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Humildad

Humildad

El padre Barandiarán fue un sabio vasco que vivió más de cien años y la gran mayoría los pasó investigando y sirviendo a los demás. El museo dedicado a él en su localidad natal de Ataun recibe al visitante con una enseñanza escrita en la pared que aplicó toda su vida. Una lección que recibió de su madre un día siendo niño. Volvía triunfante a su casa en el monte después de hacer brillantemente un duro examen de latín y para templar su soberbia, su madre le llevó a la puerta del caserío para que José Miguel viese dos manzanos con las ramas dobladas por el peso de los frutos. Con esa visión le dijo “cuanto más cargados, más humildes”. Esos arboles que tantas alegrías dan con sus sabrosas manzanas, cuando tienen más frutos, más miran hacia abajo, menos presumen.


Esta época que nos ha tocado vivir protagonizadas por las redes sociales en las que alardear de viajes, comidas o amistades es lo habitual, exige recordar el viejo consejo de una madre a un orgulloso chaval con altas capacidades en la Euskadi rural del siglo pasado. Con el verano ya encima nos empacharemos de imágenes de maravillosos e inalcanzables planes de amigos y conocidos. Imposible no encontrarte al abrir cualquier aplicación en nuestro móvil con demostraciones de playas idílicas, atardeceres paradisíacos y siempre planes de diversión absoluta. Engreimiento y arrogancia. Como si la vida solamente tuviera sentido por poder pasear en barco o comer una mariscada.

 

Una temporada que nos viene, a la luz de las publicaciones digitales que ya nos inundan, repleta de actitudes altivas, de internautas que nos miran por encima del hombro con su exhibición de imágenes de su supuesto éxito: fiestas interminables, diversión sin límite y risas incontenibles. Frente a esa ostentosa felicidad, recordemos la humildad del manzano que como el padre Barandiarán jamás presumió de sus frutos. Más bien al contrario, este sabio defendía las horas de trabajo con los siguientes versos a modo de broma “una hora duerme el gallo, dos el caballo, tres el santo, cuatro el que no es tanto, cinco el teatino, seis el benedictino, siete el viajante, ocho el estudiante, nueve el caballero, diez el majadero, once el muchacho y doce el borracho”.

 

Menos mal que al mismo tiempo de tanta exhibición morbosa en las redes nos queda el deporte. Los triunfos de la selección española de fútbol o el tenis con Carlos Alcaraz contrapesan tanta altivez. Templanza, coralidad, humildad, sacrificio e historias auténticas. Fabián es el mediocentro español del que todo el mundo habla tras la final de Berlín, un chico criado en Sevilla por su madre que trabajaba limpiando los baños del equipo de fútbol local. Fabian ha contado estos días su historia, la de un niño que dormía en el coche de 7 a 10 de la mañana porque no empezaba a entrenar hasta esa hora en el Betis, pero su madre comenzaba su jornada al amanecer…el apuro que le daba cruzarse con ella sabiendo que se ocupaba de adecentar lo que sus colegas ensuciaban. En pleno éxito, como ese frutal repleto de manzanas, mirando hacia abajo, con humildad un futbolista de élite cuenta la realidad.

 


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