Su uso, continuando la guerra por otros medios, ha sido muy beneficioso tanto para terminar, o evitar, conflictos violentos, como para compensar una debilidad en la lucha con medios físicos. Así, en estrategias como la de la no violencia, el uso de la palabra como arma ha llegado a ser muy eficaz. Ahí están los casos del sufragismo, la independencia de la India o la conquista de derechos civiles por parte de la población negra norteamericana. Pero también puede servir para, ahora sí, utilizar esa definición de De Clausewitz en la dirección en la que él la utilizó, de servir de preámbulo a un conflicto violento para continuar la política por otros medios.
Bien, y ahora, hablemos de España, donde la poesía es un arma cargada de futuro y la palabra puede convertirse en un dardo, a veces envenenado. Aquí, cualquier idea es susceptible de hacer realidad el mito de las dos Españas. Un mito que, como todos, tiene su correspondiente símbolo que, en este caso, nos regaló Goya con esos dos héroes debatiendo, en combate singular con, eso sí, sólidos argumentos. Y, junto con el símbolo, el mito se desarrolla a través de un rito, el llamado debate de ideas que, lejos de desarrollarse por el antiguo método dialéctico, ya saben, eso de la tesis, etc., se desenvuelve en un griterío desde dos trincheras separadas.
Y, así, podemos hablar de cualquier cosa, ya sea de futbol, del amor paterno o materno o de si la tortilla de patatas se debe hacer con cebolla o sin cebolla. Y, por supuesto, de política. En este campo es donde mejor se pone de manifiesto que nos desenvolvemos mejor en la toma de decisiones binarias, sin matices. De conmigo o contra mí. El bipartidismo es lo nuestro.
Lo malo es cuando, como ahora, estamos en un multi bipartidismo. No solo PSOE-PP. También PNV-BILDU, ERC-JUNTS o SUMAR-PODEMOS. Aquí se hace cierto eso de que "todo el que come en mi pesebre, es mi enemigo". Solo VOX se sale de ese esquema oponiéndose a todos los demás.
Menos mal que tenemos a Pedro Sánchez. Él, ha sido capaz de reordenar el tablero biespañol situándose como línea divisoria de dos bandos irreconciliables: sanchistas y antisanchistas y, con esa contradicción principal, las demás son secundarias. Como, desde hace algún tiempo se trata de decidir entre Sánchez si o Sánchez no, cualquier cosa que pueda debatirse se convierte en arma para ese combate.
Pero, también ha tenido alguna ventaja como ayudar a posicionarse a todos esos grupos parlamentarios en alguno de dos polos. El gobierno Frankenstein o el próximo, aún sin bautizar, representan modalidades de formalizar lo que el propio Sánchez, al comienzo de su andadura, denominó como gobierno parlamentario. Es decir, un poder ejecutivo que tiene que responder al mandato del parlamento y no solo estar controlado por este. Y, eso, que en una democracia debe ser lo lógico, alcanza una mayor complejidad cuando ese parlamento, como el nuestro, está fragmentado en tal forma que la consecución de mayorías necesarias solo se logra con el concurso de varios grupos políticos. En esas condiciones, hacer un análisis de política general en base a una sola cuestión parece de un simplismo pueril e inútil.
Ahora, para resolver el conflicto de si Sánchez debe, o no, volver a ser presidente del Gobierno, se discute el tema de una presunta amnistía. Y, ahí, se enfrentan dos ideas de difícil censura. Por una parte, la conveniencia, si no absoluta necesidad, de "conllevar" (como decía Ortega) el conflicto catalán reduciendo las fricciones entre su independentismo que, no hay que olvidar, gobierna Cataluña, y el Estado Español. Por otra, defender y cumplir la Constitución evitando que se conceda un indulto general a todos los infractores de la alta norma en un asunto tan grave como el de los hechos de 2017. Y, además, con declaraciones de esos infractores de que lo volverán a intentar en cuanto puedan.
Pues bien, esas dos ideas, ni aunque fueran antitéticas, dejan de ser susceptibles de llegar a una síntesis. Bastaría que se analizaran desde el lado de buscar soluciones en lugar de la posición de mantener o, si es posible, acrecentar los problemas. Pero claro, si lo que se pretende, desde ambos lados, es combatir por la presidencia del Gobierno en lugar de debatir sobre el fondo de esos asuntos, no hay forma de ponerse de acuerdo. Porque, presidencias de Gobierno, en España, solo hay una. Y secretarías generales del PSOE, otra.
Ya ocurrió con el confinamiento o las vacunas durante la pandemia. O con el salario mínimo, o la reforma laboral, o la actualización de las pensiones, o los fondos europeos, o..... Durante el mandato y cuarto de Pedro Sánchez, cualquier idea a debate que significara un posible beneficio para la ciudadanía se ha convertido en un campo de batalla para desgastar al gobierno que las proponía. Porque, lo importante no era tanto analizar las ventajas e inconvenientes de adoptar esas políticas, lo que hubiera llevado a optimizar sus resultados, si no si favorecía o dificultaba a Sánchez y a su gobierno. Parece posible hacer una crítica a Sánchez en una receta de fabada o en la explicación de una ecuación diofántica. Si un indulto general está prohibido por la Constitución, una condena general también debería estarlo. Y, condena general contra Sánchez, se ha producido. Incluso preventiva, como en el caso de la presunta, aún, amnistía.
Hay narices muy sagaces que llegan a apreciar aromas de violeta en la uva syrah o regaliz y anís en la garnacha. También sé que hay quien huele en mis artículos una defensa a ultranza de Pedro Sánchez. Sobre todo, si se tienen las papilas olfativas dispuestas a ello.
Pero, si eso fuera así, debería decir que no sería culpa mía sino de las circunstancias. Ya me gustaría a mi participar en un debate civilizado sobre la ley de vivienda, la de bienestar animal o la supresión de los peajes de las autopistas, por ejemplo. Si se produjeran esos debates. Pero, en el modelo actual, si se me ocurriera discrepar de algunas de esas medidas, podría encontrarme con una llamada del PP ofreciéndome una incorporación a ese partido. Igual que recibo llamadas de compañías eléctricas, telefónicas o de seguros para ofrecerme sus servicios.
En resumen, si como decía Ana María Matute, la palabra es el arma de los humanos para aproximarse unos a otros, es verdad que no todos lo hacen de la misma forma. Según Antonio Machado, en España, de diez cabezas, nueve combaten y una debate.