al mismo tiempo,
aunque hayan ocurrido con siglos de diferencia
habiéndolo vivido incluso antes de haber nacido.
Todo queda grabado, hasta lo que no ha sucedido,
en una espera de espejo
donde la voz rueda sobreviviendo
a los crepúsculos, que engendran eternidad.
XIII – LA CIFRA
“El que da no se priva de lo que da. Dar y recibir son lo mismo”. J.L.B.
Dios está solo
y el hombre puede tener un libro en la mano
y todo es sueño
y repetición, quizás espejo,
no basta acumular conocimiento
porque, al final, todo se ignora o se olvida,
incluso los pasajes de la Biblia,
los hexámetros de las grandes obras,
tan solo lo que no se ha dicho
ocupará un espacio en el insomnio.
Una voz, la del viento, puede ser, nos dice
que se puede destejer el tiempo,
que no es el final después de la muerte,
que los recuerdos también son imaginados,
la prueba es que se atrapa un unicornio
cuando alguien te besa.
“El que lee mis palabras está inventándolas”
y no lo sabe y llora todas las cosas
porque somos, solamente, voces del destino, ecos, epitafios, milongas.
Las palabras engendran nostalgias de lo no vivido,
y los poemas son el reverso de la eternidad,
es decir, la nada con sus efectos y causas,
el caos repetitivo.
Por eso encerramos en libros
a nuestros personajes, que somos nosotros mismos.
Palabra o alguien, verso o silencio,
cifra o juego, Dios o el hombre,
el poeta o Borges.
XIV – LOS CONJURADOS
“Escribir un poema es ensayar una magia menor” J.L.B.
No tenemos nada,
“lo que damos, ya es del otro”,
Cristo no dio la vida por nosotros,
porque nosotros nos seguimos matando,
en cada instante
se nos clavan los puñales de la historia.
El alivio es que la sombra proyectada de aquello
hace que esperemos algo mejor
y soñemos.
“Somos el tiempo”, el río, la noche…
La palabra nos salva.
Aunque no se pronuncie ni se escriba,
aunque no se lea ni se escuche,
sabemos lo que hacer gracias a ella.
Eso nos diferencia.
No es la risa, no es el llanto,
no es la forma de vida,
es la palabra,
y los sueños, que convertimos en palabra.
De ahí la literatura, y el amor,
lamentablemente también las guerras,
nada somos sin ella, sin la palabra.
Porque, al fin y al cabo, todo es nube,
olvido, pérdida, se diluyen las posesiones,
el ayer, nada es inmortal,
todo es ceniza.
Por eso todo es una larga búsqueda
y solo encontramos la verdadera esencia
en la palabra,
lo demás son naderías.
Sobre el autor
Alberto Morate
Alberto Morate es profesor de literatura, dramaturgo, cronista de teatro, director de escena, poeta,… Su obra se extiende por el Teatro (7 libros publicados), un texto narrativo (La estatua de Lope de Vega), un Ensayo (Teatro en el colegio traducido a 8 idiomas). Incluido en diversas y variadas Antologías Poéticas, cientos de reseñas teatrales, artículos y Poesía, con 10 poemarios publicados hasta la fecha. También organiza recitales, ha escrito prólogos y presentado libros a colegas poetas.