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"Deberíamos tratar de ser los padres de nuestro futuro en lugar de los descendientes de nuestro pasado". Miguel de Unamuno

La erística, la falacia, el dogmatismo y el acuerdo

La erística, la falacia, el dogmatismo y el acuerdo

La democracia española ha envejecido mal. Seguramente lo han hecho todas las democracias, a juzgar por el inquietante panorama internacional en el que las fuerzas de extrema derecha van avanzando posiciones en países otrora ejemplos de democracia. Pero, hay rasgos específicos en nuestro país que merecen ser observados en detalle.


Aproximadamente, a partir del movimiento del 15-M de 2011 —o sea, en mitad de la Gran Recesión que asoló el mundo entre 2008 y 2014— surgieron nuevas fuerzas que pusieron en cuestión a los dos grandes partidos tradicionales y configuraron un panorama mucho más plural. Tras ascensos, descensos y desapariciones meteóricas de estos nuevos partidos, la situación actual puede definirse como un bibloquismo en el que, a un lado se sitúa el PP y Vox —o sea, la derecha nacionalista española y la ultraderecha— y, al otro, todos los demás partidos, incluidas dos derechas nacionalistas periféricas. El núcleo de ese segundo bloque lo forman el PSOE y Sumar —la socialdemocracia y otra izquierda más radical—, mientras que las formaciones regionalistas y nacionalistas les acompañan persiguiendo sus propios intereses.

 

La comunicación entre los bloques de izquierda y derecha es prácticamente inexistente y solo se dirigen el uno al otro para increparse y arrojarse reproches, como hacen las parejas al borde de la ruptura. El asunto de la ley de amnistía ha terminado de romper todos los puentes y las perspectivas futuras son de que todo puede ir a peor.

 

Al igual que pasó en Cataluña con el procés, donde las batallas parlamentarias entre los partidos secesionistas y el resto de partidos terminaron por instalarse en la sociedad, rompiendo amistades y separando familias, la pugna actual entre los dos bloques está empezando también a transmitirse al tejido social. Muchos amigos y familiares ya solo hablan del tiempo o de lo bueno que está el cocido porque no pueden siquiera rozar el tema político. Incluso dentro de la izquierda, se pelean los partidarios de Sánchez con los que discrepan de su actuación.

 

Cada bloque emplea la erística —el arte de aplastar dialécticamente al contrario— la falacia y el dogmatismo en sus discursos públicos.

 

Así, el PP y Vox aseguran que la amnistía acaba con el estado de derecho y la democracia, porque buscan la conmoción emocional de los que son contrarios a ella. Saben que ese pronóstico es pura hipérbole, pero da igual, porque su objetivo es acorralar al adversario y aterrorizar a la sociedad contra él.

 

Por su parte, el PSOE insiste en las supuestas bondades de la amnistía para pacificar Cataluña, asegurando que ello reconducirá el conflicto por la vía política, pero elude explicar por qué han cambiado de posición con respecto a hace tan solo unos meses. Muchos de sus votantes se sienten engañados y necesitan esa explicación. Admitir honestamente que lo han hecho a cambio de poder formar gobierno y, en su caso, cuál es el beneficio que el país obtiene de ello, estiman que dejaría un flanco obvio de ataque al adversario y no quieren darles esa baza.

 

Los secesionistas de Junts y ERC utilizan el relato falaz para defender sus posiciones. Falsean la historia, remontando los supuestos agravios a Cataluña al siglo XVIII, califican falsamente de democrática la insumisión contra el Estado que perpetraron en 2017, y se presentan a sí mismos como víctimas de una supuesta opresión. También saben que todo es mentira, pero necesitan ese relato para justificar sus exigencias al estado.

 

Para cerrar el círculo de los relatos erísticos, Unidas Podemos desafía a todos con su dogmatismo. Según su relato, la ejecutoria de la señora Montero en el Ministerio de Igualdad fue impecable y tuvo la mala suerte de tropezar con muchos jueces machistas que no quisieron aplicar su ley. Fue tan espléndida, que han exigido la permanencia de Montero en él como si se tratara de su propiedad privada. En todos los temas —feminismo, ley trans, etc.— ellos siempre reclaman poseer la verdad y adjudican el error a todos los demás.

 

Hartos de debates falsos, de luchas cainitas entre diferentes, de odios africanos y de espectáculos circenses en el Congreso de los Diputados, los ciudadanos nos refugiamos en nuestros quehaceres diarios y evitamos hablar de política. Nunca el país ha estado tan dividido como ahora. Alguien debería empezar a bajar el diapasón y a tomar conciencia de la peligrosa situación que entre todos han creado. Detrás de las palabras y las descalificaciones agresivas, vienen los hechos agresivos, como se pudo comprobar en la Cataluña de 2017 y ahora, en las últimas semanas, en la calle Ferraz de Madrid. O en las sedes socialistas vandalizadas y en sus dirigentes agredidos.

 

La democracia es, en esencia, el arte de resolver los conflictos entre diferentes de una forma pacífica, pero exige reconocer al adversario como parte del país y no como un enemigo a aplastar. También exige a quien gobierna comprender que no puede hacerlo contra la mitad de la ciudadanía y que debe entenderse con la oposición y no ignorarla, como parece suceder ahora. Los gobiernos tienen siempre una mayor responsabilidad en tender puentes con la oposición.

 

Esta, por su parte, debe dejar de incendiar las calles con soflamas de traición y golpes de estado, como está haciendo en estos momentos, y entenderse con el Gobierno al menos en los temas institucionales y de estado. A modo de ejemplo, es una indecencia que utilice la política exterior del Gobierno de España —sí, de su país— para desgastarle y arrancar algún voto, como ha hecho con el tema de Israel y Palestina. La política exterior es uno de los temas de estado que debería quedar al margen de la lucha partidista.

 

Filósofos griegos como Protágoras, Sócrates y Aristipo, o estadistas como Clístenes y Pericles, nos dejaron numerosos testimonios históricos de cómo los diferentes pueden llegar a acuerdos en una democracia. Cierto que también hay libros como “Dialéctica erística o el arte de tener razón, expuesta en 38 estratagemas”, del filósofo alemán Arthur Schopenhauer, que enseñan cómo aplastar al contrario. 

 

Los dirigentes políticos deben elegir cuál de los dos fines —aplastar al contrario o llegar a acuerdos con él— es más noble. Nuestra historia pasada demuestra que el primero es extremadamente peligroso, mientras que, en las pocas ocasiones en que hemos practicado el segundo, nuestro país ha sorteado las dificultades y ha podido progresar.


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