Señor don Francisco de Quevedo Villegas,
responda a mis sueños,
a su ayer, que ya es humo,
que me acerco a vos, sin miedo,
en un intento de emular su camino,
peregrino de los versos,
que llenan de "paz serena mis sentidos",
¡cuán fuera un poco como vos! señor,
que, quizás, tengo el mismo apetito,
no desprecio la grandeza,
pero sí a quien se cree con altos bríos.

 

Mirando "los muros de la patria mía",
burlando el tiempo y el pecado,
disculpad, por tanto, mi deseo,
pues no codicio
más que ser aventajado alumno suyo.

 

Has denostado a quien te blasfema
y adviertes que hay muchos llantos fingidos,
falsos aduladores, y mediocres poetas sin tino.

 

Apariencias y torres que te desiertan,
aun así, no podrán nunca contigo.
Hombres que profanan la razón
es mejor dejarlos en el olvido.

 

Sembraste, Quevedo mío, 
el amor con lo satírico,
la política con lo crítico,
debieras estar, como te mereces,
entre los grandes y mejores
poetas líricos del Olimpo.
Ya sé que estás en el Parnaso
pero, ¿quién, hoy en día, tiene y lee tuyo un libro?

 

"Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra", pero cargado voy de ti
en mi intelecto, "no me aflige morir"
que, quizás, sea un alivio
si continúan los desmanes
de aquellos que causan hastío,
pobreza, don dinero, el que triunfa 
es el más bandido.

 

"Érase un hombre pegado" a un epitafio escrito,
mas no quiero que sigas estando proscrito.

Quevedo de la hermosura, Buscón de los inicios,
"poderoso caballero" filósofo y cínico,
solo te pido que arengues a las musas
si no acierto con un verso
potente y fino.