I
Amor y adiós,
mis manos pronuncian tu nombre
en este mes de julio bajo los sauces,
en el deseo de los besos
y en las paradas del camino cogidos de la mano.
Aunque te vayas al aire
te quedarás prendida en mi mirada
esperando el atardecer todavía sin estrellas.
Cantaré en voz baja
acompasando mi voz al sonido de un carrusel colorido.
Me salpicas con tu risa
en cada encuentro
y cuando llego a casa te veo en el reflejo del espejo
y ahí me desangro de sueños.
Vienen de golpe todos los recuerdos,
tu niñez que desconozco, pero me invento,
tus lecturas y la imaginación que te hizo volar
hasta los más recónditos huecos
donde veo tu desnudo perfecto.
Yo quiero esperarte a la vuelta de la esquina,
enraizado en tendederos con ropa tendida,
en las farolas sin luz del amor oscuro,
en las ventanas cerradas devoradas por el televisor,
en el semáforo que me da luz verde
para escribirte poemas de amor,
esperando con el teléfono en la mano la señal convenida.
Después la ciudad se vestirá de secretos,
de almohadas insomnes
y de miedo al regreso
cuando, ya sin ti,
se derrame mi melancolía
al decir te quiero.
II
Tengo un presagio
al mirarte en la noche que avanza.
Y es que te imagino en el próximo minuto
con una palabra en la comisura de los labios
para, al final, pronunciar un silencio.
Es tu voz la energía de mi cuerpo entregado
que disipa las nieblas del desconcierto.
Entonces me sorprendo
escribiendo versos de desnudez del aire,
de cielos despejados,
de preguntas calladas sin respuesta
porque me lo dices todo con tu presencia.
Decido deambular entre las gentes
y les digo tu nombre perfecto,
quiero contarles nuestros encuentros
para que no se pierdan en un universo de desasosiego.
Me hago dueño del tiempo
para que no transcurra cuando te contemplo.
Es mi afán cubrirte de besos,
besar tus labios, sentir tu piel, darte la mano,
que cuando despierto cada mañana
tengo la duda de si será cierto.
Pero sí, tengo la prueba de la realidad de los charcos aunque no haya llovido,
toco las fachadas de nuestros paseos,
y mi razón de amor es la locura de tenerte entre mis brazos.
Por eso te busco
en la vorágine de los jardines
y veo las flores marchitas si estás lejos.
Aquí te estaré esperando mientras te pienso,
en la libertad del agua y en la cerrazón del viento.
“No me sueltes”
tras la tarde del árbol hueco,
iniciemos este sendero
antes de que nadie pueda vernos.
III
Y ahora, me asomo al balcón
del amor
y su belleza, la de la naturaleza sin degradar,
la de tus objetos desordenados por mi estancia,
la de tus palabras y tus silencios infinitos,
escucho esa canción común de nuestros encuentros,
y me paro a descansar en tu respiración acompasada
ante los truenos y tormentas,
me sumerjo en el mar de las sábanas para añorarte,
cultivo la tierra de los recuerdos.
Voy tras de ti, sin remedio.
Observo tus fotografías en un horizonte continuo
de trigos y mares.
Me sacaste del pozo de la soledad
y me apartaste de las serpientes de las malas compañías viperinas.
Hoy llenas de montes y ríos
los versos que te dedico,
se los susurras a las piedras
y pierden su pétreo mutismo.
Has conseguido hacer de las cosas pequeñas y cotidianas
odas de sencillez rutinaria, pero imprescindible,
sintiendo el mundo
como parte tuya y mía, sin aditivos.
“Sucede que soy y que sigo”,
a pie,
hacia tu encuentro,
en sonetos blancos,
donde la mar y montaña se unirán
en una única luna azul
que se pueda contemplar
desde los más recónditos sitios.
Sobre el autor
Alberto Morate
Alberto Morate es profesor de literatura, dramaturgo, cronista de teatro, director de escena, poeta,… Su obra se extiende por el Teatro (7 libros publicados), un texto narrativo (La estatua de Lope de Vega), un Ensayo (Teatro en el colegio traducido a 8 idiomas). Incluido en diversas y variadas Antologías Poéticas, cientos de reseñas teatrales, artículos y Poesía, con 10 poemarios publicados hasta la fecha. También organiza recitales, ha escrito prólogos y presentado libros a colegas poetas.