Es indudable que existen, también, causas locales a la hora de entender los pésimos resultados del PSOE en Galicia. Cambios continuos de candidatos, una campaña más en clave nacional -condicionada por Moncloa- que de proyecto socialdemócrata propio para Galicia y una debilidad orgánica manifiesta en un partido cada vez más cerrado en sí mismo. Un partido que celebra Convenciones improvisadas no para el debate de la militancia sino para hacer marketing electoral.
Pero nada de ello basta para explicar este fracaso que obedece a razones de fondo que no se quieren admitir, ni siquiera en el Comité Federal, porque eso implicaría ser autocríticos y reconocer errores de bulto. El valor del hiperliderazgo político sin contrapesos democráticos puede convertirse en un lastre.
Vale que el PP capta casi todos los votos de la derecha en Galicia, con la desaparición de la bestia negra de VOX; vale que la izquierda se presentó dividida, lo cual no afectó al BNG; y vale que parte de nuestro voto pudo irse al BNG por aquello del voto útil, aunque eso no es un consuelo sino consecuencia de nuestra estrategia de subvencionar por necesidad a los grupos nacionalistas para gobernar España. La investidura no sale gratis y todo tiene un precio.
Por eso somos ya subsidiarios de otros partidos de izquierda, como tercera fuerza, en Madrid, Euskadi y Galicia. Eso sí, nos queda Cataluña donde hemos hecho una gran apuesta por la convivencia -nos dicen- abriendo, sin embargo, flancos de ataque en otras Comunidades de esta España plurinacional.
No tengo duda de que en el electorado gallego han influido la pérdida creciente de confianza y credibilidad de Pedro Sánchez, algunas incoherencias en el desarrollo del programa electoral y el desdibujamiento de un modelo federal e interno del PSOE que se quedó hace tiempo acartonado.
Son cuestiones que ya contribuyeron a los malos resultados en las pasadas elecciones municipales y autonómicas. Luego, se ha producido la gestión errática de la investidura realizada por Moncloa, con el trágala de una amnistía que podía estar justificada pero con condiciones democráticas claras. A ello se han sumado las concesiones no bien explicadas a fuerzas nacionalistas.
Podremos seguir con la cantinela de “hacer de la necesidad virtud” y quizás acabemos autoconvencidos -a base de repetirlo- de que la ley de amnistía es “impecable”, obviando que no supimos poner algunos límites a su contenido y llegando a acuerdos con Junts que no se justificaban.
La realidad es que ni los buenos oficios del Presidente en la guerra genocida de Gaza ni el necesario reforzamiento por el gobierno de las medidas sociales, vía decreto ley, han servido para aliviar la sensación de tendencia a la baja en la valoración de intención de voto del PSOE.
Los episodios de deslealtad provocados por Junts y la bronca continua en relación con la amnistía nos desgastan y pasarán factura. Aquí y allá, por encima de las apuestas voluntaristas del CIS.
Escucho decir a Ferraz que la amnistía no ha incidido en los resultados. Y me pregunto cuánto voto de centro en Galicia hemos dejado de captar. Porque alguno habrá. La cuestión es que si hacia el centro no crecemos, si no atraemos e ilusionamos el voto joven, si no crecemos por la izquierda y entre los sectores progresistas, si no tenemos un perfil propio que identifique un modelo de autogobierno claramente federal en las elecciones autonómicas … caeremos en una crisis de identidad más allá de las elecciones europeas.