No creo en el amor,
ni en los celos,
ni la física cuántica.
No creo en los troll,
ni en los seres anónimos,
ni en los algoritmos,
ni en los metadatos.
Tampoco creo en Donald, 
ni en Vladimir, 
ni en Xi... 
ni en sus inconsistentes imitadores. 
Tampoco creo en las postverdades,
ni en las fake,
ni en la concupiscencia, 
ni en la ira de Satán.

 

No creo en dioses artificiales, arrogantes y melifluos.
No creo en las redes sociales, 
ni en Twiter, 
ni en Facebook, 
ni en Tik Tok. 
No creo en Elon Musk, 
ni en Mark Zuckerberg…, 
ni en los héroes de barro y huesos…,
ni en la Inteligencia Artificial, 
que es la más torpe de las inteligencias. 

 

Tampoco creo en quienes creen todo,
ni en los paraísos perdidos, 
ni el pensamiento absurdo, 
ni en la Arcadia Feliz. 

 

Deje de creer en los dioses, 
en el inframundo, 
en las Ninfas, 
en los seres rutinarios, 
en las revoluciones a conveniencia, 
o en el pensamiento inmóvil. 

 

Empecé a creer en nada, 
porque la Nada es lo único real. 
Los sueños se evaporaron, 
las pesadillas son inciertas, 
la realidad es un espejismo venido a menos, 
y la muerte un espantajo... 

 

Caronte murió ahogado en la Laguna Estigia, 
envuelto entre plásticos y podredumbre. 
Solo creo en la Nada, 
y, pocas veces, creo en el hombre y en la mujer, 
pero cuando lo hago, 
creo en ellos, con todas sus virtudes 
y todas sus miserias. 
Al completo...

 

A veces también creo en los seres imperfectos, 
en la Luna llena y en los amaneceres rojos…, 
en la constelación de Orión, 
y en la canícula de Julio.

 

…. Y entonces, el orbe se cubrió de tinieblas ...
...  y cuando desperté descubrí
que estaba muerto.
Había descubierto la Nada. 
El espacio vacío de nosotros mismo. 

 

Fernando Mora. 7 / VII / 2023
‘El vacío del alma/Melancolía’ Albert Gyorgy, 2012. Ginebra.