En la vida hay un componente que parece que todavía no dominamos: la suerte, el azar. Desde que nacemos, este factor marca claramente las diferencias entre venir al mundo en Dinamarca o en Senegal; tus posibilidades en esta vida van a ser muy diferentes. Ser de una familia de alto poder adquisitivo o de una favela, de vivir en la Gran Vía o en el más humilde barrio de extrarradio, donde lo más importante es encontrar algo para comer, te deja marcado.
Sin embargo, los que tenemos el privilegio o la fortuna de nacer en este mundo más rico, es como si además tuviéramos unos derechos superiores a los demás, como si esta parte del mundo fuera una república independiente donde levantamos muros y barreras para que los demás no puedan gozar de estos derechos. Una segregación universal.
La injusticia está cerca de esa suerte. Un asesinato en el metro de Londres es un acontecimiento informativo mundial. Cien muertos en una guerra tribal en el centro de África, ni siquiera tenemos conocimiento de ello. La muerte de tantos que han quedado en uno de los mayores cementerios del mundo, donde no hay lápidas ni un triste recuerdo para ellos, tiene su ironía: es uno de los mares más tranquilos, nuestro Mediterráneo.
¿Quién se acuerda de lo que pasó en la masacre de Melilla? En aquel ya lejano 24 de junio de 2022, cerca de 2.000 personas trataron de cruzar la frontera entre España y Marruecos. Tras la intervención de las fuerzas policiales a ambos lados de la frontera, al menos 37 personas fallecieron por la brutalidad de la intervención, y otras 40 ni se sabe qué fue de ellas.
Las responsabilidades se diluyeron y se cubrieron, como siempre, con el manto del olvido, ocultando la verdad. Con el tiempo, ya solo es un mal recuerdo, que para vergüenza de muchos, solo ha dejado su huella en las hemerotecas. Lo peor es que no se han tomado medidas para evitar que una masacre de este tipo se vuelva a producir.
En Gaza no estás seguro ni en un hospital. Un horror, unos asesinatos que buscan venganza, encubriendo con más asesinatos lo que otros asesinos han hecho. Si haces lo mismo que denuncias o peor, eres tan culpable o más. Si lo hace un Estado y no tiene ninguna consecuencia su comportamiento, ninguna sanción, todo queda en un reproche y condena, palabras que se las lleva el viento del desierto. Las violaciones del derecho internacional son una constante mientras la mayoría de países guardan un silencio cobarde. ¿Todo vale con tal de tener el poder o la influencia sobre una zona?
La vida es muy dura para tantas personas que no pueden pensar en el mañana; lo importante es poder llegar a él. Los que vemos las atrocidades desde el confortable salón de nuestras casas, ¿podemos tener la conciencia tranquila?
Cuando se ven esas imágenes de viviendas destruidas, con cuerpos destrozados y niños llorando entre los escombros, uno se pregunta: ¿qué han hecho ellos para sufrir esta injusticia tan cruel?
En las guerras, algunas ya forman parte del paisaje como en Ucranía, los intereses de quienes tienen el poder poco les importan sus "daños colaterales", como llaman a los desastres que puedan provocar. Además, intentan convencernos de que lo hacen por nuestro bien, que están salvando los valores de Occidente. ¿Se puede salvar algún valor pisoteando los derechos humanos de otros?
En una sociedad normal, si se asesina, existen penas para el culpable y un rechazo social. En una guerra, el que mata es un héroe, y cuanto más mata, más medallas recibe al valor, al honor. ¿Qué poco hemos avanzado en el nivel de comportamientos éticos si actuamos igual o peor que hace milenios?
Somos una especie muy complicada de entender; nos inventamos tantas barreras: religiosas, ideológicas, sociales... Nos creemos superiores unos a otros, aunque al final don dinero marca la clase social y los privilegios. Aunque terminemos todos igual, desaparecer de la tierra, aunque eso sí, el tránsito es tan diferente.
Mirar por encima del hombro a quienes no piensan como nosotros no es precisamente un signo de inteligencia, más bien es un signo de decadencia. Esta Europa donde crece sin cesar una extrema derecha, basada en supuesta superioridad, donde el diferente es un potencial enemigo, hace ver el futuro con tristeza, es como si no hubiésemos aprendido nada de los horrores del siglo pasado con sus dos grandes guerras mundiales.
Puede que una parte importante de la culpa la tenga nuestro sistema educativo, donde se pasa demasiado deprisa por lo que es una historia digna de tener siempre presente, muy presente: saber de lo que es capaz el hombre cuando tiene el poder absoluto, sin los límites de la separación de poderes, cuando la democracia agoniza aplastada por ideologías totalitarias donde solo vale el ideal único. Esos líderes visionarios que llevan al rebaño al precipicio.
Seguimos teniendo el mayor cementerio del mundo en quienes mueren en nuestros mares, luchando por llegar a la tierra prometida. Nosotros seguimos en nuestra burbuja, donde 50.000 muertes en Siria o Etiopía son menos noticia que un gol de tu equipo.
Hay valores que se deben fomentar, enseñar, educar: la libertad, la democracia, la transparencia, la revolución siempre pendiente de la solidaridad. Claro que decir esto puede parecer una obviedad, pero siempre habrá quien lo tache de populismo, demagogia o incluso hipocresía. Y es que los muros que hemos levantado nos impiden ver la realidad. La esperanza son los jóvenes que en algunas universidades despiertan conciencias, aunque en nuestra culta Europa todo queda en palabras para tranquilizar conciencias. Sobre todo esto, quizá merece la pena tomar un tiempo para reflexionar y luego actuar.
La muerte no tiene precio para quienes no tienen nada; mueren sin tumba, a veces sin que nadie pueda derramar una lágrima por ellos, simplemente desaparecen de la faz de la tierra, como dijo el poeta: "ligero de equipaje". Quizás para dejar más sitio, y sus recursos, a quienes los miran por encima del hombro y a quienes desde sus despachos diseñan un mundo mejor, pero solo para ellos.