< Octubre 2023 >

Los significantes “catalán” y “valenciano”: de Saussure a Lacan

Los significantes “catalán” y “valenciano”: de Saussure a Lacan

Para Ferdinand de Saussure (1857-1913), padre de la lingüística estructuralista, el signo lingüístico tiene dos características básicas: la arbitrariedad y la linealidad en el tiempo. La linealidad presupone una extensión limitada, puesto que, para ser entendidos, pronunciamos ordenadamente los sonidos de cualquier palabra o frase y estas, obviamente, tienen que tener una extensión limitada para ser comprensibles. La linealidad tiene otro efecto evidente, a saber: no podemos pronunciar dos palabras a la vez y, por lo tanto, un hablante no puede hacer coincidir en el tiempo la proferencia de dos signos lingüísticos diferentes. 

"Valenciano" y "catalán" son signos lingüísticos, "lengua", "habla" y "dialecto" también, y tenemos que elegir uno u otro cada vez que nos referimos a aquello que hablamos. Es verdad que vivimos en la edad de los acrónimos y las siglas y que podríamos consensuar el uso de un compuesto como "cat-val" o resucitar el primitivo neologismo "bacavés", pero en este artículo quiero plantear otra posibilidad para entender la polémica acerca del nombre de lo que hablamos en la Comunidad Valenciana: ¿y si no existiera el referente del nombre? ¿Y si no existiera la idea platónica a la cual se refiriera el signo lingüístico? De no existir, ¿podríamos abordar la polémica desde un determinado estructuralismo? ¿Podríamos comprender la polémica desde la arbitrariedad de los signos sin caer en la trampa de la confrontación? ¿O es inevitable la oposición? ¿Es la oposición la estructura que se manifiesta y se expresa necesariamente a través de los participantes en nuestra polémica insepulta?

 

Empecemos por los principios más elementales. Saussure entendía el signo lingüístico como un valor –en el sentido de "valor de cambio" de la teoría económica– que presentaba dos aspectos: el significado y el significante. Los dos aspectos, sin embargo, no hacían más que subrayar la unidad intrínseca del signo lingüístico. Es decir, el signo es uno, pero combina el ejercicio de dos funciones, a saber, la función conceptual de la imagen mental y la función física de la imagen o representación acústica. La imagen mental es el significado y la imagen acústica es el significante y ambos se combinan armónicamente en la mayoría de las ocasiones en que nos comunicamos satisfactoriamente: el significado llena el caparazón vacío del significante y cada uso del significante apunta y se refiere a la imagen mental del significado. Dos en uno. Pero no siempre nos comunicamos satisfactoriamente y, a veces, los automatismos del habla se rompen impidiendo la comunicación. Concebir así la unidad armónica del signo lingüístico puede suscitar la polémica por el nombre de la lengua, porque, si no hubiera una relación, aunque sea arbitraria, entre el significado y el significante, entonces no tendría sentido encabezonarse en defender el uso de un significante u otro. ¿Por qué? Porque si los significantes "valenciano" o "catalán" dejaran de remitir a conceptos invariables y, por lo tanto, carecieran de un significado fijo, entonces sería aceptable utilizar cualquiera de los dos significantes para referirse a la lengua que hablamos en la Comunidad Valenciana. Más aún, si los significantes dejaran de funcionar como representantes de significados y dejaran de indicar imágenes mentales, entonces solo podrían adquirir un sentido en relación con otros significantes, como propondría la revisión del estructuralismo de Jacques Lacan (1901-1981). De aquí que el hablante pudiera cuestionarse por qué emplea un significante u otro. En suma, no habría que preocuparse por distinguir un significado de un término o el otro –como se preocupa orgullosamente la nueva presidenta de las Cortes valencianas, cuando atribuye a la entrada de su partido en el gobierno valenciano el mérito de haber reavivado esta polémica–, sino que habría que analizar por qué relacionamos u oponemos un significante al otro. En otras palabras, habría que pensar si los significantes "catalán" y "valenciano" adquieren sentido gracias a la oposición y no gracias a la referencia a un significado casi platónico. Siguiendo el rastro de Lacan, liberaríamos al significante de ejercer la función de representar al significado. 

 

Una vez planteada la anterior hipótesis, resumiré y simplificaré el marco de la teoría de Saussure, porque refleja la forma habitual de entender la relación entre palabras y cosas –sean concretas u objetos abstractos–, después expondré la inversión conceptual que suscita Lacan y, por último, la aplicaré a la polémica acerca del nombre de nuestra lengua a modo de conclusión.

 

1) Para Saussure, el estatuto ontológico del signo lingüístico es paradójico, puesto que es producto de un acto de habla individual, pero es arbitrario y desaparece inmediatamente después de su realización. Es arbitrario porque no existe ningún vínculo necesario entre los sonidos que conforman los nombres “catalán” o “valenciano” y el significado que les otorgamos de lengua o dialecto. Desde esta perspectiva saussureana, la relación entre el significante y el significado cambia según la hayan consensuado los miembros de una comunidad, por consiguiente, no depende de la libre elección del hablante individual. Es decir, los valencianos a nivel individual no han decidido denominar “valenciano” a lo que hablan, sino que ha sido fruto de un consenso a lo largo de los siglos y no fruto de un vínculo natural entre los sonidos del significante y el significado. Inversamente, podríamos reconocer que los valencianos que han consensuado denominarlo “catalán” han construido un acuerdo alternativo, motivado no por la naturaleza de los sonidos, sino por la voluntad de entendimiento con hablantes de la misma lengua de otros lares. Además, debemos recordar que para Saussure el signo es lineal, porque su significante se extiende ordenadamente como una línea en el tiempo. Por ejemplo, mientras proferimos los sonidos que conforman el nombre "valenciano", existe su signo lingüístico, el cual cesa de ejercer sus funciones después de la extinción del sonido de la última vocal. Podríamos estar diciendo "valenciano" sin cesar, como aquellas señoras que abucheaban a los reporteros de TV3 y a los manifestantes en pro de la unidad de la lengua de los actos del 9 de octubre o del 25 de abril, y experimentar el gozo de la repetición compulsiva, como quien repite “que te vote Txapote”, pero esto revelaría un rasgo de carácter psicótico. Podríamos, aun así, profundizar en las estructuras que nos mueven a utilizar el significante "valenciano" y pensar si la modificación de estas estructuras nos podría liberar de todo el ruido o malestar psicológico generado alrededor del nombre de la lengua.

 

El signo lingüístico, sostiene Saussure, existe como la música, que solo existe en la interpretación, virtuosa o chapucera, del músico. Dicho de otro modo, el signo existe en cada una de las ocasiones de proferirlo, así como la música existe cada vez que cantamos una melodía popular o interpretamos una partitura clásica, ejecuciones posibles y diversas todas, pero conformando una única clase de cosas, que configura una identidad abstracta a partir de las varias interpretaciones. De manera parecida, los significados, conceptos o imágenes mentales abstractas solo existen cuando se articulan en significantes. Por ejemplo, los conceptos de catalán o valenciano requieren de su articulación a través de los significantes o imágenes acústicas "catalán" o "valenciano" para existir como signo lingüístico. Esto nos hace pensar en la paradoja de repetir incansablemente que el gobierno valenciano no permitirá ninguna agresión al valenciano, pero repetirlo en castellano. 

 

Para Saussure, la relación básica concepto/sonido o imagen mental/imagen acústica contribuye a forjar una segunda relación: la de oposición con otro signo. Esta oposición constituye el valor de cambio del signo. De aquí se podrían derivar implicaciones marxistas del estructuralismo, pero yo me centraré en otras: las implicaciones lacanianas. Simplificándolo todo antes de pasar a Lacan: la unidad abstracta de cada significado se articula, según Saussure, para existir en cada ocasión que proferimos su significante asociado. No existe ni de manera natural ni metafísica, solo existe de manera arbitraria como consenso.

 

2) Esta relación diferencial es básica para entender la inversión lacaniana del estructuralismo: para Lacan no es el signo el que se opone a otro signo sino solo el significante. Lacan rompe la unidad del signo lingüístico y considera que la función de un significante no es representar un significado; rompe, por lo tanto, la reciprocidad entre idea y sonido, entre imagen mental e imagen acústica. Esta reciprocidad, aun siendo arbitraria, constituía para Saussure el cimiento de la unidad del signo lingüístico: la unidad de pensamiento y lenguaje. 

 

En cambio, para Lacan, el lenguaje ya no es instrumento del pensamiento sino espacio donde se puede manifestar el inconsciente. Estas manifestaciones se revelan en la tiranía del significante, tiranía que amplifica la característica saussureana de la arbitrariedad del signo, puesto que los significantes se asocian y se oponen entre ellos, formando un entresijo de coimplicaciones a lo largo de la vida del hablante, por encima de su voluntad individual. El valor de cambio de los significantes no depende de la libre elección del hablante. Para Lacan, ni siquiera depende del significado consensuado por una comunidad, como defendía Saussure. La inversión lacaniana coloca al significante por encima del significado y destruye el vínculo entre ambos. Un significante no tiene que significar la imagen mental que tiene asociada conscientemente por la mayoría de los hablantes. El inconsciente de un individuo puede cerrar o impedir esta asociación, de tal manera que el lenguaje no signifique una realidad y que una palabra no represente a la cosa esperada. Cuando se cierra la relación entre palabra y cosa se produce aquello que Lacan denominaba forclusion y Freud Verwerfung. Lo podemos experimentar cuando aparece en sueños un significante que está asociado a otro significante que no podemos soñar porque está recluido por el mecanismo psíquico de la forclusion. Por ejemplo, cuando soñamos con un "Joan" en lugar de otro "Joan". Algunos significantes son intercambiables inconscientemente, por lo que habría que analizar sus valores de cambio, no los de los significados mentales y conscientes. 

 

3) La relación básica de los significantes "valenciano" o "catalán" implica una relación diferencial, de oposición necesaria: su valor de cambio. ¿Cuál es el valor del significante "valenciano"? Oponerse a "catalán" y, en menor medida, a "mallorquín". “Valenciano” se opondría también al significante "tortosí" y no a su significado, puesto que este sería el concepto del dialecto que hablan desde Alcalà de Xivert (Castelló) al norte del Delta del Ebro (Tarragona). Para un secesionista, o sea, para un defensor de que en la Comunidad Valenciana no se habla catalán, el significado del "tortosí" rompería y malograría el significante "valenciano", porque dejaría de oponerse a "catalán". Y esto se tiene que evitar a toda costa. Se tiene que mantener intacto el significante, aunque para ello sacrifiquemos el significado.

 

No obstante, si nos fijamos en la frontera septentrional del “tortosí”, nos daremos cuenta de los límites difusos a lo largo de las comarcas del Matarranya, la Terra Alta y la Ribera d’Ebre. Las hablas de transición nos hacen considerar que no se puede asociar siempre una imagen mental fija a un significante o imagen acústica. Esta imposibilidad no es una ocurrencia de filólogos desfasados, en una próxima ocasión la analizaré a partir de las reflexiones del neurobiólogo Erich Jarvis, profesor de la Rockefeller University (NY): aprendemos de oído y hablamos a menudo de oído, sin saber muy bien los significados de los significantes o imágenes acústicas con que los asociamos. 

 

Concluyo con una buena historia para entender la importancia de los significantes en relación con aquello que Lacan denominaba el Otro: un vecino mío subió al Puig Campana con su padre y en la cumbre se encontraron con otro hombre que dijo: "allá abajo está la gente, aquí arriba somos personas". Gracias a conjugar el verbo "ser" fundamos el ser, que, según Lacan, es el ámbito de la equivocidad, el ámbito del significante por encima del significado. Aquel hombre de la cumbre del Puig Campana había fundado una distinción ontológica entre la gente y las personas gracias a decirla, o sea, gracias a los significantes. La gente son los otros, pero esto lo dice otro, de tal manera que las distinciones del ser se fundan cada vez que decimos "yo soy tal y tú cual y él pascual". Con el ser de las lenguas ocurre de manera semejante al ser persona o gente en la cima del Puig Campana.

 

El nombre de la lengua que hablamos en la Comunidad Valenciana, en suma, no es cuestión de significados sino de significantes. Es más, en la polémica por el nombre de nuestra lengua, lo más importante no es el significante "lengua" sino "nuestra". Y en cuestiones de posesivos y posesiones suelen ganar los partidos políticos como los que actualmente forman el gobierno valenciano. Habría que buscar una alternativa: Lacan y Jarvis al rescate. Continuará.

 

 

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