El horror de la guerra hace que no nos preguntemos quién mueve los hilos. Los conflictos bélicos, los presupuestos en gasto militar y la existencia de “ejércitos privados en alquiler”, producen enormes beneficios a poderosas empresas a costa del dolor de muchos seres, una mayor corrupción y la negación de los derechos humanos.
Vivimos en medio de 32 conflictos bélicos en un Planeta cada vez más inseguro e inestable. Además de la guerra en Ucrania provocada por Putin y el conflicto entre Israel y Hamás, existen enfrentamientos armados en África, en territorios de la antigua Unión Soviética y en Oriente Próximo. Y cada conflicto es un gran negocio para las empresas armamentísticas.
Cuando se inició la guerra en Gaza, tras los atentados terroristas de Hamás, la cotización en las Bolsas de las empresas multinacionales de armas en Estados Unidos y Europa se disparó en un 15% de media. Y con la continuidad de la invasión y los bombardeos sobre la población civil -lo que requiere una producción intensiva- la revalorización de grandes compañías de armamento ha alcanzado máximos históricos.
El negocio escandaloso de la guerra alcanza también a las empresas de China, Rusia o India que están multiplicando la producción y sus ganancias. Ellas cuentan con mercados muy accesibles en África debido al crecimiento de la polarización entre Occidente y el denominado Sur Global. África es un continente plagado de conflictos bélicos regionales que cuenta con una presencia militar creciente del yihadismo y que busca otros socios frente al colonialismo del pasado practicado por países de Europa y el actual abandono de la UE. En ese escenario, China y Rusia practican un neocolonialismo por razones geoestratégicas, realizando en Africa fuertes inversiones en infraestructuras.
En los últimos años se ha producido, a instancias de los EEUU y entre los socios de la OTAN, un incremento presupuestario de la inversión en defensa. Occidente siente amenazada su seguridad por Rusia, China o Irán, mientras aumenta la competencia por obtener materias primas necesarias para el funcionamiento de las tecnologías y por garantizar los recursos energéticos. Por ello, crece su dependencia de EEUU como potencia hegemónica a quien seguir. Todo sirve a los Estados de la UE para justificar la carrera por armarse. En el caso de España significa aumentar su gasto militar hasta un 2% del PIB.
El país que domina en el sector de la venta de armas es USA; sus empresas alcanzan el 51% de las exportaciones mundiales (en especial, Lockheed Martin) y el 80% del suministro de armas a Israel. Alemania suministra el 19%. La industria europea del armamento obtiene beneficios de las guerras en Ucrania y Gaza, lo mismo que las compañías petrolíferas.
De ahí que exista entre los expertos la opinión de que por encima de los intereses generales y gubernamentales prevalecen los de los lobbies de las armas y las conveniencias de las élites políticas. Quienes pierden son la población civil masacrada y, en otro plano, las organizaciones humanitarias, la diplomacia, la ONU y los derechos humanos, así como la gobernanza democrática.
Los escenarios de guerra requieren el uso de todo tipo de herramientas militares en permanente evolución tecnológica y son imprescindibles por su utilidad. Las guerras permiten ensayar y utilizar las nuevas armas para medir sus efectos reales. Así, las empresas prueban su “eficacia” e incorporan mayores garantías en los mercados de venta.
Los lobbies que controlan la producción de armas cuentan con la financiación de la gran banca -quizás de tu banco- y de fondos de inversión opacos, además del apoyo de sectores del poder político. Sin ir más lejos, también el Banco Europeo de Inversiones ha recibido el mandato de financiar con urgencia la industria armamentística de la UE para crear un nuevo paradigma en defensa con autonomía estratégica.
Podemos contemplar cada día, en directo, las imágenes de un genocidio como simples espectadores, distantes o afectados. Pero la situación exige adquirir un compromiso militante en favor de la cultura de paz. Nadie debería confiar en la existencia de límites o líneas rojas a la escalada de una guerra extendida o mundial. Ni siquiera el riesgo nuclear es disuasorio en el juego de la guerra.
La participación de una ciudadanía activa y crítica es fundamental en la defensa de los derechos humanos en todos los escenarios. En la esfera personal hay que exigir una banca ética y transparente, interesarse por los vínculos de los fondos de inversión con la industria de las armas, valorar a la hora de votar los objetivos del gasto militar, asumir modelos de consumo sostenibles para combatir la crisis climática y pedir rendición de cuentas a los gobiernos sobre su posición en los conflictos y en la defensa de los derechos humanos.
En 2023 se celebró el 75 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Ni en Ucrania ni en Gaza han avanzado los esfuerzos diplomáticos en favor de la paz mediante un alto el fuego inmediato, como ha reclamado la ONU. Hoy la prioridad es ampliar el negocio de la guerra con sus armas inteligentes. Mientras, las autocracias militarizadas ganan terreno al Estado de Derecho y a una debilitada democracia planetaria.