No tengan cuidado
del carácter, no tan irascible, 
de este manco gallego. 

 

Muchas son las leyendas y habladurías
que, en sus crónicas y entrevistas, lo pintan de insolente.

 

Puede que lo fuera,
porque le daba un toque de ironía no entendida por muchos,
una contradicción que no menoscaba en palabras,
es el aristócrata  de la literatura
y se lo permite a sí mismo,
que, con eso, es suficiente. 

 

Unas veces responde con una sonrisa,
otras lanza distintas diatribas, 
o se mantiene en silencio
mesándose las barbas. 

 

Pero, don Ramón no presume de nada. 

 

Su hazaña es adelantarse a su tiempo,
fabular sin complejos,
meter el dedo en la llaga.

 

Don Ramón se pone serio repentinamente, 
da un puñetazo en la mesa,
ríe con desprecio
o critica a quien bien lo quiere.

 

Mas es “la flor de su figura”,
exquisito y soberbio,
elegante, culto e inteligente,
de verbo fluido,
de tragicomedias bárbaras,
de personajes de esperpento,
de sonatas sensibles, de voces de gesta
y títeres sin cabeza,
a los que reprende,
divinas sus palabras,
sus luces, de bohemia,
y su romance, de lobos.

 

Tiene genio porque ejerce como tal.
Y yo me inclino la cerviz ante el maestro,
porque, con él, 
siempre se aprende.