El Ornitorrinco es el único mamífero que pone huevos y cuya picadura es venenosa. El animalillo en cuestión, endémico en una zona de Australia, fue descubierto a finales del Siglo XVIII. Es un ser, cuando menos curioso. Su cuerpo como de castor, pelaje como de nutria, su hocico como el pico de un pato, y sus patas palmeadas. Emite un gruñido grave cuando se les molesta. Del ornitorrinco, se dice, que fue una broma de Dios cuando creó el mundo.
Así se parece la política española a este extraño animal. Yo diría que la política en nuestro país es una broma de Maquiavelo, es decir no hay nada más alejado del sentido común o de la estrategia racional que la política que se practica en nuestra adorable patria, pero que se concentra en aluvión sobrevenido en el llamado circulo de la M-30, obviando e ignorando que existe una España donde viven millones de ciudadanos que ven como se les quiere contagiar de ese Madrid verbenero de resabiada chulapa. Y es que España es mucho más plural, mucho más rica e intensa, que esa política reduccionista de un Foro restringido y pacato.
La política en este país, lleno de contradicciones, es la conformación de todas las rarezas habidas y por haber, y resulta, para el común de los ciudadanos, una especie de deambular que se mueve entre el sortilegio absurdo y el funambulismo sobre el alambre.
Es muy posible que “la política del ornitorrinco” acabe cautivando a mesetarios y tabernarios desbocados entre el radicalismo infame, la aparente moderación, el mundo de lo felón o lo reaccionario, el secesionismo y el inconstitucionalismo constitucional. Incluso, podría decirse, que es muy común entre la especie de políticos carpetovetónicos el hacer de la necedad virtud, como si con ello se cargasen de poder y de razón.
Todo es constitucional o inconstitucional, según se mire, y no porque lo diga el Tribunal que vela por el rigor de la Constitución, sino por conveniencia política. Las leyes se incumplen, también por conveniencia y “la justicia” se imparte desde el Parlamento, haciendo de este órgano y de sus llamadas “Comisiones de Investigación” una especie de “Tribunal revolucionario” y partidista que somete a juicio sumarísimo al “sospechoso”. Se confunde, en una suerte de sopa de picadillo, la Ley, la moral, el derecho, la ética, los prejuicios, el partidismo y las campañas electorales. La institución no importa. ¡Qué más da¡ Cada cual la entiende a su modo.
Se resucita la Inquisición, abolida hace doscientos años, pero vigente aún en muchas mentes, para colocar los sambenitos como capisayos al adversario, con razón o sin ella. Los eslóganes, los prontuarios, los argumentarios, las “frases geniales” o “ingeniosas”, los exabruptos, la perorata hiperbólica, el absurdo, la mentira deliberada, las fackes, las posverdades, circulan en todas las direcciones y de ellas se hacen eco toda una cohorte de aduladores, pelotas y pelotillas, chupatintas, comisionistas, vividores, ingenieros de las ideas geniales, tontos del haba, cantamañanas, ocurrentes, laboratorios de ideas y porteadores del absurdo, que llenan espacios en las redes sociales, los wasaps, los periódicos al uso o los llamados digitales, confundiendo de tal forma al paisano que, apenas, tiene capacidad de poner en orden y claridad las propias ideas.
Abundan las calumnias, el menosprecio, el insulto, el tono desabrido, hilarante o cómico. Pero se echa en falta el sentido común, el raciocinio, la capacidad de diálogo, el entendimiento, el respeto a las instituciones para las que, paradójicamente, reclaman respeto. Estas últimas, yo diría, que son actitudes que hoy parecen desterradas de la vida común.
Si no piensas como un facha eres un comunista, un rojo, un bolivariano. Si no piensas como un comunista eres un facha, un fascista, un franquista de nuevo cuño. Para algunos no existen términos medios. Y esto ocurre cuando ni fachas ni comunistas existen en la sociedad contemporánea, por mucho que algunos se empeñen en retrotraernos décadas. La sociedad ha cambiado tanto que incluso para quienes son negacionistas de Todo, los que abominan de cualquier tipo de cambio o evolución, la realidad es diferente. Pero aún así tratan de doblegarla retorciendo el pensamiento hasta lo kafkiano.
Los nuevos totalitarismos surgen en las sociedades democráticas negando las ideas de otros acusándoles de supremacistas e intransigentes, o cuestionando los objetivos del milenio de la Agenda 20/30 como si de una perversión se tratase. Pero por raro que parezca los totalitarismos se han hecho compatibles con la democracia y el pluralismo. Incluso son capaces de esgrimir “la libertad” como palabra icono de un mundo lleno de complicidades con lo efímero y lo volátil, pervirtiendo palabras, principios, normas que hasta hace unas décadas eran imprescindibles para normalizar la convivencia.
Apenas se esgrimen razones, no hay más respuesta que “estas conmigo o estás contra mí”. Solo Importa si “son de los míos”, pero desdeño “los que no son de los míos”, aunque el delito, la falta o la circunstancia sean idénticos. El dolor es pasional y unidireccional. Solo se entiende el mundo desde la intransigencia, ya sean a través del odio, las religiones, las ideas, los nacionalismos y las naciones o el color de la piel.
Hipocresía, cinismo. El ornitorrinco también pica, y su veneno, que no mata pero genera un inmenso dolor, es capaz de inocularse en el cuerpo de cualquiera para ayudarle a perder la razón. La sinrazón, el ruido, la pérdida del sentido común, la enajenación, el disparate, el desatino y la locura han hecho mella en el cuerpo social, extrañamente polarizado y dividido. Ahora solo queda que la cordura no acabe volviéndose loca, y al final el ornitorrinco sea el ser más normal de toda la Tierra.