No hace falta insistir en el dilema que enfrenta Pedro Sánchez tras las elecciones catalanas, con una legislatura que antes de arrancar (¿qué queda de los acuerdos con Sumar después de todo lo que ha venido después?) está bloqueada por falta de presupuestos. Una vez conocidos los resultados de las elecciones, caben dos posibilidades: si Salvador Illa consigue la investidura, Sánchez puede sufrir en carnes propias las represalias de Puigdemont, pero si no la consigue, ¿de qué habría servido todo el desgaste sufrido con los indultos, las rebajas de la malversación y la sedición y, finalmente, la amnistía?
No parece, por otra parte, que las elecciones europeas vayan a dar algún respiro al PSOE, más bien al contrario: la baja participación y el escaso interés por este tipo de elecciones suele ser una invitación al voto de castigo, así que la pregunta es inevitable: ¿qué salida le queda a Pedro Sánchez? Si yo fuera él, repetiría la operación del 28-M-23, aprovechando el probable retroceso del PSOE y Sumar en las inminentes elecciones europeas, y adelantaría las elecciones generales, pero con una novedad: el candidato socialista ya no sería él, que podría estar llamado a mayores empresas, sino Salvador Illa, lo que evitaría tener que sacrificarle en Cataluña y, por ende, abrir una crisis entre el PSOE y el PSC, al tiempo que Illa es el barón socialista que mejor podría capitalizar la gestión de Sánchez en materia de plurinacionalidad y confederalismo, una vez que el separatismo ha salido derrotado de las urnas.
Esto resolvería el problema de Pedro Sánchez después de que su amago de desistimiento epistolar quedase en agua de borrajas. Pues cuando un líder olvida que lo más importantes es el proyecto que representa y confunde el proyecto consigo mismo es que una de dos: o ya no tiene proyecto o algo ya no funciona. Si además convierte a los medios en el enemigo a batir y pretende saltar por encima de ellos para conseguir una comunión espiritual con su pueblo ya no estamos ante un proyecto político sino ante una misión evangélica más propia de una república confesional que de una democracia europea.
Al mismo tiempo, el adelanto electoral resolvería de paso el problema de Salvador Illa, que podría mejorar incluso el resultado obtenido el 12-M en Cataluña y emular así la gesta de Carmen Chacón en 2008, aplastando al independentismo y despejando cualquier duda sobre las intenciones del PSC de desalojarlo del gobierno de Cataluña. Si a Illa le dieran los números para revalidar la coalición a nivel de toda España en el Congreso, podría intentar la investidura como Presidente del gobierno y completar así el plan iniciado por Sánchez, ofertando un concierto fiscal para Cataluña a cambio de renunciar de una vez por todas a maniobras unilaterales que no conducen más que a la decadencia económica y moral de Cataluña. Sería como darle la puntilla al independentismo.
Lo demás sería entrar en bucle y perder tiempo en experimentos que ya sabemos cómo terminan.