Con grandes aires de celebración, el G20 se ha reunido el pasado 9 y 10 de septiembre en Nueva Delhi. Como gran anfitriona en 2023, la India organizó el majestuoso evento que no estuvo exento de polémicas, sobre todo al conocerse públicamente - y a toda prisa - el desmantelamiento de chabolas en la capital del país, al ritmo que se programaba una cena de platos suculentos para los mandatarios que sería servida en una lujosa vajilla. Contrastes propios de una economía emergente, la India hoy ocupa la quinta posición en PIB mundial desbancando al Reino Unido de ese puesto, mientras que su PIB per cápita está muy lejos de posicionarse entre los primeros lugares, siendo el 142 de una lista que consta de 196 países. India, sin lugar a dudas, encarna esa dinámica propia de economías que crecen rápidamente, buscando su lugar en una escena internacional en constante movimiento. El primer ministro de la India, Narendra Modi, ha comprendido no solo que los desafíos más grandes son de índole global, sino que además es necesario dar una voz al “Sur global”.
En esa sintonía, el Gobierno indio diseñó una agenda para el G20 que daría continuidad a los temas debatidos en precedentes cumbres, pero con una óptica muy enfocada al Sur global. Concretamente, se debatiría sobre la financiación climática, la aceleración de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible), la transformación tecnológica, el crecimiento económico inclusivo, además de poner el acento en la importancia de los Bancos Multilaterales de Desarrollo, con especial énfasis en la necesidad de agilizar el apoyo a los países de medio y bajo ingreso, los más desfavorecidos. Esas líneas de diálogo son las que la presidencia anfitriona compartiría con sus socios del G20, grupo cuyo poder es abrumador, al ser representativo del 85% del PIB mundial, dos tercios de la población y el 80% del comercio internacional. Cifras que recogen gran poder, pero también gran responsabilidad al constatarse que esa veintena de integrantes emite el 80% del dióxido de carbono del planeta.
No se debe olvidar que el G20 carece de uniformidad ideológica. En su seno alberga democracias, autocracias e incluso monarquías. Esa es precisamente la riqueza del G20, un reequilibrio de poder que se tiñe de diversos colores donde la hegemonía occidental ya no parece ser la línea directriz. Carece además de una secretaría permanente y tampoco posee una carta fundacional. Sin embargo, los líderes se encuentran cómodos con ese formato informal, flexible, que los acerca al diálogo y donde el rol de la presidencia rotatoria es buscar consensos. Aquellos mandatarios que se reunirían a toda prisa en el otoño de 2008 en Washington convocados por G. Bush para encontrar fórmulas de cooperación y regulación financiera en un momento de crisis sistémica financiera, son hoy un grupo consolidado. Así, a lo largo de quince años, esta plataforma que recoge economías desarrolladas y emergentes se sigue sentando a la mesa en igualdad de condiciones, ilustrándose de esta manera una fotografía más precisa de la nueva dinámica internacional del S.XXI.
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Esta nueva fotografía sugiere cuestionarse sobre ¿qué está demostrando el G20 en 2023? El anclaje de esta agrupación deja ver una correlación de fuerzas propias de una nueva etapa en las relaciones internacionales. La Cumbre del G20 en Nueva Delhi de hace algunos días visibiliza ciertas limitaciones por parte de Occidente al mismo tiempo que el “Sur global” cosecha algunos avances simbólicos. Baste con observar que, pese a que la celebración de mandatarios se desarrollaba como prevista, en aquellos mismos momentos, Rusia - país miembro del G20 y representado por su ministro Sergei Lavrov -enviaba numerosos drones a Kiev. Una atmósfera de clara tensión que no logró opacar la cumbre, debido a que India, como anfitriona y voz del Sur, no dejaría que el conflicto bélico entre Ucrania y Rusia irrumpiera permanentemente en las sesiones. Una línea que se ve materializada en la Declaración de Nueva Delhi, donde se consensuó manifestar un llamamiento a todos los Estados a abstenerse de recurrir a la amenaza o fuerza para apoderarse de territorios, sin señalar de forma explícita la injerencia bélica rusa. No hubo condena abierta a Rusia como deseaban los occidentales, admitiéndose así que el G20 no es el organismo destinado a la resolución de ese problema. No obstante, es capaz de debatir y acercar posturas para allanar el camino a una resolución pacífica.
El G7 ve mermado su poder frente a un G20 mucho más representativo de la nueva realidad económica y política internacional. Tan es así, que una de las consecuencias derivadas del conflicto bélico en Ucrania, como es la exportación de granos, constituye una preocupación mayor para los occidentales, que tampoco ha logrado el respaldo necesario. Los occidentales, en especial los europeos, han mostrado en el seno del G20 su inquietud por el abandono en julio 2023 del acuerdo mantenido entre Rusia y Ucrania para permitir la exportación de granos a través del mar Negro. Una situación que afecta tanto al interior de Europa como al exterior, en especial a los países de África que se encuentran en un estado de vulnerabilidad, llegando a convertirse en una problemática de seguridad alimentaria. Turquía, miembro del G20 y Naciones Unidas han trabajado conjuntamente para relanzar las negociaciones entre Rusia y Ucrania para hacer posible la exportación de granos a través del mar. Una negociación a la que Rusia es renuente, esgrimiendo que sería necesario que Occidente detuviera las sanciones impuestas a raíz del conflicto. Algo que parece poco factible.
En el G20 se trata de evitar condenar a un miembro del grupo, más bien, se intenta encontrar fórmulas que sean más equilibradas. Esto se recoge en la declaración. A pesar de las constantes quejas por parte de los europeos sobre la problemática de los granos, los miembros del grupo acordaron tan solo reconocer los esfuerzos que se están haciendo para renegociar el acuerdo, subrayando la importancia tanto de los “granos ucranianos” como de los “fertilizantes y otros alimentos de Rusia”. El consenso se ha basado en establecer cierta neutralidad, algo que ha despertado descontento por parte del gobierno ucraniano que esperaba más contundencia en el G20. Una cuestión que sigue siendo punto de tensión en Europa, ya que tan solo pocos días después de la celebración de la cumbre del G20, la Unión Europea ha decidido el pasado 15 de septiembre de 2023, no renovar el veto que existía para la importación de granos ucranianos y que concerniría tan solo a los países vecinos (Polonia, Hungría, Rumanía, Eslovaquia y Bulgaria). Esta medida fue adoptada en mayo de 2023, debido a los reclamos de esos países sobre la supuesta “inundación de granos ucranianos” que perjudicaría a los agricultores de esos países europeos, surgiendo descontento social. La no prolongación del veto ha suscitado malestar, anunciando todos los países – a excepción de Bulgaria – que extenderían las restricciones de forma unilateral. Circunstancias complejas para la Unión Europea que posee una política comercial común con reglas compartidas.
Sobre la cuestión de la transición climática, los occidentales encontraron una vez más poco eco a sus peticiones. Si bien, la declaración señala que se acordó triplicar las energías renovables para 2030, los métodos no se enuncian. Tampoco se señala al petróleo y el gas y su importancia de reducir la dependencia. La declaración es más bien abierta, sin una hoja de ruta definida creando cierta frustración entre los miembros del G7, quienes habían ya planteado -algunos meses antes en Japón- la posibilidad de llegar a un compromiso en el seno del G20 para no construir más centrales de carbón. Una idea especialmente dirigida a China que en los últimos tiempos y debido a que se ha restringido el acceso a la energía, se ha dado a la tarea de construir dichas centrales. Algo que desagrada a los países ricos, que si bien reconocen haber “reabierto” (Francia, Alemania) de forma temporal centrales de carbón con el fin de generar electricidad, su intención nunca ha sido perpetuar esa fuente energía.
La India ha sido la protagonista en el proceso del G20 en 2023, lo que ha generado algunos avances simbólicos a la voz del Sur. Muestra de ello fue la insistencia por parte del anfitrión en poner el acento en la reforma de las BMD (Bancas Multilaterales de Desarrollo) con el fin de mejorar, consolidar y hacer más eficaces estas bancas para reforzar sus modelos operacionales, apoyándose en informes que esbozarían recomendaciones. La declaración recoge la importancia de ello para movilizar financiación para el desarrollo de los países más desfavorecidos. Sin embargo, el éxito mediático más llamativo de la cumbre fue la inserción de la Unión Africana al G20. Un éxito más simbólico que tangible, dado que dicha organización viene asistiendo a las cumbres del G20 desde hace más de una década. Su presencia “oficial” en el grupo no parece cambiar nada el modus operandi de la agrupación. Se debe recordar que ya en 2010, la presidencia coreana consideró que hacía falta incluir más miembros africanos a las cumbres, por lo que se acordó invitar siempre al menos dos países provenientes de África. No obstante, la declaración de Nueva Delhi no señala ninguna especificidad a esa nueva incorporación, ya que se afirma que las presidencias posteriores serán la de Brasil en 2024 y de Sudáfrica en 2025, atisbándose ya el consenso para que EE.UU. vuelva a organizar la cumbre en 2026, reiniciando así la rotación de presidencias que comenzaron los estadounidenses en 2008. Ni la Unión Europea (miembro inicial del G20), ni la Unión Africana parecen tener ese privilegio. Cabe así cuestionarse, ¿qué cambia en la práctica la presencia de ese actor?
Sin lugar a dudas, la voz del Sur ha estado omnipresente en el proceso del G20 en 2023. Llama, no obstante, la atención la ausencia del mandatario chino Xi Jinping a la cita anual. No parece existir ninguna justificación o anuncio oficial por parte de su gobierno que explique su inasistencia por primera vez. Descortesía al anfitrión por las tensiones que se han vislumbrado entre China y la India debido a que el gobierno de Beijing publicará en agosto de 2023 un mapa abarcando territorios de la región del Himalaya. O bien, quizá es la expresión abierta de que el G20 ya no es de su interés, evitando así cualquier posible encuentro con el presidente Joseph Biden, en un contexto de tensión política y comercial. Hipótesis que intentan comprender por qué el líder de la segunda mayor economía del mundo se abstiene de participar en el G20 y si se desplaza a Johannesburgo a la celebración de la cumbre de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) celebrada el pasado mes.
Los BRICS que han celebrado su decimoquinta reunión se han congratulado de la ampliación del grupo, incluyendo a seis nuevos países. Países que pretenden ser un contrapeso a Occidente, pero que carecen de uniformidad ideológica. Cabe recordar que los BRICS surgieron originalmente en 2001 gracias a un acrónimo formulado por el economista Jim O’Neill del sector privado. Se trata de un raro ejemplo de diplomacia cuyo valor compartido es la manifestación clara de que Occidente no solo es el responsable de las guerras y de las crisis, sino que es incapaz de encontrar soluciones a ello. Esta es la vertiente por la que parece apostar Xi Jinping, un enclave donde parece sentirse más cómodo y, donde pretende, quizá, erigir una nueva opción política.