El 19 de mayo de todos los años debería ser designado por la ONU como el Día del Orgullo Facha —feliz expresión del periodista Sergio del Molino—, porque ese día del año en curso se concentró en Madrid una buena parte de la carcundia internacional y se expresó sin complejos, orgullosa de su esencia carca. Merece la pena repasar sus mensajes para saber lo que se nos vendría encima si esa coalición adquiriera un peso significativo en las próximas elecciones del 9 de junio al parlamento europeo.
Invitados por Vox, en el mitin participaron el primer ministro de Hungría Viktor Orbán, el recién derrotado primer ministro de Polonia Mateusz Morawiecki, la primera ministra de Italia Giorgia Meloni, la líder de Reagrupamiento Nacional francés Marine Le Pen, el presidente del partido ultraderechista portugués Chega André Ventura, el presidente de Argentina Javier Milei, políticos americanos afines a Donald Trump e, incluso, un ministro israelí.
El objetivo del encuentro, al que asistieron unas 10.000 personas, era mostrar a los electores europeos que, pese a sus notables diferencias, los partidos ultraderechistas se proponen formar una gran coalición para ser decisivos en el futuro parlamento europeo. Estas fuerzas se agrupan actualmente en dos grupos parlamentarios —ERC e ID, respectivamente, Reformistas Europeos e Identidad y Democracia— que representan el 16,7% de la cámara.
Los grupos dominantes son el Partido Popular Europeo y el de Socialistas y Demócratas, que representan conjuntamente el 44,7%. Gracias al entendimiento de estos dos grupos, se aprueban la mayoría de las leyes que nos afectan, que incluyen la Política Agraria Común, las de transición energética, el Pacto Verde, el Pacto Migratorio, los fondos Next Generation -de los que están llegando a España 140.000 millones- y la reciente regulación de la Inteligencia Artificial. Conviene saber que el 60% de nuestras leyes son transposición de directivas decididas en la UE.
Son precisamente estas políticas las que se propone combatir la coalición ultra. Los mensajes que allí resonaron hicieron referencia a la preservación de la identidad nacional, a recuperar la soberanía de los estados miembro, a subcontratar a terceros países la gestión de la inmigración, a terminar con el pacto verde y a revertir las políticas de género.
Por ejemplo, el mensaje enviado por Orbán presentaba la campaña de la coalición como "una gran batalla común" contra una Bruselas que está "desatando una migración ilegal masiva" y "envenenando a nuestros hijos con propaganda de género". El de Georgia Meloni instaba a la movilización en unas "elecciones decisivas" para construir una Europa "mejor que la actual" y con varios retos, entre los que ha citado “la defensa de sus fronteras”. Marine Le Pen criticó la "marcha forzada hacia un macroestado europeo" que, a su juicio, promueve Bruselas y se opuso a la posibilidad de que se elimine el derecho a veto en las decisiones de los veintisiete.
No todo son coincidencias entre ellos. Algunos, como Le Pen y Orbán, simpatizan con Putin, mientras que el resto no. Otros, como la AfD alemana, se declaran admiradores de Hitler y blanquean a las SS, además de otros escándalos, lo que ha hecho que sus propios colegas la expulsen del grupo ID. Pero ello no impide que coincidan en la agenda común de paralizar las instituciones europeas y que traten de que Europa deje de ser lo que es hoy, para retrotraernos a un conjunto de nacionalismos individuales.
Quizás, las payasadas histriónicas del impresentable Javier Milei —“el socialismo es muerte”, “la justicia social es aberrante”, “los impuestos son un robo”— y sus insultos a la esposa de Pedro Sánchez, tildándola de corrupta, han opacado en España el verdadero significado de este aquelarre de la Internacional Facha, que no es otro que el de apretar sus filas para preparar el asalto a la democracia europea. Por desgracia, y a día de hoy, las encuestas les dan un incremento de apoyos.
Contrariamente a lo que claman esos partidos, la Unión Europea no nos quita soberanía, sino que nos la aumenta. Nos da, a todos los estados miembro, acceso a compartir políticas que, de otro modo, no podríamos hacer. Los ejemplos más claros son nuestra moneda común y la mutualización de la deuda que representan los inmensos fondos Next Generation. Cada país por separado tendría una moneda más débil y pagaría mucho más caro su endeudamiento. Adicionalmente, la UE todavía es capaz de pesar en la política internacional al mismo nivel que las potencias dominantes EE.UU. y China. Por separado, seríamos insignificantes y tendríamos que amoldarnos a las políticas de otros. Esta independencia se constata estos días en las posiciones de la UE hacia la guerra emprendida por Netanyahu en Gaza, más criticas que las de EE.UU.
Pero, además, compartimos un conjunto de valores tales como la democracia, el defender estados del bienestar potentes -Europa es una rareza en el panorama internacional al proporcionar a todos sus ciudadanos sanidad, educación y pensiones públicas de calidad-, políticas de igualdad entre hombres y mujeres, derecho al aborto, protección de los colectivos LGTBI, y muchos otros valores que son justamente los que sacan de quicio a los ultras.
Deberíamos aprender de ellos y hacer campañas conjuntas de los partidos de distintos países que defienden la actual Unión Europea. Los socialdemócratas alemanes, irlandeses o suecos deberían hacer campaña en España, los socialdemócratas españoles hacerla en Alemania o Francia, y así sucesivamente. La misma idea sería aplicable a las familias populares, liberales y verdes.
En su reciente libro “La democracia expansiva”, el intelectual de izquierdas Nicolás Sartorius argumenta la necesidad de más estructuras supranacionales tan exitosas como la Unión Europea. El mundo necesita más democracia y no menos, más integración vertical de países democráticos, federaciones regionales que puedan hacer frente a los desafíos globales del planeta. No es el menor de ellos la existencia de multinacionales privadas muy poderosas que gobiernan lo que leemos, lo que vemos y lo que consumimos. Nuestros datos -explica Sartorius- es el petróleo del que se alimentan estas empresas y, de momento, no existe una autoridad democrática que pueda controlar sus decisiones, decisiones que, sin duda, condicionan nuestras vidas.
Hay muchos motivos para no votar a los ultras el día 9 de junio.