La presidenta de la mesa del Congreso ha anunciado que permitirá el uso de las lenguas cooficiales en la Cámara Baja. Asimismo, el secretario general del PSOE se ha comprometido a impulsar su uso en las instituciones comunitarias, uso rechazado en su día por la Comisión Europea, alegando la necesidad previa de reformar varios tratados. Desconozco la técnica jurídica y, por ello, no puedo juzgar la dificultad de la reforma, pero sí puedo evaluar el lenguaje con el que se está tratando el tema de las lenguas cooficiales. Puedo analizar, en concreto, una frase esgrimida por defensores y detractores del uso de las lenguas cooficiales en las instituciones, tanto del Estado Español como de la Unión Europea: “el lenguaje es un medio o sistema de comunicación”.
Conviene iniciar el análisis recordando que la palabra “medio” es equívoca, ya que puede significar instrumento, pero también espacio. Un ejemplo de la primera acepción sería “escribir es un medio para expresar ordenadamente las ideas” y uno de la segunda “tenemos que cuidar el medio ambiente”. En catalán podemos distinguir entre “mitjà” para referirnos al instrumento y “medi” para el espacio y en francés pueden diferenciar “moyen” de “milieu”. Cuando algunos detractores del uso de las lenguas cooficiales en las instituciones estatales argumentan que el español facilita la comunicación, porque es la lengua común, y que el uso de las otras lenguas la entorpece, están pensando en la lengua como un instrumento cuyo valor depende de la utilización que se le pueda dar, es decir, cuanto más utilizada sea una lengua, mejor. Dicho de otro modo: cuanto mayor sea el número de personas que la entiendan y hablen, más útil será una lengua. De aquí que el uso de la lengua que entienden todos los españoles en las instituciones resulte obvio para aquellos que juzgan que la utilidad es el valor supremo de las lenguas.
En cambio, la palabra “medio” también puede significar espacio, un espacio donde se producen ciertos fenómenos o un lugar donde concurren determinadas circunstancias. ¿Es el lenguaje un espacio? ¿Qué circunstancias concurren en la formación de ese espacio? ¿Qué estructuras lo articulan y se expresan a través de los hablantes? La respuesta a estas preguntas puede hacernos comprender que el uso de una u otra lengua en el Congreso no solo es cuestión de posibilitar y agilizar la comunicación, sino también de forjar un espacio alternativo en el que surjan otras estructuras hasta ahora reprimidas bajo la concepción utilitarista del lenguaje. Para comprender la acepción de “medio” como espacio, tenemos que ir más allá de teorías utilitaristas e individualistas. Podemos apuntar a ese más allá del modo siguiente: los hablantes no hablan una lengua, sino que la lengua se habla a través de los hablantes. Esta idea que brolla del Romanticismo se ha expandido gracias a la tradición psicoanalítica, según la cual hay estructuras lingüísticas que se manifiestan en cualquier relación humana consciente o inconscientemente. Estas relaciones articuladas por estructuras lingüísticas supraindividuales se basan en un hecho biológico común: todos (o casi todos) hemos salido por el canal del parto de nuestra madre. Las paredes musculares de su útero, su cérvix, su vagina y su vulva nos han expulsado de su vientre hacia un mundo en el que aprendemos a hablar una lengua. Todos salimos del vientre de nuestra madre y somos mamíferos, pero mamíferos parlantes. Al ser mamíferos, experimentamos el alejamiento paulatino de la fuente de nuestra vida: la madre. El alejamiento se inicia con un fenómeno tan concreto como el destete y dura tanto como el recuerdo, voluntario e involuntario, de su figura. A veces ni la muerte de la madre corta el vínculo holístico con ella, como explicó cinematográficamente la Psicosis dirigida por Alfred Hitchcock. Ese alejamiento implica también la progresiva adaptación a un mundo en que nuestros deseos no suelen ser colmados a demanda por una figura sustitutiva de la madre lactante. Este hecho biológico es supraindividual y nos hace compartir un destino universal: tenemos que aprender a desear de nuevo. Tenemos que aprender a sustituir el llanto y la saciedad por el lenguaje y la falta. Aquí viene la importancia de la lengua materna, porque es el espacio en el que concurren los deseos de posible realización con aquellos cuya materialización se aleja irremediablemente, como el vigor juvenil en la senectud. La lengua materna es el espacio en que se sustituye la unión total y la saciedad experimentada en la lactancia por la búsqueda de la autonomía y del recurso propio. Es más, los deseos que no satisfacemos en la vida adulta se manifiestan en el lenguaje. ¿Qué deseo se manifiesta en la pretensión de usar la lengua materna en el Congreso? El deseo de atención materna por el que pugnan los hermanos sobre todo en familias numerosas.
Si deseamos construir un estado en el que sus diferentes ciudadanos se sientan reconocidos, necesitamos que se constituya un espacio de atención mutua, en el que cada hablante pueda expresarse en su lengua materna y no subordinarla a otra con mayor número de hablantes. Además del deseo de atención, las lenguas cooficiales colman otra pretensión. Hemos indicado anteriormente que las lenguas constituyen un medio, entendido como espacio que surge en la comunicación, en el que se expresan distintas estructuras. ¿Qué estructuras se expresan en el espacio del Congreso y se manifiestan en el uso de una u otra lengua? Las estructuras lingüísticas de la activa y la pasiva.
El sujeto de la oración activa se ha manifestado en las anteriores legislaturas cada vez que la presidencia de la mesa ha ordenado callar a algún diputado que se expresaba en el Congreso en otra lengua que no fuera el español. El sujeto pasivo se ha manifestado cuando el diputado ha sido privado del uso de la palabra y su voz no ha sido escuchada al desactivarse el micrófono. El sujeto activo ordena y el pasivo es ordenado. El sujeto activo se expresa a través de los hablantes que usan su lengua materna y el sujeto pasivo se expresa a través de los hablantes que no son escuchados en su lengua materna. Podemos concluir que el esfuerzo por revertir el espacio en que se ha consolidado que la lengua española es el medio de comunicación adecuado para el Congreso será titánico. A pesar de ello, tenemos la ocasión de constituir un medio que articule un lugar mayor que La Mancha y de cuyo nombre no puedo psicóticamente olvidarme.