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"Lo que la oruga llama 'el fin', el resto del mundo lo llama 'mariposa'."

Las paradojas de la batalla cultural por el género

Las paradojas de la batalla cultural por el género

Ya conocerán la historia de la boxeadora Imane Khelif, aunque muchos no hayan visto el combate olímpico que la ha convertido en tópico. Los nombres de Khelif y de su contrincante, Angela Carini, han dejado de ser nombres propios y ahora son alimento de opiniones colectivas, es decir, se han convertido en instancias que permiten manifestar la identidad común de los diferentes bandos de opinadores. Apoyar a Khelif o a Carini implica posicionarse en uno de los campos de batalla cultural de nuestro tiempo. Sus nombres propios son estandartes comunes que ondear en la guerra de opiniones entre conservadores y progresistas, entre “carcas” y “*wokes”. 


Estas meditaciones metafísicas sobre el género bucean en el fondo turbio que subyace a la posibilidad de identificarse con un bando o con el otro. Sobre este fondo lingüístico, nadamos cotidianamente sin prestar atención. El fundamento básico es la división de la realidad en géneros.

 

Buceemos. Aristóteles, al analizar los componentes de la realidad, encontró dos conceptos muy útiles para proceder a su clasificación: género (γένος) y especie (εἶδος). No sufran, porque las bases de la metafísica aristotélica son sencillas. Tan sencillas que perviven a través de la taxonomía de Linneo o de un discurso del portavoz de Vox al Ayuntamiento de València. La división en géneros y especies parece natural, parece la manera en que la natura manifiesta su lógica.

 

No obstante, Aristóteles, ya lo sabrán, prosiguió su análisis más allá de la naturaleza física, de tal manera que, posteriormente, los compiladores de sus notas y escritos utilizaron el término “metafísica” para referirse a los libros que estudian, por ejemplo, las entidades o sustancias que no son físicas, es decir, que se pueden pensar, pero que no se pueden percibir a través de los sentidos porque carecen de materialidad. Estas sustancias solo tienen forma y no tienen materia, en cambio, las entidades naturales, como el ser humano, combinan forma y materia. 

 

No sufran, dejemos Aristóteles y volvamos al tópico de Imane Khelif. Hoy en día, la palabra “género” se usa habitualmente para referirse al sexo, considerado en relación a las características, los roles y las funciones que se le asocian naturalmente y/o culturalmente. En suma, “género” suele hacer referencia en el lenguaje ordinario a “masculino” o “femenino”. He aquí la cuestión: dos palabras asociadas al “género”, terminología metafísica, para clasificar miles de millones de individuos varios y variables en solo dos grupos. O masculino o femenino. La metafísica clasifica y condiciona la manera de percibir los cuerpos físicos.

 

Khelif ha invertido el último año en la lucha burocrática para poder participar en las Olimpiadas en la categoría femenina, después de haber sido expulsada del último mundial de boxeo. ¡Atención! “Categoría” es otra palabra fundamental de la lógica metafísica aristotélica. Volvamos al tema: Khelif es un ser humano, compuesto de materia y forma, pero “categoría”, “identidad” o “género” son términos sin materia, es decir, terminología metafísica. He aquí de nuevo el problema: las categorías o los géneros inmateriales no pueden plasmar todas las variaciones de la materia. Es decir, la metafísica fijista e inmóvil aristotélica no puede reflejar una realidad física fluctuante como la de los cuerpos humanos. Desde Darwin, la evolución forma parte de nuestra manera de entender la materia viva. ¿Cómo podemos seguir utilizando la palabra “género” como si fuera un principio formal o inmaterial eterno? 

 

Hoy en día, diversos divulgadores científicos como Andrew Huberman, explican que los componentes de la diferenciación sexual van desarrollándose y cambiando a lo largo de la vida: 

 

https://open.spotify.com/episode/2D39OsYGLasvygPB3rSdXl?si=zDeOG7LbTHqGzLScHjlLeQ

 

Por lo tanto, el problema que suscita la polémica alrededor del género de Khelif no es físico sino metafísico: los reaccionarios y la ultraderecha mundial querrían vivir en un mundo donde la naturaleza se acoplara perfectamente y eternamente a los géneros lingüísticos, base de la metafísica aristotélica, pero no es así. No es eterno ninguno de los tres componentes físicos de la diferenciación sexual, a saber, hormonas, cromosomas y gónadas.

 

En cuanto al primero, Khelif nos ha enseñado que la cantidad de testosterona y estrógenos es variable: el hiperandrogenismo es una de las posibilidades de la naturaleza. Así también, las posibilidades de las combinaciones de los cromosomas son múltiples, más allá de las más frecuentes: XX para el género femenino y XY para el masculino. Por ejemplo, se puede encontrar la combinación XXY.

 

Imane Khelif fue excluida del pasado Mundial de Boxeo disputado en Delhi el 2023 con el argumento que tenía cromosomas XY, cuando hoy en día sabemos que estas estructuras compuestas de ADN y proteínas pueden variar; por ejemplo, a veces los genes del cromosoma Y no se expresan por una mutación y, por lo tanto, no inhiben la diferenciación sexual primaria y se producen órganos sexuales femeninos, a pesar de tener cromosomas XY.

 

En resumen, es más cuestión de genes que de cromosomas. Por último, las gónadas también pueden ofrecer caprichosas variaciones, como las causadas por la inhibición de la 5-alfa reductasa, una enzima que hace que algunos bebés nazcan con gónadas de apariencia femenina, que evolucionarán y se transformarán a lo largo de la pubertad, como en los “güevedoces” de República Dominicana.

 

Como conclusión, podemos subrayar que los reaccionarios defienden Angela Carini como un estandarte de un género femenino invariable y como representante fiel de la lógica eterna de la naturaleza. En cambio, los progresistas exhiben la figura de Imane Khelif como manifestación de la naturaleza variable de los cuerpos humanos y como paradigma de la verdad evolutiva contra los bulos difundidos desde las redes sociales y contra la desinformación de la ultraderecha. 

 

Aun así, los dos, “carcas” y “progres” corren el riesgo de perder de vista la individualidad de Khelif y de convertirla en una instancia más de su solicitud de ingreso en la comunidad en la cual se quieren integrar. Quizás no tenemos más remedio: incluso para reivindicar la individualidad variable necesitamos el refuerzo de un colectivo estable. Aquí se encuentra la paradoja progresista criticada ferozmente por la ultraderecha: para ser un individuo “trans” se necesita un colectivo y una identidad “trans” estable. 

 

La ultraderecha identifica, en suma, los géneros naturales con las funciones y las formas invariables de organización social, o sea, “las unidades de convivencia naturales”, que decía el portavoz aquel de Valencia, y percibe un síntoma de la enfermedad de la cultura europea en la defensa de los “trans” por los colectivos o lobbies progresistas. 

 

Habrá que superar esta paradoja, sobre todo, cuando proviene de algunos que defienden la iniciativa privada e individual, pero solo la de los que son como ellos. Solo los individuos de su colectivo. Quizás, las paradojas son inevitables por el simple hecho de utilizar un lenguaje con unas estructuras sintácticas y morfológicas normativas o prescriptivas que no pueden describir todos los casos individuales que, aunque no encajen en los géneros normativos, sin duda existen.

 


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