Leo que la publicación Historia National Geographic va a continuar en 2024 hablando de mujeres de la Historia; “una pieza imprescindible de nuestro relato”. ¡Loado sea el cielo! Ya era hora de que se trate con seriedad esta falta de visión, pues frente a la despectiva frase “estoy harto/a de que se hable de mujeres” encontraremos ese otro rigor histórico, ELLAS, que existieron y que formaron parte indiscutible de la Historia de la Humanidad. Hace muchos años escuché una conferencia de Amelia Valcárcel, que denunciaba “el relato tiene ojos de varón” … así ha sido: El escriba, el confesor, el marino, el conquistador, el traductor árabe o hebreo… y pongan ustedes todos lo que faltan.
Pero si lo cambiamos a femenino descubriremos que también hubo relato, real, cierto, y por eso me sumo a esta iniciativa como divulgadora de Mujeres de la Historia, con mi faceta de novelista (Ni locas ni tontas), en los monólogos teatralizados y conferencias que imparto. Y aplaudo y aprovecho esta página para hablarles de ELLAS, que no serán las pintoras suecas, piratas inglesas, compositoras alemanas, o filósofas francesas, que sí las hubo y también, yo con su permiso me ceñiré a nuestras españolas, presumiré de ELLAS, QUE BRILLARON A PESAR DE, como fue el título de mi última conferencia impartida en el Real Casino de Agricultura de Valencia.
LYCEUM CLUB Parte 1
¿Qué tienen en común Carmen Baroja, María de Maeztu, Isabel Oyarzabal “Beatriz Galindo”, Victoria Kent, Zenobia Camprubí, María Lejárraga “Martínez Sierra”, Clara Campoamor, Matilde Huici, Josefina Blanco, Ernestina Champourcin, Concha Méndez, o Encarnación Aragoneses más conocida como Elena Fortún...? Todas son distintas, unas licenciadas, otras profesionales, otras amas de casa, unas solteras y otras casadas, pero, entre ellas existe un nexo común: Fueron las socias fundadoras del LYCEUM CLUB EN MADRID 1926.
UN DESAFÍO FEMENINO
¿Un Club exclusivamente de mujeres? Sí. “Siluetas rectas a lo mancebo, pelo a lo chico, cigarrillos egipcios…, ¡la mujer española se lanza a la modernidad!”, resaltaba la prensa del momento. Una prensa que calumnió la iniciativa bajo la directriz de un catolicismo y patriarcado recalcitrante.
Desde su constitución estuvo el Club vilipendiado y señalado, por su modernidad, por ser apolítico y aconfesional, por tener una gran biblioteca que eludía la censura eclesiástica, por tener fines culturales ajenos a las cofradías religiosas, y por motivar, dignificar y querer construir una nueva mujer con derecho al voto y que reclamaba cambios en el Código Civil.
Constance Smedley (1881-1941) fundó el primer Lyceum Club en Londres como punto de encuentro de mujeres de ideas avanzadas. Luego se creó el Lyceum de Berlín en 1906, Alys Hallard lo fundó en París en 1913 y siguieron Bruselas, Nueva York... En 1926 había 28 liceos y en el de Madrid 115 mujeres, entre las que se encontraban las arriba mencionadas. Dirigidas por su presidenta María de Maeztu lo fundaron en la calle Infantas 31.
Según nos relata Zenobia Camprubí en uno de sus escritos: “La primera persona que vino a hablarme de fundar un Club de Mujeres fue Victoria Kent… creía yo que el resultado más trascendente de su creación debería ser el borrar diferencias de orientación y prejuicios de clase, por medio del común interés intelectual. Pero no me hacía ilusiones, temía que los prejuicios fueran demasiado arraigados para borrar las diferencias… Me mostré escéptica aun cuando le ofrecí mi ayuda sin más condición que no ocupar ningún cargo…. En contra de mi voluntad me obligaron a aceptar la Secretaría General”.
Unos años después el Club pasó a la calle San Marcos 44, pues tal como Zenobia nos sigue informando: “Eno’s Fruit Salt” era dueño del inmueble y necesitaba nuestro precioso local…colocaba una enorme botella de cartón en la entrada”, un elemento más incómodo que disuasorio que obligó al traslado de la sede. En 1939 Serrano Suñer decretó el cierre del Lyceum, se cedió el local a la Falange Española y se convirtió en el Círculo Cultural Medina. El comunicado entre los otros clubs internacionales decía “Lyceum Club cerrado por causas políticas del país”.
Los Estatutos eran comunes para todas las sedes: “Defender los intereses morales y materiales de la mujer desarrollando todas aquellas iniciativas y actividades de índole exclusivamente económica, benéfica, artística, científica y literaria que redunden en su beneficio”. Se fomentaba el espíritu colectivo, facilitando el intercambio de ideas y se proponía organizar obras de carácter social, conferencias culturales, así como cursillos formativos. Se estipulaban cuatro clases de asociadas: Fundadoras, Protectoras (las que al darse de alta contribuyen con una cuota de quinientas pesetas), de Número y Transeúntes. Las cuotas de entrada eran de veinticinco pesetas y la mensual de cinco pesetas y aunque las cuotas podrían variar de un país a otro las asociadas debían tener la edad de diecinueve años, o quince siempre que fuera pariente en primero o segundo grado de una asociada(1).
(1) Zenobia Camprubí, La llama viva. Emilia Cortés, pág. 328/329. Alianza Editorial. Estatutos. Biblioteca Nacional.
Desde su constitución estuvo el Club vilipendiado y señalado, por su modernidad, por ser apolítico y aconfesional, por tener una gran biblioteca que eludía la censura eclesiástica