Para entender la realidad, y poder actuar sobre ella, a veces es necesario distanciarse de los fenómenos cotidianos, a los que -a fuerza de convivir cada día con ellos- hemos terminado acostumbrándonos. Debemos dotarnos de una nueva mirada, una mirada más crítica y desapasionada. Es lo que procede hacer con el principal partido conservador español, el Partido Popular, del cuál sabemos lo que hace, pero no por qué lo hace, ni tan solo si puede considerarse lo normal lo que hace.
Padece una enfermedad cuyos síntomas son francamente preocupantes: casi el 100% de las intervenciones de sus dirigentes comienzan por la palabra Sánchez y prosiguen con una descalificación, o un juicio negativo sobre este.
En una coreografía perfectamente sincronizada, los medios de comunicación afines abren sus portadas con titulares en los que indefectiblemente aparece la palabra Sánchez seguida del correspondiente aserto desfavorable. Ello, independientemente de que la noticia del día sea el bombardeo de un hospital en Gaza, un terremoto en Japón, unas milicias atacando una ruta comercial o cualquier otra catástrofe global.
Es decir, este partido solo habla de lo que hace su adversario político. Mientras éste, acertadamente o no, toma decisiones y transforma la realidad, él se limita a criticarlas. En mi opinión, un partido político que tenga como única actividad encender a la población contra su adversario está, a la larga, condenado a la irrelevancia. Sus electores, a los que presumo inteligentes, esperarán que, de vez en cuando, haga también alguna propuesta de gobierno, especialmente en periodos electorales. A la postre, la misión de un partido es construir alternativas para gobernar un país y afrontar los problemas de la población.
El segundo síntoma preocupante de este partido es que está ausente de los principales debates del siglo XXI y no elabora políticas para enfrentar los problemas globales que preocupan a los ciudadanos y que otros partidos conservadores sí abordan. No sabemos qué posición tiene el PP sobre la emergencia climática, la digitalización de la economía, el impacto de la inteligencia artificial, la autosuficiencia estratégica de los estados o los fenómenos migratorios. Solo nos advierte de que lo que hace Sánchez está muy mal.
Ignorar los problemas acuciantes de nuestro siglo que, además, llenan de angustia a los ciudadanos, y centrarse exclusivamente en la batalla política nacional, denota un preocupante provincianismo y sus electores terminarán por percibirlo.
El tercer síntoma de su desconexión con la realidad es su incapacidad para entender y admitir la realidad plural de España, tanto desde el punto de vista ideológico como territorial. Es frecuente que emplee, por ejemplo, el término “comunista” como un insulto, como si, pertenecer a un partido comunista de la Europa del siglo XXI —partidos perfectamente integrados en la democracia desde hace decenios—, fuera algo peor que ser miembro de uno conservador o liberal.
En el tema territorial, su relación con los partidos nacionalistas ha oscilado entre tildarles de enemigos de España y traidores cuando pactan con su adversario, y una extrema sumisión cuando han necesitado sus votos. Independientemente de este oportunismo, niegan las identidades diferentes a la española y obstaculizan el uso de sus lenguas, que son tan españolas y dignas de ser defendidas como el castellano. Esta actitud le impide construir mayorías con el PNV o Junts que, sin embargo, le son ideológicamente afines.
Otro síntoma preocupante para un partido democrático es su resistencia a condenar la dictadura de Franco y a establecer un relato común con el resto de los partidos democráticos sobre este periodo de nuestra historia. Esta actitud es muy diferente de la mantenida por los partidos conservadores de Alemania con respecto al nazismo de Hitler, o por los italianos con respecto al fascismo de Mussolini.
Quizás consecuencia de lo anterior, también es preocupante su actitud tolerante con la extrema derecha de Vox, partido al que ven como un hijo descarriado y díscolo de su propio partido que esperan reconducir pronto al redil. Para ello, se hacen eco de su discurso y permiten sus decisiones antidemocráticas en los ayuntamientos y comunidades donde gobiernan conjuntamente. Es decir, los normalizan. La actitud predominante en la UE es, por contra, aislar a estos partidos e impedir que alcancen cotas de poder.
Por último, preocupa en ese partido la ausencia de un liderazgo claro ¿Quién manda en él? Desde luego, no mandaba el señor Casado el cual, en el momento en que dejó de ser útil, fue defenestrado fulminantemente. Tampoco el señor Feijóo que, como en el baile de la yenca, da un pasito para delante y otro para atrás. Cada vez que parece tomar una decisión, surge un editorial en un medio afín, o una crítica en una tertulia radiofónica, o una declaración del señor Aznar, o de otros dirigentes, y rectifica instantáneamente. Un partido sin capitán, al igual que un barco sin timonel, es un partido a la deriva.
La explicación de este comportamiento errático y sin otro proyecto que el de combatir a su adversario tal vez la encontremos en la historia del partido. Como nos ilustra el catedrático de Historia Contemporánea Xosé Núñez Seixas —El País, 22/12/23—, tras la implosión de la UCD de Adolfo Suárez, muchos de los integrantes se refugiaron en Alianza Popular (AP), partido fundado durante la Transición por siete ex-ministros de Franco y compuesto esencialmente por franquistas reconvertidos apresuradamente a la democracia. Tan solo unos pocos democristianos provenían de la oposición antifranquista.
AP se opuso al Título octavo de la Constitución —el que configura la creación de las autonomías— y más de la mitad de sus miembros votaron en contra de la propia Constitución o se abstuvieron. Renombrado como Partido Popular, el señor Fraga designó como su sucesor al señor Aznar, del cual hoy nadie duda que es un ultra, no muy distinto de los dirigentes de Vox. Estos orígenes explican la resistencia a condenar el franquismo y la complacencia con la extrema derecha mencionadas más arriba.
Pero, las sociedades avanzan y los partidos deben actualizarse de acuerdo con los tiempos. Si un partido se desconecta de la realidad, terminará por aparecer otro que llene el vacío que deja. De hecho, eso estuvo a punto de pasar con Ciudadanos que, en sus comienzos, conectó muy rápidamente con gran parte del electorado del PP y rozó sobrepasarle electoralmente. Tan solo la incompetencia y bisoñez de su líder evitó que se consumara el “sorpaso”.
En cualquier caso, que perviva sin cambios un partido que está situado electoralmente mucho más a la derecha que sus votantes, es un fenómeno inestable y anómalo.
Si un partido se desconecta de la realidad, terminará por aparecer otro que llene el vacío que deja