Me llevaste donde la amistad se hace poesía,
en un cúmulo de emociones
que engrandecían la noche y los encuentros.

 

Eras historia hecha de tierra manchega,
voz del aire que se posa en las piedras
y deja su huella para siempre. 

 

Eras pasión pura altamente sensible,
donde los silencios se convertían en llanto 
y el verso, entonces, se quebraba
como si fuera una hoja seca de otoño.

 

Estar junto a ti era sentirse pequeño
en una cotidianidad que hacía presentir
que la historia, un día, sería portentosa. 

 

Cada minuto contigo era un amanecer
de energía en equilibrio con los sentimientos.

 

Fuiste un mundo propio,
un tiempo único,
con una sola estación, la de tu pasión encendida. 

 

Me llevaste a conocer y comprender
cómo era el alma humana
en los momentos difíciles, 
en la universalidad de la palabra en su recorrido
manteniendo la esperanza en los descalabros. 

 

Te recuerdo, aunque aún no te conocía, 
más allá de mi juventud pasada
porque te condensaste en todos los poetas que yo había leído. 

 

Después ya te hiciste cercano
y en cada abrazo que nos dimos
me transmitías tu energía vital
de poeta sin límites. 

 

No nos dejes
descansar en paz, 
ínstanos constantemente
a que seas parte de nuestras inquietudes.