Cuando Pedro Sánchez alcanzó el gobierno y Susana Díaz perdió la presidencia de la Junta de Andalucía se abrió un nuevo tiempo. Las tornas habían cambiado en cuanto al enfrentamiento entre el PSOE-A y el PSOE. En Madrid se gobernaba y en Andalucía no, y no hay nada más determinante para el apoyo interno en un partido que tener los resortes del gobierno. Quien gobierna tienen en sus manos expansionar carreras políticas o cercenarlas, dar puestos de trabajo o quitarlos, o aplicar políticas que favorecen o perjudican a tu comunidad autónoma, provincia o municipio, por eso es fácil que quien gobierna gane.
A pesar de que Susana Díaz perdió el gobierno y Pedro Sánchez lo consiguió, desde Madrid no pidieron su dimisión ni iniciaron movimientos internos para su derrocamiento. Moreno Bonilla, con el peor resultado del PP desde las primeras Elecciones Andaluzas en 1982, cuando aún existía UCD, había conseguido un gobierno de coalición con Ciudadanos, apoyado por Vox, y sin embargo nadie reaccionó. Por supuesto Susana Díaz no asumió su responsabilidad y no dimitió, algo que ya se ha convertido en normal en este partido, pero Ferraz (así denominamos coloquialmente en el seno del PSOE a los órganos del partido a nivel nacional) tampoco precipitó su caída.
La explicación era fácil, Ferraz no contaba con mayoría en el PSOE-A y no se atrevía a asaltar Andalucía. Los “sanchistas” fuimos minoría en las primarias de 2017, Pedro Sánchez solo consiguió 12.588 votos frente a los 20.381 de Susana Díaz. Cierto es que había cambiado la distribución de poder político, pero en el PSOE existe una especie de consenso/creencia según el cual las facciones tienen el peso del resultado obtenido en el último proceso congresual en el que ha habido votación. Siendo esto así, por mucho que Pedro Sánchez fuera presidente del Gobierno y Susana Díaz ya no fuera presidenta de la Junta de Andalucía, era muy arriesgado intentar un derrocamiento. Más cuando la estabilidad del gobierno en Madrid era precaria, al depender de una heterogénea suma de izquierda y nacionalismo que podía estallar en cualquier momento. En ese escenario intentar la conquista orgánica del PSOE-A podía ser una quimera o incluso un suicidio si algo fallaba en el gobierno de coalición.
Fue así como Ferraz decretó el olvido del PSOE-A, que quedó condenado al barbecho, dejando que la derecha que jamás ha creído en esta tierra campara por Andalucía sin oposición alguna. La desesperación reinaba entre la militancia, el sanchismo de base no entendía por qué no se ponía en marcha un proceso de primarias, sin embargo, el sanchismo andaluz instalado en Madrid no movía ni un músculo por cambiar la situación de Andalucía. De hecho, uno de los más relevantes sanchistas de Andalucía me llegó a trasladar que había que dejar a Susana que se volviese a presentar a la Junta para que se estrellase de nuevo y así ya quedara definitivamente eliminada de la ecuación.
Y así habríamos seguido de no ser porque comenzaron a salir a principios de 2021 los primeros brotes de grupos de irredentos que no aceptábamos el entreguismo promovido por el sanchismo andaluz en Madrid. Los movimientos producidos en el seno del sanchismo no emigrado pusieron nerviosos a Susana Díaz, que comenzó una turné por Andalucía, y Ferraz respondió a esa turné con una convocatoria precipitada de elecciones primarias para elegir al candidato/a a Presidente/a de la Junta de Andalucía.
La estrategia de Ferraz fue clara, convertir las primarias en un plebiscito sobre el liderazgo del presidente del Gobierno Pedro Sánchez, que pasaba por el fin del liderazgo andaluz de Susana Díaz, y designó como candidato a Juan Espadas, Alcalde de Sevilla y mimético a Moreno Bonilla, que hasta un mes antes de anunciar su candidatura había sido uno de los más acérrimos susanistas.
Con la elección de Juan Espadas Ferraz intentaba romper las filas susanistas y sobre todo dar la vuelta a la provincia de Sevilla, sin la cual era inviable ganar a Susana Díaz. Los irredentos, que nos negábamos a ver las primarias como ese plebiscito y que las planteábamos como la búsqueda de una candidatura para ganar a Moreno Bonilla nos organizamos a modo de resistencia y promovimos una plataforma con el nombre de Andalucía Socialista que terminó presentando una candidatura de bases que, a propuesta de mis compañeros y compañeras, tuve el honor de encabezar. Contra el pronóstico de Ferraz conseguimos sobradamente el número de avales necesarios y nos colamos en la carrera. Fruto de nuestra gesta, fue que en el 40 Congreso el aparato que consiguió su poder con unas primarias, cambió las normas y se duplicaron el número de avales necesarios y se redujo a una semana el tiempo para recogerlos. Los aparatos son aparatos, los gobierne quien los gobierne.
Las primarias andaluzas se convirtieron en un mercadeo, en el que una parte del susanismo no aguantó la presión y sucumbió al miedo escénico de enfrentarse a Pedro Sánchez y a las promesas de cargos que Juan Espadas ofrecía a cualquiera que hablara con él. Nuestro discurso orientado a plantear una alternativa a Moreno Bonilla fue como predicar en el desierto. Había que acabar con Susana Díaz para evitar que esta renaciera y apuntalar el gobierno de Pedro Sánchez. No obstante, tan difícil veía Ferraz conseguir ganar que, cuatro días antes de la votación, me enviaron un emisario para conocer si estaríamos dispuestos a negociar nuestro voto si había segunda vuelta. Sin embargo, finalmente se impuso la concepción plebiscitaria y Ferraz obtuvo la victoria: Juan Espadas consiguió el 55,05% de los votos, Susana Díaz el 38,76% y mi candidatura el 5,33%.
A partir de ahí fue todo de corrido, Juan Espadas ganó las primarias a Secretaria General del PSOE-A sin candidatura alternativa y configuró una ejecutiva regional multitudinaria que nunca llegaría a ejercer. Como había provincias donde Susana Díaz había ganado (Almería, Málaga y Córdoba) y donde el resultado había estado más ajustado (Sevilla), Espadas ofreció la recolocación a los líderes provinciales susanistas a cambio de que se retiraran y no dieran la batalla en los congresos provinciales. Así se renovaron los liderazgos de Málaga, Córdoba y Sevilla, con personas afines a Ferraz o a Espadas, pero no en Cádiz y Almería, donde los candidatos promovidos por Espadas fueron derrotados. En Cádiz hubo división en el espadismo y se impuso la candidatura de Ruiz Boix y en Almería volvió a perder y se impuso la sucesión susanista, pero ya venida a menos. El camino estaba expedito para afrontar las Elecciones Andaluzas y Ferraz había conquistado el PSOE-A
Mis colegas que enseñan política económica siempre repiten una máxima: cuando existen múltiples objetivos económicos debemos disponer como mínimo de tantos instrumentos de política como objetivos se pretenden conseguir. Creo que este principio es de aplicación también en política y es muy explicativo de lo ocurrido en el PSOE-A. Ferraz tenía dos objetivos, sacar a Susana Díaz como fuera de San Vicente (el seudónimo homónimo de Ferraz a nivel andaluz) y plantear una candidatura para enfrentarse a Moreno Bonilla pero, dada la unicefalia imperante en nuestro partido, solo tenía un instrumento. Podría haber propuesto a María Jesús Montero, su mejor activo para pelear contra Moreno Bonilla, pero entonces probablemente no habría roto las huestes susanistas de Sevilla y puede que no hubiera conseguido ninguno de los dos objetivos, por eso Ferraz optó por jugar la partida de sacar a Susana Díaz de San Vicente y ofrecer la candidatura a Juan Espadas, aún a sabiendas de que podía condenar electoralmente al PSOE-A en las autonómicas.
El resultado del advenimiento de Espadas fue el que pronostiqué en esa campaña de primarias. En las Elecciones Autonómicas del 19 de junio de 2022 obtuvimos el peor resultado de nuestra historia, 30 diputados, el 24,1% de los votos, y Moreno Bonilla pasó del 20,75% del voto al 43,11% y de 26 a 58 diputados. Ferraz había conquistado San Vicente pero a cambio había entregado Andalucía. Juan Espadas se sacudió la responsabilidad de su derrota aduciendo falta de tiempo y voto de castigo a las políticas del gobierno de Pedro Sánchez y la única voz crítica en público después de las elecciones fue la mía pidiendo la asunción de responsabilidades políticas y la dimisión de Juan Espadas y de su ejecutiva regional.
En Ferraz se desató un fuerte debate, entre Adriana Lastra, en ese momento Vicesecretaria General, que había promovido inicialmente al jienense, portavoz socialista en el Congreso de los Diputados, Felipe Sicilia en lugar de Juan Espadas, y Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, María Jesús Montero y Santos Cerdán que habían promovido a Juan Espadas. El resultado fue una intervención quirúrgica al máximo nivel bajo un principio básico de la supervivencia política mantenella y no enmendalla: cese de Felipe Sicilia como portavoz, hoy ejerce de policía nacional, “dimisión” de Adriana Lastra y nombramiento de María Jesús Montero como vicesecretaria general del PSOE. Por supuesto, en el PSOE-A nadie asumió responsabilidades políticas y Juan Espadas comenzó a compatibilizar su puesto de jefe de la oposición en Andalucía con el de Senador.