He buscado en el aire a mi madre. Dentro de las nubes negras que amedrentan la costa y asustan a los cormoranes y a las garzas.

 

He buscado en el agua a mi madre. En cascadas, ríos, meandros, en el agua subterránea que se atesora como diamante, como oro.

 

He buscado a mi madre en la tierra. He reptado por ella, clavando las uñas en el lodo, sintiendo las piernas muertas. He seguido el halo de sus ojos, suplicando su alimento, rogándole ternura, desgarrada, casi muerta.

 

He encontrado en mi cuerpo a mi madre.

 

 Está en mi aliento, en mi voz, está en mi pecho, está en mi sexo, está en mi lengua, en los pliegues de mi piel, en la cicatriz de la espalda, en mis rodillas, en mi melena. 

 

Ha estado en todas la veces en que he sido feliz, está en cada lágrima y estará en cada pena.