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El desarrollo tecnológico en una democracia algo crispada

El desarrollo tecnológico en una democracia algo crispada

Mucho se habla y se ha escrito sobre la polarización que estamos viviendo en nuestras sociedades, y cada día surge alguna noticia o comentario que aumenta nuestro estupor. Más aún, ante la rotundidad de muchas afirmaciones que circulan va siendo algo “normal” tener que acudir a menudo verificar si lo que leemos es cierto o se trata de un bulo. Pero este es el panorama que tenemos. 


Por ello, la lectura de las noticias sobre los casos de corrupción más actuales, y las polémicas y muy divergentes opiniones expresadas por nuestros dirigentes políticos y algunos comunicadores, me han hecho recordar una frase muy dura del prestigioso psicólogo social Jonathan Haidt, autor de “La mente de los justos: Por qué la política y la religión dividen a la gente sensata”, cuando afirmó que, “si quisiera destruir la democracia, inventaría las redes sociales”. Puede parecer muy radical pero invita a reflexionar.

 

Y es que si en algo hay consenso es precisamente en que nuestro sistema democrático, de vida en convivencia y aceptación de la diversidad de opiniones, se encuentra en crisis. Pero poco, o nada, se dice sobre el efecto de esta crisis en algo tan fundamental para el progreso y la mejora del bienestar como es el cambio tecnológico y la innovación.

 

La incorporación de una innovación tecnológica no es algo neutral o siempre positivo. Un avance tecnológico relevante puede producir un efecto beneficioso para el conjunto de la sociedad o, por el contrario, puede beneficiar sólo a unos pocos y perjudicar, a corto o largo plazo, a una gran mayoría. Hay ejemplos para todo. Desde las ventajas y riesgos del uso de cookies, a la clonación genética, la tecnología nuclear, la incorporación de aditivos en la industria alimentaria, o el uso de la Inteligencia artificial en muchos procesos.

 

El problema está en que cuando una innovación o cambio tecnológico se implementa, liderado por algunas empresas y apoyado por los Estados, no lo es siempre porque haya una sólida evidencia científica de que la innovación va a ser positiva para el conjunto de la sociedad, sino que en muchos casos, ésta se implementa porque la corriente de opinión dominante, la capacidad de persuasión de algunos expertos de renombre, o incluso el trabajo eficaz de los correspondientes grupos de presión hacen que los Gobiernos permitan o faciliten la implementación de esa nueva tecnología. 

 

Esto nos lleva a destacar la importancia que tiene el que este tipo de decisiones, y la adecuada regulación de los cambios e innovaciones tecnológicas y de sus posibles efectos, estableciendo límites si es necesario, se basen en unas opiniones sólidas, rigurosas y contrastadas desde un punto de vista científico o técnico. Esto es, resulta fundamental facilitar que haya un debate lo más abierto posible en la sociedad sobre los grandes cambios tecnológicos e innovaciones que se van incorporando y que están por venir, y que van a ser críticos para los próximos años. Obviamente no se trata de que los ciudadanos discutan sobre temas tecnológicos o científicos, pero sí que sus representantes políticos y las instituciones de la sociedad civil, prioricen esta cuestión, y analicen y debatan con transparencia y rigor los problemas relevantes y las opciones tecnológicas para mejor resolverlos. Se trata además de valorar con una visión multidisciplinar.

 

Sin duda, un paso importante que actúa como catalizador en los países desarrollados es la incorporación de la figura del Asesor científico dentro de los Departamentos Ministeriales, como lleva años recomendando la OCDE,  pero en los tiempos que vivimos no basta con eso. Es necesario que la sociedad civil se involucre más y presione así a los representantes políticos para que estos debates se lleven a cabo. Y se haga de un modo riguroso, fuera de crispaciones. Una de las razones por la que vivimos en una sociedad tan polarizada y con una alto y creciente grado de desafección hacia la clase política por parte de los ciudadanos es que los partidos no ofrecen un “modelo pais” a seguir como objetivo. Se discute, agriamente, sobre hechos y opiniones puntuales, pero no se debate con rigor sobre los problemas de España y las opciones posibles para solucionarlos mejor.

 

Dentro de los grandes retos clave para el progreso y la mejora del bienestar en nuestras sociedades hay dos en los que claramente las innovaciones tecnológicas van a jugar un papel clave: la sostenibilidad medioambiental, y la Inteligencia Artificial y su utilización en la transformación digital.

 

Sobre la primera cuestión, es preocupante que la problemática del cambio climático se haya convertido en uno de los temas utilizados en el enfrentamiento o polarización que vivimos. Para unos es una exageración de los ecologistas, mientras que para otros es la puerta a la destrucción del ecosistema del planeta. 

 

En cuanto a la IA, al menos hasta ahora, no ha sido un tema objeto de enfrentamientos radicales en los medios o redes sociales debido a su complejidad y a que la gran innovación que ha supuesto ChatGPT es aún muy reciente.  En niveles expertos sí hay visiones distintas sobre los límites a su desarrollo y utilización, y el “alineamiento” con los derechos humanos fundamentales, pero el eco del debate aún no ha llegado al ciudadano y tampoco a los representantes políticos.

 

Sin embargo sería deseable que nuestros representantes políticos, de los diferentes partidos, y las instituciones de la sociedad civil, fueran conscientes de la importancia que tienen estas dos cuestiones para el futuro bienestar de los ciudadanos, y priorizaran un debate serio, riguroso y sosegado cara a la definición y elaboración de la posición de España en la definición de unas políticas públicas que va a acabar estableciendo la Unión Europea. Las políticas en estos ámbitos necesariamente van a ser globales, más allá de políticas nacionales. y de hecho tanto en sostenibilidad ambiental como en IA ya se están dando pasos importantes.

 

De ahí que, en un ejercicio de responsabilidad, debería evitarse que, al menos, estas dos cuestiones, fueran también utilizadas en estos debates crispados que vivimos, quedando al margen, y en paralelo, para ayudar a ello, los responsables políticos y las instituciones competentes deberían potenciar debates rigurosos y sosegados entre expertos con visiones diferentes. Se contribuiría así a aportar claridad en unas cuestiones que son clave, y de urgente definición, para el progreso y bienestar futuro de nuestro país, en unos tiempos en que nuestra democracia está algo crispada. 


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