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"—La verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua." Don Quijote, capítulo XXXII de la segunda parte:

Viaje de Gulliver al país de las mentiras

Viaje de Gulliver al país de las mentiras

“Había un grupo de gentes adiestrados desde la mocedad en el arte de demostrar, mediante palabras que se multiplican para tal fin, que lo blanco es negro y lo negro blanco, según les pagan”

Jonathan Swift. Los Viajes de Gulliver.


Es cierto que la mentira, el bulo, la falsedad, el engaño, el rumor, la comidilla, la desinformación deliberada, son artes antiguas y no desconocidas en la historia. Lo usaron las alcahuetes, “verduleras”, proxenetas, correveidiles, pelotillas, aduladores, babosos, bocachanclas, cantamañanas, chiquilicuartres, tontacos, hipócritas, buleros, fariseos, mamporreros, pagafantas, patanes, sanguijuelas, calumniadores, esbirros, propagandistas y otras gentes del mal vivir que impregnan todo tipo de actividad, a la que no es ajena la política, muy particularmente en época electoral, donde los llamados “laboratorios de ideas” buscan con denuedo socavar la dignidad del oponente, incluso en lo personal, utilizando los mas perversos y  rebuscados medios.  

 

Se han propagado deliberadamente mentiras como si fuesen verdades de tal forma que muchas de ellas han quedado grabadas en la memoria colectiva como hechos o circunstancias  ciertas y reales, sin que lo fuesen. 

 

El bulo es una mentira articulada de manera deliberada para que sea percibida como verdad, con la idea de conseguir un fin específico, ya sea para desprestigio del adversario o el enemigo, obtener dinero o acceder o consolidar el poder propio o el de “los amos”.

 

En tiempos relativamente recientes, el nazi Paul Joseph Goebbels era todo un maestro en la promoción de la propaganda, un demagogo, agitador de masas que aprovechó los nuevos medios, radio y cine, para difundirlas, y arrebatar a las masas la capacidad de discernir entre la verdad y la mentira, lo bueno y lo malo. En definitiva se trataba de anular la mente, única manera de entender que una masa amorfa y numerosa de gentes asumiesen el régimen de terror impuesto por el nazismo, y la terrible persecución de las minorías. 

 

En el mundo contemporáneo, no solo han perfeccionado este arte a través de los medios tradicionales, sino que ha incorporado la Televisión y lo que es más pernicioso, las redes sociales. Se han popularizado, el anglicismo de fake o un término también al uso conocido como posverdad, que complementa a aquel, y donde son muchos los que, a veces, les cuesta trabajo diferenciar verdades y mentiras, en un arte que ha ido perfeccionando su complejidad y sus descaro. 

 

Si nos remontamos tres siglos atrás, Jonathan Swits, el autor de los viajes de Gulliver, que hace de este libro de “aventuras” una sátira contra el género humano.  aunque hoy se lee como una obra para niños, tal vez porque muy pocos han continuado las aventuras del protagonista mas allá del Reino de Liliput. Pero no me voy a detener en los detalles de los Viajes, salvo recordar que en Liliput la mentira estaba penada incluso con la muerte, mientras que en el Reino de los Houyhnhnms, la mentira no existía. 

 

Pero quisiera centrarme, en un momento en que España sufre la más inaceptable campaña de bulos y juego marrullero en política, importada del Trumpismo más abyecto y contaminante, donde corre peligro el propio prestigio de la democracia y sus instituciones, sin que sus propagadores tengan el menor sentido del Estado y de la responsabilidad política y social. 

 

Quisiera traer a colación ejemplificante que en tiempos de Jonathan Swift, un astrólogo llamado Partridge publicaba anualmente un almanaque en el que hacía predicciones sobre lo que iba a ocurrir a lo largo del año. Éste, a través de predicciones imprecisas, vagas y erróneas hacía que la gente le siguiese, contemplando con temor o alborozo, los hechos que podrían ocurrirles a lo largo del año. Para muchos tales pronósticos eran tan desoladores que acababan por afectar a su vida y su hacienda. 

 

Para combatirlo, Swift, inventó un personaje falso, llamado Isaac Bickerstaff, y publicó con ese seudónimo las Predicciones para el año 1708, donde pronosticaba que “ese vulgar escritor de almanaques llamado Partridge, morirá exactamente el 29 de marzo, por lo que le recomiendo que ponga sus asuntos en orden”.

 

Partridge cayó en la trampa y publicó en respuesta una carta en la que aseguraba que ese Isaac Bickerstaff no era más que un astrólogo de poca monta deseoso de fama. 

 

El día 30, Swift publicó otra carta anónima, en la que relataba cómo Partridge había enfermado y fallecido en la tarde del día 29 de marzo. Dicha carta fue publicada por otros escritores y periódicos, que la tomaron por cierta. 

 

Partridge desmintió rápidamente en una nueva carta la mentira. Pero fue inútil porque su nombre fue retirado del registro, y fue dado oficialmente por muerto. Todo el mundo creyó que efectivamente había fallecido, incluidos muchos de sus seguidores que se agruparon a la puerta de su casa para una vigilia.  Hasta las funerarias se acercaron para hacerse cargo de las pompas fúnebres del astrólogo.

 

El prestigio de John Partridge cayó de forma fulminante y tuvo que dejar de publicar su almanaque al caer estrepitosamente sus ventas. Sus detractores, que eran muchos (indignados por los males que les había ocasionado, de los que había predicho incluso la muerte, o dolidos y dañados por las patrañas que había difundido), continuaron con el bulo como venganza. En poco tiempo, quedó muerto en vida. Ya para casi nadie existía.

 

Swift en un escrito posterior, haciendo referencia a Partridge, escribió que era “… imposible que ningún hombre vivo pudiera haber escrito tanta bazofia“.

 

Pues eso. Simplemente eso. A algunos alguien les tendría que llevar a la muerte política como al astrólogo Partridge, para parar este sin fin de deliberadas y trabajadas mentiras, convertidas en un hecho normal y cotidiano, y para eso Swift ya escribió sobre “las artes de la mentira política”. Lo triste es que los bulos se combatan con bulos, porque al final quienes sufren este desacierto es la convivencia, la cohesión social, la ciudadanía, la sociedad en su conjunto y las instituciones democráticas. 

 


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