Pero, ahora, y en España, la maldad parece residir en la madrileña calle de Ferraz donde gente muy piadosa se acerca a rezar a la caída de la tarde con objeto de exorcizar al pueblo español del maligno. Se le ha llegado a representar en forma de muñeco al que le apaleaban de manera patriótica usando para ello banderas pero de las imperiales, con águila y todo.

 

Porque, la maldad, como la peste, se extiende si no se toman las medidas oportunas y, en nuestro caso, se ha expandido al Palacio de la Moncloa y, de ahí, a cientos de oficinas del Gobierno por toda España. Un fuerte olor a azufre es posible apreciar por todo el país sin más que abrir ligeramente las fosas nasales. Aunque, no hace falta ni eso. Basta leer, oír y/o ver, los medios de comunicación libres, o sea los que no consienten ni media del Gobierno, para darse cuenta de la dimensión del problema.

 

Y, todo, con la inacción de la Conferencia Episcopal Española que, limitándose a tibios reproches esporádicos, no se atreve a decretar el estado de emergencia por la llegada del anticristo. Hay cosas que no se arreglan con el rezo de un simple rosario como se pudo comprobar cada vez que hizo falta una santa cruzada.

 

Aunque, siempre queda gente de bien, dispuesta a sacrificar todo lo que no es suyo con objeto de conjurar el mal. Hablo de políticos y, aquí, convendría diferenciar las distintas especies que, bajo esa denominación, se encuentran en España por mor de unas leyes que, en su momento, no tuvieron la visión de futuro de imaginar lo que podría ocurrir en nuestra Patria.

 

Así, sufrimos los efectos de una Constitución y de diversas leyes derivadas de la misma, como las de Partidos Políticos, del Régimen Electoral General o, incluso del Código Penal, que consienten lo que consienten. La existencia de partidos políticos que defienden ideas contrarias a la unidad de España y a las buenas costumbres que siempre han adornado a los españoles de pro. Incluso, los hay que propugnan la igualdad entre seres humanos sin tener en cuenta las diferencias de cuna, de posición, de género o de costumbres sexuales.

 

Menos mal que, para corregir esos desajustes, hay jueces guardando el último reducto de decencia patria. A ellos habrá que encomendarse mientras no haya otros medios que nos libre del tiranicidio que padecemos, tal como ya hace siglos propugnaba el padre Mariana.

 

Y, con esa esperanza, el bando nacional no descansa en la defensa del bien. ¿No querían democracia?. Pues vamos a darles democracia votando en el Congreso de los Diputados todo lo que propongan, sea lo que sea y caiga quien caiga. Votando que no, naturalmente, pero votando, que es lo democrático. En el Senado no hace falta votar porque ya se sabe el resultado de antemano. Ahí, un desliz de los constituyentes propició que la mayoría de los españoles estuvieran siempre representados evitando la presencia incómoda de una proporción relevante de las minorías.

 

Y, después de votar que no, toda disposición que apruebe el Congreso debe ir caminito de los tribunales para procurar su ilegalización. Para ello, es primordial mantener el estatus actual del Consejo General del Poder Judicial con objeto de evitar que puedan ser nombrados jueces contaminados por ideas que no deben. Como ya está contaminado el Tribunal Constitucional, ocupado por personas de las que llaman progresistas. Ahí, en ese tribunal, habrá que esperar que circunstancias especiales, como vacaciones, enfermedades o cosas así, reduzcan la proporción de ocupantes para conseguir ilegalizar alguna ley de cortes.

 

Y, de apoyo, los medios. Por tierra, mar y aire, prensa, radio, televisión, redes, influencers, memes, y todo lo que sirva, han de transmitirse las ideas básicas pero eternas: Sánchez es un tirano, me gusta la fruta, se va a romper España de un momento a otro y vamos a la catástrofe. El fin del mundo se acerca y a España llegará antes que a otros sitios. 

 

Todo vale en defensa de los valores que lo merecen. Cuando la patria nos llama, al enemigo ni agua. Sin tregua. Libertad o muerte. De derrota en derrota hasta la victoria final. A por ellos.